Con la llegada de septiembre, hay quienes se lo replantean como un nuevo inicio de año. Vuelta a la rutina, nuevos propósitos o, incluso, continuar con aquellos que dejamos a medias en las vacaciones.
El final del verano supone retomar de nuevo todos los buenos hábitos que habíamos implementado hasta ahora, con el fin de mantenernos saludables por mucho tiempo y con las defensas cargadas para hacer frente a los cambios de temperatura que se aproximan.
Aunque la fruta y la verdura sean opciones excelentes, que por nada del mundo deben faltar en nuestra dieta, hay alimentos que seguro tenemos en el frigorífico a los que no prestamos tanta atención. Pero que, en ocasiones, pueden llegar a ser incluso más beneficiosos, como la mantequilla.
Beneficios de la mantequilla
La mantequilla es un producto lácteo derivado de la crema o nata de la leche, y ha sido utilizada desde hace siglos como un ingrediente esencial en la cocina debido a su sabor, textura y versatilidad.
Sin embargo, a pesar de los halagos por parte de muchos, su alto contenido en grasas saturadas y colesterol ha sido objeto de atención en cuanto a su impacto en la salud, especialmente en lo que respecta a las enfermedades cardiovasculares y en la prevención de un envejecimiento saludable.
A pesar de su reputación, la mantequilla contiene ciertos nutrientes con propiedades antioxidantes que pueden tener efectos beneficiosos sobre la salud y el envejecimiento. En particular, algunos de como las vitaminas liposolubles y ciertos ácidos grasos.
Desde un punto de vista nutricional, la mantequilla es una fuente rica de vitamina A, importante para la salud ocular, el sistema inmunológico y el buen funcionamiento de las membranas celulares. No obstante, este compuesto destaca por ser uno de los antioxidantes más destacados del alimento.
La vitamina A es una vitamina liposoluble crucial para la salud de la piel, los ojos y el sistema inmunológico. Desempeña un papel importante en la regeneración celular y la producción de colágeno, que es esencial para mantener la piel elástica y firme, un aspecto que perdemos a medida que envejecemos.
También contiene pequeñas cantidades de vitaminas D, E y K2, esta última clave para la salud ósea, ya que juega un papel importante en la movilización del calcio hacia los huesos y los dientes.
La vitamina E es otro potente antioxidante que combate el daño causado por los radicales libres en el cuerpo, moléculas inestables que pueden dañar las células y acelerar el envejecimiento, por lo que un consumo moderado de mantequilla puede protegernos del estrés oxidativo.
Además, la mantequilla contiene ácidos grasos de cadena corta y media, como el ácido butírico, que tiene propiedades antiinflamatorias y puede favorecer la salud digestiva.
La inflamación crónica es uno de los factores que contribuyen al envejecimiento prematuro y a la aparición de enfermedades degenerativas. El ácido butírico, al tener un efecto antiinflamatorio, puede ayudar a reducir el estrés en las células y los tejidos, contribuyendo a una mejor salud general y, potencialmente, a un envejecimiento más saludable.
Algunos estudios también han sugerido que los ácidos grasos presentes en la mantequilla pueden tener efectos beneficiosos para la función cerebral y la regulación hormonal.
Cómo añadir la mantequilla a nuestra rutina
A pesar de todos los beneficios de la mantequilla, el alto contenido de grasas saturadas de la mantequilla ha generado preocupaciones de salud. El consumo excesivo de estas grasas está relacionado con un aumento en los niveles de colesterol LDL (conocido como "colesterol malo"), lo que puede incrementar el riesgo de desarrollar enfermedades del corazón.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las grasas saturadas no deben superar el 10% de la ingesta calórica diaria total. Para un adulto que consume alrededor de 2000 calorías al día, esto significa que no más de 200 calorías deberían provenir de las grasas saturadas, lo que equivale a aproximadamente 22 gramos de este tipo de grasa.
En este contexto, la mantequilla, que contiene aproximadamente 7 gramos de grasas saturadas por cada 30 gramos (dos cucharadas), debería ser consumida con moderación dentro de una dieta equilibrada. Por ello, con solo una cucharada, una o dos veces por semana, como máximo, es una dosis adecuada.