La psicóloga Ellie Anderson habla del trabajo hermenéutico, un término que hace alusión a “la onerosa actividad de comprender y expresar coherentemente los propios sentimientos, deseos, intenciones y motivaciones; discernir los de los demás e inventar soluciones para problemas relacionales que surgen de tensiones interpersonales”. Señala que esta cansina labor recae desproporcionadamente sobre los hombros de las mujeres en las sociedades heteropatriarcales, especialmente en las relaciones íntimas entre mujeres y hombres.
“Sugiero que algunas de las cargas de género del trabajo emocional que señalan las académicas feministas serían mejor descritas como trabajo hermenéutico. Basándome en la filosofía feminista y en hallazgos de la psicología social y la sociología, sostengo que la explotación del trabajo hermenéutico de las mujeres es un elemento omnipresente de lo que Sandra Bartky llama la “micropolítica” de las relaciones íntimas”, explica Anderson en su estudio Hermeneutic Labor: The Gendered Burden of Interpretation in Intimate Relationships between Women and Men (Trabajo hermenéutico: la carga de género de la interpretación en las relaciones íntimas entre mujeres y hombres).
Implicaciones y cifras
El trabajo hermenéutico implica tener que comprender y expresar de forma coherente los propios sentimientos, deseos, intenciones y motivaciones, así como discernir los de los demás basándose en la interpretación de sus comportamientos. Supone que las mujeres tengan que interpretar, analizar y reflexionar sobre ello para resolver problemas, mientras que los hombres se limitan a recibir los frutos del trabajo hermenéutico al disfrutar de las interpretaciones acerca de sus propios sentimientos sin tener que haber pensado al respecto, dedicando ese tiempo y esfuerzo a otras labores.
Las mujeres se encargan de establecer planes de acción para resolver problemas tras haber analizado las emociones y necesidades del otro. Por descontado, esto supone una carga extra, pues no es lo mismo dirigir que hacer lo que alguien diga, por lo que comprobamos que la mente pensante sigue siendo más femenina.
Allan y Barbara Pease, autores de Por qué los hombres no escuchan, aseguran que las mujeres, al sumar palabras, gestos y expresiones faciales, emplean más de 20.000 unidades de comunicación para transmitir un mensaje concreto, mientras que ellos tan sólo utilizan alrededor de 7.000 unidades de comunicación. Es decir: hablamos de que ellos ponen en marcha un tercio de esfuerzos comunicativos, quedando por ende esta desigualdad patente también en las cifras.
Qué consecuencias tiene
Incluso se habla ya de “emocional gold digging”, es decir, “cazafortunas emocional”, un concepto nacido a raíz de un tuit en el que una usuaria de X aseguraba que quería que el término cazafortunas se hiciera extensible a esos hombres que recurren a las mujeres para que hagan por ellos el trabajo emocionaL que son incapaces de poner en marcha. Esto no sólo implica una carga mental extra y un tiempo invertido que es necesario sumar a las cargas diarias, sino que desemboca en el enfado resultante de saber que mientras que tantas mujeres acuden a terapia, escuchan podcasts sobre temáticas de pareja (y el algoritmo de Instagram responde con cantidad de cuentas y posts que abordan estos temas, que terminan por copar su tiempo) y recurren a amigas en busca de consejo y apoyo, los hombres de sus vidas se limitan a depender de ellas para que asuman las cargas emocionales de los que ellos parecen prescindir.
Según El Estudio del Impacto Social en el Bienestar Emocional de TherapyChat, la brecha de género en términos de salud mental también es notable. El 68,9 % de las pacientes son mujeres, por lo que únicamente el 31,1 % de los hombres acuden a terapia. Por ello, la incapacidad de verbalizar sus problemas emocionales no queda resuelta y sigue dependiendo de sus parejas. Por si fuera poco, este trabajo no remunerado puesto en marcha por las mujeres es explotado en las sociedades capitalistas heteropatriarcales, que se aprovechan de la fuerza de trabajo hermenéutica de las mujeres para obtener los bienes de las relaciones íntimas a expensas de su bienestar.
Las mujeres se han de encargar además de diagnosticar la salud de la relación, convirtiéndose así en terapeutas para sus parejas y para sus propias relaciones. De este modo, ellos quedan liberados de la carga de tener que interpretar sus sentimientos gracias al trabajo hermenéutico de las mujeres. Mientras que las relaciones exigen un trabajo, ellos están en ellas sin tener que dedicar apenas esfuerzo alguno al dedicar un tiempo y energía mínimos a reflexionar sobre sus propios sentimientos y las necesidades emocionales de sus parejas.
