El ritmo de la naturaleza dicta que sean los progenitores los primeros en abandonar el plano físico, pero en ocasiones esto no se cumple. Vivir la pérdida de un hijo es algo para lo que ninguna madre está preparada, y menos cuando esta se produce de una manera inesperada y traumática, como ha sido el caso de Mateo, el menor de 11 años asesinado en Mocejón. 

Los hechos se producían la mañana del domingo 18 de agosto en ese pequeño pueblo de Toledo. Lo que podría haber sido una jornada de verano al uso, donde varios menores jugaban un amistoso partido de fútbol en el polideportivo municipal, se tornó en un suceso negro que dejará marca en la historia de la familia Sánchez. 

Un joven espigado y con el rostro tapado se colaba en las instalaciones y asestaba varias puñaladas a Mateo. Pese a que vecinos que se encontraban allí trataron de socorrerle, el pequeño perdió la vida. 

Con todos los ojos y esfuerzos puestos en capturar al causante de tal horrible acto con el fin de "hacer justicia", ha habido una figura que permanece en la sombra: la mamá de Mateo. 

"El dolor que tiene es incomprensible"

Assel Sánchez, portavoz de la familia

Assel Sánchez, portavoz de la familia del menor asesinado, tenía razón al decir que "el dolor que tiene (la madre de Mateo) es incomprensible". Y también indefinible, pues no existe una palabra que dé nombre a esta pérdida. Hablamos con psicólogos especializados en duelo para arrojar luz en este doloroso y desgarrador momento.

El duelo de una madre 

Entender qué se conoce como duelo es el primer paso a la hora de desgranar este asunto. Mariela Feliz, de Psicología Feliz y especialista en el tema, trata de arrojar luz de una manera sencilla: "El duelo es un proceso psicológico que se produce tras una pérdida". 

La teoría más reconocida habla de cinco fases: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. "Es importante señalar que no todas las personas pasan por todas, ni lo hacen en un orden específico. Cada individuo experimenta el duelo de manera única e individual" apunta Feliz. Algo que corrobora Sonia Práxedes, neuropsicóloga: "Cada uno tenemos una manera de afrontar la vida y, por tanto, tenemos una manera de afrontar un duelo". 

Entendiendo esto, y si nos permitimos generalizar, lo primero y más común que se sufre es el shock. "'Esto no puede estar pasando', 'no me está pasando a mí' o se despersonaliza, lo viven como una película en la que solo miran", explica Práxedes. Una vez superado, llega el enfado por lo acontecido y después, la negociación. "Con Dios, con el mundo… Esas promesas de 'si camino 20 km, X". Cuando comienzan a ver la realidad, se crea el espacio para la tristeza y, al fin, la aceptación. 

"Da tanto miedo que no le ponemos nombre. Ni en castellano, ni en inglés, ni en alemán. En ningún idioma conocido"

José González, psicólogo especializado en duelos

La manera de transitar el duelo va a estar condicionada por la naturaleza de la pérdida. "Hay una serie de condicionantes, como es este caso de Mateo. Las muertes violentas suelen ser duelos traumáticos, tienden a ser crónicos y si no se interviene, la mayor parte de ellos acaban en duelos complicados que antes llamaban patológicos", explica con exactitud José González, psicólogo experto en duelo con más de 20 años de trayectoria.

"La muerte de un hijo es un duelo crónico por definición, se va a arrastrar el resto de la vida", comenta José González. Un hecho que encuentra la explicación en la cultura en que hemos sido educadas. Una madre, por definición, es protectora, esa es su principal función y hay algo muy significativo respecto a dicha cuestión: no existe una palabra para definir a una madre que ha perdido a su hijo. "Da tanto miedo que no le ponemos nombre. Ni en castellano, ni en inglés, ni en alemán. En ningún idioma conocido" nos hace ver González. 

En el caso de una madre que pierde a su hijo por un hecho tan doloroso como es el asesinato, los pensamientos más recurrentes pueden ser de incredulidad, de negación e incluso de ira. Se pueden preguntar por qué a su hijo, por qué Dios lo ha permitido e, incluso, por qué no han sido capaces de proteger al menor. Incide Sonia Práxedes, y suscribe Mariela Feliz.

"Cuando muere un padre, perdemos el pasado y cuando se muere un hijo, perdemos el futuro"

Proverbio chino

"Sobrellevar la muerte de un hijo menor es aún más difícil para el proceso de duelo y es inevitable pensar acerca de todos los proyectos truncados que la víctima no logrará vivir y en la injusticia que supone que alguien tan joven nos abandone tan pronto", apuntan Pablo Castillo y Conchi López, directores de Aequa Psicología, centro de psicoterapia integradora. 

¿El tiempo cura?

"La pérdida sí se llega a superar, lleva muchísimo trabajo, pero se puede superar. Eso sí, no se olvida. Son cosas muy diferentes y que muchas veces confundimos", comenta Práxedes. 

Bien dicen que el tiempo, per se, no cura, que lo que cura es lo que hacemos con él. "Cuesta mucho entender que haya maldad en el mundo hasta tal punto. La superación trata de volver a tener una vida medianamente normal en la que puedas disfrutar de las cosas pese a un evento tan traumático", esclarece la neuropsicóloga.

Si en algo coinciden todos los expertos consultados es que la pérdida de un hijo es una experiencia devastadora. Mariela Feliz prefiere enfocarse en el manejo de dicha pérdida y la manera de llegar a convivir con la misma: "Aunque el dolor inicial puede ser abrumador, con el tiempo muchas personas encuentran que su intensidad disminuye, pese a que quizás no desaparezca por completo". 

