Tras la llegada de la primavera, los españoles afrontamos también el cambio de hora. Esta madrugada del sábado, 30 de marzo, al domingo, 31 de marzo, hemos adelantado el reloj una hora. Es decir, a las 02:00 horas (horario oficial peninsular) han sido las 03:00 y, por tanto, hemos 'perdido' una hora.

Este cambio de hora hará que se alarguen las tardes y que las mañanas se vuelvan más oscuras. En nuestro cuerpo, el cambio de hora afecta los ritmos circadianos, actos biológicos que se desarrollan de forma cíclica, regulando las funciones fisiológicas para que se repitan aproximadamente cada 24 horas. 

Aparecen trastornos cuando el reloj interno del cuerpo, que nos indica el momento de dormir o de estar despiertos, porque al cambiar la hora estos ritmos no están sincronizados con el entorno y se descontrola nuestro organismo, nuestro apetito y nuestro descanso.

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Retrasar el reloj una hora se produce un desajuste entre el reloj interno de nuestro cuerpo y el reloj externo. Como resultado, puede provocar trastornos del sueño, fatiga, estrés, ansiedad y depresión. Estos factores pueden influir en los hábitos alimentarios y en la quema de calorías y favorecer el aumento de peso.

Estos síntomas se perciben más cuando el cambio horario supone restar una hora de sueño. El resultado de esta situación es similar a un jet lag o desajuste horario durante dos o tres días, aunque, según sea el cronotipo de cada uno, esto se puede alargar durante más tiempo.

Cambios en el sueño y en el apetito

Para nuestro reloj biológico el domingo nos levantaremos una hora antes, rompiendo la rutina del sueño. Dormir resulta fundamental para que el organismo cumpla con su función regeneradora y, no hacerlo, ralentiza el funcionamiento del sistema metabólico, disminuyendo su capacidad natural de quemar calorías.

La ciencia apoya, según un estudio realizado por investigadores de la Universidad en Uppsala (Suecia), que incluso detalles aparentemente tan insignificantes como experimentar pequeñas modificaciones semanales en el tiempo de sueño pueden derivar en "un mayor riesgo de aumento de peso en personas sanas".

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Además, una investigación realizada por profesores de la Clínica Mayo (Estados Unidos) reveló que la falta de sueño, además de nublar la voluntad, altera a las hormonas que regulan el hambre, aumentando la sensación de apetito y la necesidad de ingerir alimentos ricos en grasas y carbohidratos.

Un desorden agravado por la alteración de los ciclos circadianos alterados con el cambio de hora, que influye en los picos de hambre que el cuerpo experimenta durante el día. Investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México estudiaron la relación entre nuestros ritmos circadianos y la forma de alimentarnos, demostrando que "cambiar nuestros hábitos de sueño influye en cómo nos alimentamos y en el tipo de comida que elegimos.

Por último, al no descansar lo suficiente, el organismo genera más grelina, lo cual provoca más ganas de comer, y deja de producir leptina, inhibiendo la sensación de estar lleno. Todo este carrusel hormonal sube y baja afectando a tu voluntad de comer de forma saludable e influye directamente en tus emociones.