“¿Sabes qué pone aquí? Pone Bloomberg, ¿no? ¿Crees que me importa el dinero?”. Michael Rubens Bloomberg (Boston, 1942) respondía así en su despacho a un asesor que intenta disuadirle de la compra de una revista. El objetivo era Business Week, una de las enseñas de economía más reconocidas, y el precio, unos 5 millones de dólares. Corría el año 2009 y la cabecera pasó engrosar el imperio de información económica de Bloomberg.
Para Mike, en efecto, no era dinero. Es una de las anécdotas que jalonan el historial de este multimillonario y que, de vez en cuando, cuentan sus antiguos empleados. Su fortuna es una de las diez mayores del mundo. Se acerca a los 40.000 millones de dólares de patrimonio estimado y, sin embargo, ni siquiera aparece en la lista de multimillonarios Billionaires que elabora la agencia de noticias que fundó, a la que da nombre y que todavía hoy es de su propiedad. Sí sale, en posición de honor (octavo), en la que elabora una vez al año la publicación Forbes.
De visita a Barcelona
En 2002, con el respaldo del Partido Republicano, accedió a la alcaldía de Nueva York con el objetivo de reconstruir la ciudad tras los atentados del 11-S. Millonario a raudales -se le considera el neoyorquino más rico-, se autoimpuso un salario de 1 dólar anual como servidor público y ocupó el puesto durante tres mandatos, de 2002 a 2013. Su objetivo era devolver a la ciudad y a la sociedad parte de su éxito como empresario.
Se trata de una práctica común en la cultura anglosajona: dedicar años profesionales como servidor público. Con su imperio empresarial ya consolidado, Bloomberg se dedicó pronto a las actividades filantrópicas y caritativas a través de su fundación Bloomberg Philantropies.
Ya como alcalde encontró que la mejor manera de ayudar a la sociedad era mejorando la vida en las grandes urbes. Precisamente, los premios a las mejores prácticas en grandes ciudades le han llevado en los últimos días a Barcelona, que el pasado año recibió el premio de la Fundación Bloomberg por su proyecto ‘Vínculos BCN’ para mejorar los servicios a la tercera edad.
La terminal
Bloomberg creció en un acomodado barrio de Boston. Estudió en Yale, en Nueva York, y comenzó su carrera financiera en los años 70 en Salomon, un firma de inversiones que tras sucesivas fusiones (Smith Barney) acabaría absorbida por Citigroup en los años 90. Allí dirigió el área tecnológica hasta la salida a bolsa del banco en 1981, según la biografía oficial del empresario.
En ese momento salió de la firma y montó su ‘startup’ (Innovative Market Solutions) para la venta de terminales de datos financieros. La llamó MarketMaster y el banco de inversión Merrill Lynch fue el principal respaldo de la aventura con 30 millones de dólares de inversión por el 22% de las acciones, con un valoración de 136 millones.
El resto quedó en manos de Mike y otros socios fundadores. Además compró los primeros 22 equipos. En poco tiempo se hizo muy popular entre los banqueros de Wall Street. Seis años más tarde alcanzaría las 5.000 terminales activas y cambió el nombre a Bloomberg LP, la marca que le ha acompañado hasta hoy. En 1989, la empresa recompró un 10% a Merrill Lynch por alrededor de 200 millones, valorando la tecnológica financiera en más de 2.000 millones.
Si en los años 80 la terminal se hizo popular, en los 90 alcanzó un auge sin precedentes en el mundo financiero conforme la firma evolucionó su actividad hacia una agencia de noticias multimedia. Hoy tiene más de 2.000 periodistas especializados a su servicio, otros tantos comerciales que venden el servicio y otra legión de ingenieros, programadores y personal de soporte. Con el paso del tiempo, Bloomberg había completado la conexión de su herramienta de consulta de datos y gráficos con la propia operativa de los mercados: desde Bloomberg se podía operar directamente, comprar y vender activos como acciones o bonos.
Han pasado tres décadas y hoy son 330.000 ‘bloombergs’ en todo, conectadas a una red de contenidos financieros sin parangón. En el interior de esta exclusiva telaraña se tejió un módulo de mensajería instantánea que, en la última década, ha sido el mercadillo para negociar de miles de grandes colocaciones de acciones, bonos o empresas. Es una de las herramientas preferida de los brókers (intermediarios por bienes ajenos) y de los traders (inversores y gestores que invierten su propio dinero).
Este exclusivo WhatsApp financiero no está al alcance de todos. Se estima que el promedio de ingresos anual de un usuario con Bloomberg -que cuesta cerca de 30.000 dólares anuales- ronda los 400.000 dólares. La influencia de este exclusivo club sobre los mercados financieros es amplia. Un reciente apagón en el sistema de terminales durante la pasada primavera se convirtió en sí misma en una incertidumbre que hizo caer a las bolsas durante horas hasta que se solucionó el error y ‘la Bloomberg’ volvió a estar operativa.
Un perfeccionista de su empresa
Con 72 años, Bloomberg ha vuelto a llevar las riendas de la empresa que fundó en los 80 tras su paso por la alcaldía de Nueva York. Su regreso este año se ha notado en todos los niveles y detalles, por ejemplo, el cambio de las tarjetas de visita de la empresa. “Ahora son más sobrias que antes”, cuenta un empleado actual de la firma. Entre sus decisiones tras recuperar la vara de mando, Mike abogó por rediseñar la web Bloomberg.com, uno de los grandes lanzamientos del grupo en los últimos años.
Fue rediseñada por completo en 2014 bajo la dirección de Joshua Topolsky, cofundador de The Verge, pero su aspecto no terminó de gustar al fundador. “Está hecha por hipsters para hipters neoyorquinos de pantalones ajustados”, cuentan que dijo. La salida de Topolsky y del anterior consejero delegado, Daniel Doctoroff, se han producido ya bajo la dirección del exalcalde. Las cosas han ido bien para la empresa, que casi ha duplicado su facturación entre 2007 y 2014, de 5.400 a 9.000 millones de dólares.