“La expectativa generalizada de que las mujeres son expertas en mantener relaciones, así como la prevalencia de un patrón de comunicación de demanda-retirada de género, hace que una situación de explotación parezca natural o deseable, incluso cuando conduce a la insatisfacción de las mujeres. Esta situación puede considerarse misógina”, aclara. Lo curioso es que esta labor es habitual a la hora de analizar por ejemplo un texto complejo ante el que un académico se topa con el reto de tener que descifrar el significado que se esconde tras cada palabra, una acción que encuentra su reflejo a la hora de tratar relaciones de pareja, pues las mujeres se ven obligadas a sobreanalizar las acciones y sentimientos del otro para intentar comprender su significado. Anderson tuvo la impresión de estar siendo testigo de una forma de trabajo emocional, un término definido por primera vez por la socióloga Arlie Hochschild para describir la manera en la que determinados trabajadores (generalmente, mujeres) tienen que reprimir las emociones, como ocurre a tantas azafatas de vuelo a la hora de lidiar con pasajeros problemáticos.
Un trabajo silenciado
Rose Hackman explica en Emotional Labor: The Invisible Work Shaping Our Lives and How to Claim Our Power (Trabajo emocional: el trabajo invisible que da forma a nuestras vidas y cómo reclamar nuestro poder) que durante mucho tiempo, la economía se ha dividido en dos formas de trabajo: el trabajo productivo y el reproductivo, que corresponde a la educación, la atención médica, el trabajo doméstico… Sin embargo, asegura que para sobrevivir, los humanos no sólo necesitan tener dinero, comida y una casa, sino disponer de un sentido de amor, conexión, comunidad y pertenencia. Por ello, asegura que el trabajo emocional es el facilitador del trabajo, pues la gente, para poder trabajar, necesita haber recibido una enorme cantidad de trabajo emocional… Y ya sabemos quiénes se encargan de ese trabajo no remunerado que es fundamental para que la sociedad se sostenga. Por ello, hablamos de la forma más invisible e insidiosa de trabajo en la sombra, una labor que se espera de las mujeres y que beneficia a los hombres y a la sociedad en general. “Dar prioridad a los sentimientos de otras personas y crear vínculos emocionales significativos entre humanos es una gran parte del cuidado, la crianza de los niños y el trabajo comunitario conectivo”, escribe.
La carga de género
Ellie Anderson descubrió el trabajo hermenéutico al hablar con sus amigas, pues se dio cuenta de que la conversación giraba a menudo en torno al análisis de los mensajes o comentarios que sus parejas hacían. Porque, ¿quién no ha analizado un mensaje de WhatsApp como si de un comentario de texto se tratara? ¿Acaso a alguien no le es familiar la escena en la que intenta descifrar entre amigas qué querría decir esa cita cuando soltó un comentario determinado? Ellie Anderson asegura que un gran número de mujeres de su círculo "pasa lo que parece ser una cantidad excesiva de tiempo interpretando las señales opacas de los hombres con los que están saliendo".
Al leer su estudio académico recordamos al mismo tiempo la alexitimia, que es la incapacidad de identificar, reconocer, nombrar y describir las emociones o los sentimientos propios, con especial dificultad para hallar palabras para describirlos. “Se caracteriza por la pobreza en la expresión verbal, mímica o gestual de las emociones o los sentimientos. La alexitimia masculina normativa es una forma subclínica de alexitimia que se encuentra en hombres y niños criados para ajustarse a las normas masculinas tradicionales que enfatizan la dureza, el estoicismo y la competencia, desalentando la expresión de emociones vulnerables como llorar. Hablar de cómo te sientes y llorar es una forma saludable de procesar las emociones y puede tener una variedad de beneficios emocionales y físicos”, explica Raquel Córcoles en Los capullos no regalan flores. Señala que los hombres suelen tener la necesidad de ser autosuficientes y de mantener a sus seres queridos, motivo por el cual consideran que es inadecuado expresar expresar sus emociones, un comportamiento que además, puede verse reforzado en el estereotipo del varón heroico, tan a menudo representado en la cultura popular.
