Con la primavera empieza la operación bikini y ya andamos calculando cuántos kilos perder. Si ese es tu principal objetivo, igual este reportaje no te va a ayudar. Pero sí lo que quieres es aprender a sentirte mejor, comprender a tu cuerpo y cuidar tu mente, y, en definitiva, darte de cuenta de que eres tú la clave de tu bienestar, sigue leyendo porque te puede pasar como a mí: que haya un antes y un después de ir a la Clínica Buchinger Wilhelmi.
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Desde fuera, la clínica se ve como un hotelazo de lujo, en plan retiro, con paz por todos lados. Entro decidida con mi maleta de ruedas atronando por la gravilla. Tengo una foto de la llegada y otra de la salida. En ellas se ve cómo cambio, la luminosidad de la piel, la bajada de volumen y peso…
Pero hay más que no se percibe en ella: cambió mi ánimo y hasta mi forma de caminar. Tendréis que leer hasta el final de los dos reportajes que voy a publicar sobre mis 10 días de ayuno en ‘la Buchinger’, para saber por qué y cómo. Mi objetivo es compartir todo el conocimiento que me traje de allí, por si le sirve a alguien.
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La clínica de la Preysler
Me he criado en Málaga, donde esta clínica de espíritu marbellí y organización germánica, es muy reconocida. Tanto, que a la avenida en la que está la bautizaron con el apellido de María Buchinger, una mujer visionaria que ponía el autocuidado, ya en los años 70, por encima de todas las cosas y que la fundó en 1973, con su marido. Me habría encantado conocerla, pero al menos he tenido la suerte de vivir su legado en primera persona.
La clínica Buchinger Wilhelmi se hizo popular en España porque Carmen Sevilla cantaba sus alabanzas. No fue la única. Entre sus fans destacan Chenoa, Christina Onassis o Philippe Starck. Pero sin duda su mayor admirador es Mario Vargas Llosa. El premio Nobel tenía tanta morriña, que acabó por negociar fechas con su ex, para no coincidir. Un mes iba ella y otro diferente él, con su entonces novia, Isabel Preysler y la hija de esta, Tamara Falcó.
Tan divina se quedó Tamara tras su paso por allí, que se ha hecho una habitual. Allí aprendió, entre otras cosas, a controlar su peso. Por eso se lo ha descubierto a su prometido Íñigo Onieva, que la Buchinger tiene mucho de boca a boca. Apuesto a que caen un par de semanas de ayuno antes de su boda en julio.
Un poco de historia
Este año se celebra el 50 aniversario de la clínica, aunque el método tiene más de 100 años. Su creador, Otto Buchinger (1878–1966) fue un médico al que incapacitó una enfermedad reumática. Para intentar recuperarse, se sometió a un ayuno de 19 días. El resultado fue espectacular: volvió a caminar y su dolor disminuyó significativamente.
A partir de su experiencia, además de fundar con su hija María y su yerno Helmut Wilhelmi la primera clínica en Alemania, y luego la de Marbella, escribió un completo libro sobre el ayuno terapéutico que sigue vigente y dedicó su vida a su estudio. Hoy, sus clínicas son un referente mundial en investigación sobre la ciencia del ayuno.
En su libro, Buchinger dejaba claras dos cosas: que el ayuno puede ser una excelente herramienta terapéutica y que no consiste sólo en adelgazar, sino en toda una filosofía de vida que puede ayudarte de muchas formas. Justo eso lo que quiero investigar en su clínica. Y, por supuesto, perder unos kilos ganados con la menopausia que se han hecho fuertes en mi cadera y vientre. ¿Podré conseguirlo?
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Día 1. Adiós, comida
El complejo donde se encuentra la clínica es una mezcla entre hotel de lujo, spa de belleza y bienestar y hospital. Pero en plan ‘el hospital de tus sueños’. Algo así debía de soñar María Buchinger cuando decidió montar la sede de la empresa familiar en Andalucía. “Fue una visionaria”, reconoce su nieta Katharina Rohrer-Zaiser, quien dirige la clínica de Marbella con su primo Víctor Wilhelmi.
La estancia de 10 días de ayunoterapia –uno de preparación, seis de ayuno y tres de readaptación, lo que voy a hacer yo–, cuesta 4.190 euros e incluye alojamiento, alimentación adecuada, reconocimiento médico, dos consultas y atención 24 horas de enfermería. Se incluye un plan de terapia personalizado, con tratamientos a determinar, y actividades como yoga, clases de arte o cocina, Qi-gong, gimnasia acuática, cuencos tibetanos o marcha nórdica.
