Si hay algo que veo mucho en consulta y que cada vez me inquieta más es la cantidad de personas con enfermedades autoinmunes que recibo. 

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Las enfermedades autoinmunes son aquellas en las que el sistema inmune se confunde y empieza a atacarse a sí mismo. Algunas de las más frecuentes son la diabetes tipo I, la enfermedad de Crohn o el hipotiroidismo de Hashimoto. 

¿Y por qué este incremento de las patologías de auto-ataque en nuestra sociedad? Por el estilo de vida: la alimentación, la bebida, el estrés y la vida sedentaria nos están conduciendo a caer en una inflamación constante donde el cuerpo se queda sin recursos para defenderse y acaba por volverse loco.

Pero la enfermedad de la que hoy te quiero hablar es de la esclerosis múltiple. Se trata de una enfermedad en la que las conexiones de neuronas y el sistema nervioso se deterioran, haciendo que en algunos puntos les cueste más conectar.

Una agresión de nuestro propio sistema nervioso que va destruyendo la mielina y los axones, haciendo que perdamos capacidad de movimiento, dolor crónico o problemas visuales, entre otros, y que afecta a casi 2 millones y medio de personas en el mundo. 

Puede que te preguntes por qué te hablo de esto. Pues verás, hace unos días se ha publicado un artículo científico que me parece de gran interés, y es que están haciendo pruebas con aparente éxito (en ratones) suministrando probióticos y comprobando cómo estos influyen positivamente en la recesión de esta enfermedad autoinmune.

Y es que, aunque la mayoría de enfermedades autoinmunes tienen tratamiento, este no deja de ser un parche para reducir síntomas y mejorar la calidad de vida de los pacientes. Y sí, los parches pueden parecer una solución “aparentemente” buena, pero a largo plazo necesitamos algo más profundo que pueda atacar a la base del problema. 

De ahí la importancia de este proceso actual, donde introduciendo probióticos (microorganismos, bichitos) en nuestro aparato digestivo, conseguimos efectos positivos en nuestro cerebro y en nuestro sistema nervioso.

Además, algo sustancial en este proceso es que esos bichitos no se expulsan, sino que se quedan dentro del usuario, se reproducen y no permanecen solo en la tripa, sino que suben hasta el cerebro, atravesando una de las aduanas más fuertes que tiene nuestro cuerpo, la frontera que separa el cerebro del resto del cuerpo: la barrera hematoencefálica.

Es cierto que hace tiempo que desde la nutrición integrativa tratamos enfermedades neurodegenerativas o cerebrales (como la depresión) con probióticos. Esta vez, desde la comunidad científica, lo consideramos especialmente importante porque si este mecanismo termina por funcionar, evolucionar y llegar a la población, podrá servir en un futuro para tratar otras enfermedades autoinmunes como las que explicaba al principio de este artículo.

Y por puntualizar, no se trata de cualquier probiótico (no vayamos a vaciar las farmacias ahora) sino de uno diseñado especialmente para ayudar a la fabricación de lactato, una sustancia que destruye las células de auto-ataque.

Una vez más comprobamos cómo la realidad es capacidad de superar a la ficción.