Pero, ¿hay forma de resolver esto, teniendo en cuenta que ellos han sido educados desde un prisma diferente en muchos casos? “La socialización de género prescribe diferentes tipos de educación a hombres y a mujeres. Mientras que a nosotras se nos entrena para convertirnos en cuidadoras, a ellos se les enfatiza el proyecto personal y profesional. Esto tiene también implicaciones en cuanto al tipo de expresión afectiva que se nos refuerza a unas y a otros: los hombres tienen permitidas emociones como la rabia y la ira, que a nosotras se nos reprimen, obligándonos a encontrar modos de resolver conflictos que no impliquen la fuerza”, explica a ‘Magas’ María Fornet, autora de Feminismo terapéutico y Abundancia femenina. Advierte que a las mujeres se les invita entonces a extender su rol maternal, su último destino biológico, a las relaciones que en teoría, deberían ser de igualdad jerárquica. “Así, en las relaciones de pareja heterosexual, las mujeres se encargan de sus parejas como las madres lo hacen de sus hijos, exigiéndoles a ellas una responsabilidad afectiva de la que ellos carecen. Es otra capa más, una sutil y retorcida porque es difícil de ver para muchos, del machismo”, advierte.
Trabajo emocional extra
Fornet, especializada en coaching con perspectiva de género, explica que desde una edad temprana, a las mujeres se les enseña a ser más empáticas y a prestar atención a las señales sociales, cualidades increíblemente útiles en la etapa en la que los bebés son preverbales, mientras que a los hombres se les anima a ser más directos y menos expresivos emocionalmente, en parte gracias a su exclusión de la esfera de los cuidados. “Estas diferencias en la socialización pueden contribuir a malentendidos en la comunicación entre hombres y mujeres. Por otro lado, a nosotras se nos sigue educando para poner al varón en el centro: nuestros intereses han de girar en torno a ellos, nuestras conversaciones, desde muy pronto, también se orientan al modo en el que mantener la atención y el cariño de los hombres. Es extenuante”, comenta.
"Cuando las mujeres dejan de hacer toda la labor emocional, los hombres se sienten abandonados"
Robin Clark, coach feminista, indica que cuando las mujeres dejan de hacer toda la labor emocional, los hombres se sienten abandonados. “A las mujeres se les enseña que su trabajo consiste en hacer el trabajo emocional de los hombres. Se les promete que si siguen esforzándose, no importa cuánta falta de respeto, crueldad y abuso sufran en el proceso, eventualmente dará sus frutos y tendrán las parejas amorosas que quieren. Esto no es cierto, y lo sé por amplia experiencia personal y por haber hablado con cientos de mujeres durante los últimos 20 años. Como dice esta encuesta, hay un 8% de posibilidades de que las cosas mejoren hasta el punto de que realmente te sientas satisfecha y feliz en tu relación. ¿Pero a qué precio? Por ejemplo, ¿cuánto resentimiento, qué niveles elevados de cortisol y qué posibles problemas de salud estás dispuesta a sufrir sabiendo que hay un 8% de probabilidades de que las cosas terminen por sentirse saludables? Eso sin tener en cuenta que este proceso te quita más de una década de tu vida y potencialmente, obstaculiza tu propio crecimiento y capacidad de prosperar. Lo que desearía que nos hubieran dicho es que viertas tu energía en ti misma, que te conviertas en la versión más madura, próspera y radiante de ti misma. Vive una vida con la que te sientas feliz y busca personas que tengan la madurez y la capacidad necesarias para ello. Si los encuentras, genial. Si no, estupendo igualmente, porque ya estás viviendo la vida que amas”, indica.
“Si seguimos educando a las mujeres para el cuidado y a los hombres para lo contrario, a ellos los expulsamos de la posibilidad de ejercer dominio sobre sí mismos, mientras que a ellas las condenamos a la historia única. Esto implica desafiar los estereotipos de género que limitan la expresión emocional de los hombres y fomentar un ambiente en el que ambos sexos se sientan cómodos compartiendo sus sentimientos sin temor al juicio: que ellas puedas expresar rabia sin ser repudiadas, sin ser juzgadas como “histéricas” o “locas”, y que ellos puedan ejercer la ternura sin que eso los haga “menos hombres”, dice para terminar María Fornet, que indica que la educación en igualdad es el único modo de que la sociedad cambie.
Por lo tanto, el trabajo hermenéutico no es sólo una carga mental extra para las mujeres, sino una labor no remunerada sobre la que se sostiene la sociedad, siendo una de las formas mediante las que funciona la explotación laboral hermenéutica perpetuar la idea de que las mujeres son intérpretes naturales de sus emociones y de las de otros. De esta forma, vuelve a emerger una creencia equiparable a la de que las mujeres son cuidadoras natas, recayendo así otra responsabilidad más sobre sus hombros sin que haya ni remuneración económica, ni emocional.