Tras dejar mis cosas en la habitación, bajo a tomar mi última cena preayuno, que consiste en un plato de arroz con patatas, calabacín y judías verdes al vapor, un poco de salsa de tomate casera y brotes frescos. Todo delicioso.
Desde la mesa de al lado, entabla conversación P., un londinense de origen iraní que ha venido a pasar tres semanas con su hija. Ella hace dieta, él ayuna y me anima. "Ya verás que es muy fácil. Con las sopas, que en realidad son caldos, no pasas nada de hambre y hay muchas actividades, apúntate a todas”, recomienda. A las diez de la noche estoy en la cama mirando vídeos de la app de la clínica, de consejos y recetas saludables.
Día 2. Aprobada como ayunante
Me levanto a las seis de la mañana, tras dormir del tirón. A las 7:10 tengo que estar en el laboratorio, para los análisis de sangre y orina. Luego, me dirijo a la enfermería, a la que tendré que ir cada mañana a primera hora mientras dure mi estancia.
Hay cola. Todas las sillas blancas de la sala de espera están ocupadas y se me cuela una señora francesa. No importa, estoy relajada y, la verdad, no tengo prisa. La enfermera, muy amable, me dice que tengo la tensión muy baja, como las pulsaciones. Le explico que siempre están así. Toma nota, como de las medidas de mi cuerpo. Y me pesa.
A las 8:30, me toca ver a la médica que me va a llevar, Verónica Thomsen, hija de granadina y danés. Me hace una entrevista a fondo. Me advierte que el ayuno puede darme frío o dolor de cabeza los primeros días. Practica la escucha activa y se fija en todos los detalles. De hecho, decide ampliar mi análisis de sangre porque detecta cierto problema de tiroides…
Además, la doctora me explica que la tripa que luzco no es de estar hinchada –como yo pensaba–, sino de grasa abdominal. Pero me da esperanza: aunque cueste, se puede perder porque con el ayuno entras en cetosis, lo que provoca la autofagia, como si te comieras tu propia grasa.
Todo está guiado por médicos y no arriesgan. Tras estudiar todo, la doctora me aprueba como ayunante. Pero al tener la tensión baja deciden no darme sales depurativas. Eso sí, me receta varias lavativas para dejar, imagino, mi intestino como los chorros del oro.
A mi apretada agenda de tratamientos reductores, masajes subacuáticos, shiatsu y ozonoterapia, añaden medicina tradicional china, interesante para la menopausia. En esta clínica se practica la medicina integrativa personalizada, que engloba la medicina convencional y la natural. La idea es poner a disposición del paciente todos los instrumentos posibles para su bienestar.
En mi semana de ayuno, la reina Letizia, en una conferencia que da en el Parlamento Europeo, señala a la medicina integrativa como primera estrategia contra el cáncer. Yo no dejo de pensar en que ojalá todo el mundo pudiera tener algo así a su disposición, incluido en la sanidad pública.
Quienes sí lo tienen a su disposición son los empleados de la clínica, a los que animan a ayunar alguna vez para probar la experiencia. “Merece la pena porque es cuando comprendes qué viven los pacientes, además, sienta muy bien”, asegura Anabel, de Planificación.
Voy al comedor de ayunantes a por mi primera comida. Hay zumos o sopa, todo muy aguado, pero muy rico. Pido medio zumo y medio caldo, al que añado cebollino, cúrcuma y pimienta, aunque estaba buenísimo sin nada. Te dan una cuchara de postre para tomarlos. Así aprendes a desacelerar, a comer de forma consciente y disfrutando de los sabores.
Las herramientas
Salir a caminar a diario. Vale, no va a ser por la playa de Puente Romano en Marbella, pero ¿quién no dispone de 30 minutos o una hora para caminar? Ir andando al trabajo o hacer cualquier otro ejercicio. Lo esencial es moverse cada día, a buen ritmo y controlando la respiración.
Calcular las calorías que necesitas. El metabolismo basal cambia según la edad. Si quieres perder peso, necesitas ingerir menos kilocalorías que el tuyo y aumentar el ejercicio que haces.
Comer menos cantidad. A partir de los 45 años, aproximadamente, hay que comer menos, pero mejor, ingerir alimentos con más nutrientes y, en lo posible, de temporada y cocinados en casa. El tamaño de cada ración sería el equivalente a tu puño cerrado.
Preguntarte si tienes hambre real antes de comer algo. Solo con detenerte a pensarlo, te darás cuenta de si de verdad necesitas reponer energía o si, por el contrario, tienes hambre emocional.