A José González, su experiencia con hasta 22.000 pacientes le ha llevado a percibir un matiz: "No les gusta hablar de 'superar'. Es seguir viviendo con una tristeza sostenible. Integrar, procesar, digerir, metabolizar… Aprenden a vivir con la tristeza como el que vive con un brazo o una pierna amputada".

El proceso se ve afectado por distintas variables personales, sociales y relacionadas con el propio fallecimiento. Castillo y López, de Aequa Psicología, añaden: "Por destacar algunos de ellos: factores personales como la historia de vida de la persona, sus habilidades de afrontamiento, duelos previos que haya vivido, características de personalidad o su estado de salud; factores sociales tales como el sistema de soporte social del que disponga la persona o la posibilidad de obtener ayuda profesional; y factores relacionados con el propio fallecimiento como las circunstancias del fallecimiento (por ejemplo, el homicidio en este caso), la forma en la que se comunicó la noticia o la posibilidad de realizar ritos funerarios". Todo afecta.

Justicia y perdón 

En el caso del asesinato de Mateo, en apenas 36 horas se ha conocido el autor confeso de los hechos. La inmediatez de los acontecimientos es un factor que también influye en cómo se transita el duelo. "Que se conozca al autor del crimen puede contribuir a que poco a poco vaya volviendo la seguridad percibida en la comunidad. Para la familia de Mateo, conocer al culpable y verlo enfrentar la justicia puede proporcionar un sentido de cierre y reducir la incertidumbre, pero no podrá atenuar las sensaciones y el malestar psicológico actual", apunta Mariela Feliz.

Y es que, como González comentaba, "conocer al autor del crimen no repara la pérdida, pero de alguna manera es mejor, menos complejo que cuando esto se desconoce".

"Nuestro cerebro está preparado para resolver problemas, entender las situaciones y si le falta información, se inquieta. Es más fácil trabajar cuando alguien tiene el proceso cerrado en círculo y a partir de ahí empieza a caminar. De todas maneras, conocer el autor no cierra todavía nada, queda un proceso judicial y un montón de situaciones que van a abrir la herida y a echar sal en ella". Esta reflexión de la neuropsicóloga pone el foco en las posibles recaídas y el dolor que llegará a posteriori en el proceso de aceptación.

¿Culpa?

La psicología contempla una condición que se conoce como 'la culpa del superviviente'. Esta se experimenta cuando una persona siente culpabilidad de forma arrolladora por haber sobrevivido a un evento traumático, mientras que otros no.

En el caso de la madre de Mateo, no estaba presente en el momento del ataque y es por ello por lo que Sonia Práxedes, a título personal, no baraja la opción de que este sentimiento como tal pueda surgir. "En la fase de negociación y de ira sí puede enfadarse con Dios, con el mundo o con el karma. Pensar 'por qué yo sigo viva y te lo has llevado a él', pero es otro tipo de culpa", asegura.

"La culpa se puede dar en los padres, también en los seres queridos o los amigos que estaban con él ese día. Podrían sentir muchísima culpa y también podrían tener la creencia de que ellos no merecían vivir, mientras que Mateo sí. Con esto hay que tener muchísimo ojo y estar atentos para buscar ayuda profesional en cuanto antes", alerta con precaución Mariela Feliz.

"Es culpa traumática", suscribe José González. "Es culpa vincular, que tiene que ver con el tipo de relación que tenía con el objeto del duelo, es decir, la relación entre la madre y el hijo".

También se da la culpa social. La sociedad mal maneja las situaciones de duelo, especialmente en casos mediáticos que resultan dolorosos. "Nos crían, nos educan y a veces hasta nos forman de espaldas a la muerte y de espaldas a las emociones desagradables", asevera González. 

Cada emoción es necesaria y merece ser sentida para poder transitar cualquier tipo de pérdida, y ahí es fundamental el trabajo de todos estos expertos. "Se trata de ayudar al doliente a sostener sus emociones desagradables". 

Protocolo de ayuda

La pluralidad de personas, así como la infinitud de maneras de transitar un duelo traumático, dificulta la elaboración de un protocolo estandarizado por ley, pero por lo general se toman en cuenta unas pautas de actuación. "Se realiza una intervención apoyada en la medicina, por ejemplo, en farmacología y en psiquiatras, y otros seres queridos y familiares cercanos que sirvan de apoyo en un primer momento", indica Feliz. 

"De hecho, me dedico en parte a formar a esos cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Hay protocolos de actuación que van de dar espacio y tiempo a la persona, pero también de brindar asistencia terapéutica disponible en el momento de la comunicación, días, semanas, meses e incluso años después", comparte José González.

Las actuaciones que se deben llevar a cabo en respuesta a una situación como esta han de ser multidisciplinares bajo un enfoque biopsicosocial. La manera de verlo desde Aequa Psicología es que "la intervención a cargo de un profesional de la psicología es fundamental para poder aceptar la realidad de la pérdida y comprender que la persona se ha ido, no solo desde el plano cognitivo, sino desde lo emocional. Y para poder adaptarnos a vivir en un medio en el que nuestro ser querido ya no está, asumir nuevos roles y poder planificar el futuro. No consiste en renunciar a la persona fallecida, sino tratar de recolocarla para recordarla de una manera adaptativa que nos permita vivir, aunque el recuerdo esté acompañado de tristeza".