Ahora que el ayuno está tan de moda y parece el método ideal para comer menos, perder peso y no sentir que nuestra energía baja, quiero explicarte que no solo importa el cuánto. El cuándo de las ingestas del ayuno también va a ser determinante para potenciar su efecto.
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Son muchos los estudios que avalan el ayuno intermitente y los beneficios de dejar más de 12 horas entre la última ingesta del día y la primera del día siguiente. Sin embargo, siempre será mejor adelantar la cena o retirarla, antes que prescindir del desayuno.
¿Por qué? Te lo explico
Nuestras células tienen un reloj que va midiendo la exposición al sol y se sincroniza con la luz, una especie de lupa por la que nuestros genes observan en qué momento del día están, y eso hace que nuestro cuerpo y nuestra fisiología se comporte de una u otra manera.
Es por esto que nuestra producción de insulina (hormona fabricada por nuestro páncreas para almacenar la glucosa en forma de energía) no es lineal a lo largo del día: fabricamos más insulina en las horas de luz que por la noche.
Es decir, que cuando comemos glucosa o hidratos de carbono en horas nocturnas, habrá más probabilidad de que nuestro cuerpo no almacene esa glucosa y la transforme. ¿En qué? Sí, amiga, has acertado, en grasa visceral.
Nadie dijo que trajese buenas noticias
De hecho, cada vez hay más pruebas de que los trabajadores nocturnos que se alimentan por la noche y que cuando llega el día descansan tienen más probabilidades de desarrollar problemas digestivos, resistencia a la insulina y diabetes tipo II.
Lo triste es que no hace falta irse a extremos como la gente que trabaja por la noche. Nuestros horarios y nuestra cultura nos empuja a mantenernos activos todo el día y también entrada la noche, exponiéndonos a luz, pantallas y con una alta actividad (solo hay que ver cómo están los gimnasios al final del horario laboral).
Estos horarios nos llevan a desayunar pronto y a cenar muy tarde. Todo esto alarga la ventana de alimentación (tiempo en el que ingerimos comida) por encima de las 15 h, y ahí tenemos de nuevo el problema: ritmos circadianos desatendidos, mal descanso, mala alimentación y más tendencia a desarrollar enfermedades cardiovasculares.
En conclusión, los relojes que tienen nuestras células tienen claro cuándo nos viene bien comer. No solo valorarán una alimentación saludable, sino que también tendrán en cuenta el cuándo.
Nuestro cuerpo no responde igual a la comida por el día que por la noche, por lo que si queremos sentirnos con más energía y mirar nuestra salud de una forma más integrativa, veremos que dejando de comer cuando la luz del sol desaparece mejora nuestro metabolismo.