El ayuno tiene un efecto antiinflamatorio en el organismo. Lo notas, por ejemplo, en la ausencia de dolor en las articulaciones. Pero siempre has de consultar a un médico para hacerlo.
Día 3. Cansada y con frío
Al amanecer, tras pasar por la enfermería, cada día salgo a caminar. Un autobús te deja junto a la playa y te trae de vuelta. Cuando regreso a la habitación me espera el desayuno: un yogur de leche de cabra, un té y dos cucharaditas de miel. Me lo han "prescrito" por la tensión baja, es lo mínimo que puedo ingerir sin romper el ayuno.
Más tarde, tras la comida, me inunda el sueño, me siento cansada y con frío. No ayuda que el día es ventoso y ha bajado la temperatura. Abro la puerta de mi habitación y no doy crédito, ¡me han preparado la cama con una bolsa de agua caliente! Se adelantan a tus necesidades. Me siento supermimada. Me ponen la lavativa y una compresa hepática. “Así ayudamos a tu hígado a trabajar. Pero sólo se aconseja si haces ayuno”, me explica Carmen, una enfermera que lleva 19 años trabajando aquí.
Por la tarde acudo a mi primera cita con la responsable del equipo de Nutrición, Ulla Hoehn. Me pregunta cómo me encuentro. Cuando le digo que sorprendentemente bien y sin hambre, sonríe. “Mucha gente viene asustada, con miedo. Les sorprende lo bien que se adaptan al ayuno”, explica y matiza algo importante: “Ten en cuenta que lo haces por tu propia voluntad”.
Ulla desmonta muchas de mis creencias sobre alimentación y me explica algo que me ha servido mucho luego. Al tener más de 50 años, mi metabolismo basal se ha ralentizado. “Ya no consumes 2.000 kilocalorías al día, ahora son entre 1500 y 1800. Por eso, si sigues comiendo igual y no aumentas el ejercicio físico, engordas”, explica. Si como 1500, no engordaría pero tampoco bajaría. Para adelgazar tendría que ingerir menos de 1500 kcal. Esta es una de las claves que me ha servido para dejar de ganar peso.
Eso sí, advierte que debo de tomar alimentos de alto valor nutricional y lácteos, para evitar la pérdida de masa ósea. “Menos cantidad, más nutrientes”, sugiere y explica que ayuda comer despacio, de forma consciente y salir a caminar. “Piensa en qué quieres cambiar de tus hábitos, pero hazlo poco a poco”, dice. Ella recomienda la dieta mediterránea, adaptada a tus necesidades y recalca que “algo muy bueno de la estancia aquí es que te permite comprender que si no te cuidas a ti misma, no tendrás la fuerza para apoyar a los demás”.
Me quedaría hablando con ella toda la tarde, es pura sabiduría. Ulla trabaja en la clínica hace más de 20 años. No es un caso raro. “La mayoría del personal se jubila con nosotros”, reconoce Katharina Rohrer-Zaiser en el zumo de bienvenida. Ella y Victor Wilhelmi, primos hermanos y directores de la clínica, reciben una vez a la semana a los nuevos pacientes, una tradición de los Buchinger. Conoces a tus compañeros de retiro y se hace más agradable y cálida la estancia.
Día 4. Con mucha energía
Sigo sin hambre. La doctora Thomsen me explica que tengo mucha motivación y mi organismo entra de forma muy rápida en cetosis. Imagino que me estoy comiendo a mí misma. Suena gore, pero cada día me siento más ligera. Anoto en mi diario que llevo cuatro días sin tomar antiinflamatorios y no siento dolor en las articulaciones. Lo más impresionante es que seis meses después, sigo sin necesitarlos.
Mientras estoy aquí, no paro de hacer cosas. Clases de yoga, de cocina saludable, tratamientos, conferencias, escribir mis reportajes… El estrés Buchinger consiste en intentar llegar a todo. Me cuesta creer que me mantenga con apenas un yogur, algo de miel y dos tazas de caldo al día y que sienta tanta energía. Pero así es.
Otto Buchinger decía que el ayuno terapéutico es “la intervención no farmacológica y no invasiva más poderosa del mundo médico”. Reduce colesterol, mejora la salud cardiovascular y la microbiota intestinal y, claro, ayuda a bajar de peso. Cada mañana, veo disminuir el mío con una sonrisa. He bajado algo más de dos kilos. Y sigo sin hambre. Creo que he alcanzado un agradable y extraño estado de ausencia de necesidad. Aún me quedan seis días, seguiremos informando.