Las facciones palestinas habían declarado para este martes otro “Día de la Ira”, instando a continuar la campaña de atentados llevados a cabo por los llamados “lobos solitarios” en todo Israel. El balance es de los peores desde que se desató la nueva oleada de violencia: tres víctimas mortales israelíes y cuatro palestinos más 20 heridos, algunos de gravedad, en diversos atentados en Jerusalén y otros enclaves en un solo día. En la ciudad santa la tensión se palpa en cada esquina, y son miles los soldados y policías desplegados en estaciones, mercados y portales. El alcalde, Nir Barkat, ha propuesto imponer un estado de sitio en zonas de Jerusalén Este para intentar frenar los ataques. En Ashdod, cerca de la Franja de Gaza, las maniobras de los cazas provocan un estruendo constante. Los israelíes están tensos y existe un sentimiento generalizado de que un nuevo choque a gran escala puede estallar en cualquier momento.
Mientras que en las últimas dos semanas han muerto siete israelíes y veintinueve palestinos en distintos enfrentamientos violentos, que empezaron con el asesinato a balazos de una pareja de colonos judíos, la “burbuja” pacífica de Tel Aviv se ha mantenido relativamente tranquila. Solo la semana pasada se alteró la rutina en la capital financiera de Israel, cuando un palestino armado con un destornillador atacó a una soldado y cuatro peatones antes de ser abatido a tiros por un oficial de las fuerzas aéreas. En el distrito de Yaffo, el único punto de la ciudad con población mixta musulmana y judía, un grupo de manifestantes árabes salieron a la calle la semana pasada para solidarizarse con los palestinos de Jerusalén Este y Cisjordania; solo hubo altercados leves.
Yaffo es uno de los enclaves más vibrantes de “la ciudad que nunca duerme”. A los pies de su histórico puerto se erige el casco antiguo, que da fe de las numerosas conquistas y civilizaciones que lo ocuparon en el pasado. Actualmente, es un bullicio de turistas, galerías de arte y restaurantes. El centro del barrio es desde hace años el lugar de moda para la juventud local, que suele abarrotar los bares modernos y los mercadillos callejeros. Los artesanos de alfombras y antigüedades aportan un carácter añejo al lugar. Los comercios, regentados a la par por árabes y judíos, se benefician del constante tráfico humano que colapsa los antiguos y maltrechos callejones. Los minaretes coronan el skyline, y la llamada al rezo de los imanes retumba en el ambiente. Por ahora, la presencia de policías y soldados es inexistente.
No obstante, el estallido violento de las últimas semanas ha afectado a la rutina del barrio. Son pocos los turistas que se acercan, y los vendedores aguardan esperando que las multitudes regresen. Ameer Hantuli, un joven árabe nacido en Jenin (Cisjordania), insiste a los transeúntes para que tomen asiento en su puesto de kebab de aspecto oriental, ubicado a pocos metros de la emblemática Torre del Reloj. Cuatro trabajadores esperan tras el mostrador y tan sólo hay una mesa ocupada. “Las cosas están normal aquí, aunque hay muy poca gente”, reconoce.
Cómo consiguen convivir en Yaffo
A escasos metros, el joven judío Hen Shabtay conversa con su compañera de trabajo en un puesto de café hipster. Normalmente es imposible encontrar hueco aquí, pero hoy solo una pareja de extranjeros toma el almuerzo. Hen afirma que en Yaffo “la situación está calmada y en unos días mejorará. Somos buenos vecinos, aquí mismo trabaja un árabe y nos llevamos muy bien, no hay problemas”. A fin de cuentas, asegura que a los árabes no les interesa la violencia, porque también afecta a sus comercios. Según él, los que apedrearon un bus la semana pasada “son los más desesperados, porque viven una mala situación económica, pero acaban dañando a los suyos”.
El periodista Henrique Cymerman, que lleva años cubriendo el conflicto y reside cerca de Yaffo, apunta que “es importante que se mantenga el equilibrio. El Movimiento Islámico de Israel intenta enviar gente a la calle y que se manifieste para echar leña al fuego. No obstante, la mayoría de la población árabe y judía vive allí sin problemas”. Cymerman remarca la sorpresa de muchos al ver árabes manifestándose, algo inédito desde el inicio de la Segunda Intifada en el año 2000. “Hay un potencial de tensión, pero todos tienen mucho más a perder”, afirma refiriéndose a las pérdidas económicas. Los árabes palestinos de Jerusalén no son realmente israelíes - tan solo tienen una identificación que les permite moverse en la ciudad-, y no pretenden obtener la ciudadanía del Estado judío. En cambio, “los árabes en Yaffo y otras ciudades mixtas en Israel quieren solidarizarse con los palestinos, pero al final pagan impuestos como todos y están más integrados en la sociedad”, remarca el reconocido periodista.
En la terraza de un bar en la arteria principal de Yaffo aguarda Yuli Yunger, una joven y risueña camarera. Está montando más mesas en la terraza de su restaurante, por si a la noche se anima el cotarro. “¿Estás tomando fotos del vacío?”, pregunta. Yuli dice que intenta estar desconectada de la política y la televisión, pero con la violencia de estos días se hace imposible. “Yo amo a todo el mundo. Hay quienes se estresan, pero yo no tengo miedo”, afirma convencida mientras se toma un respiro. Como la mayoría, Yuli está alerta cuando camina o utiliza el transporte público, pero está convencida de que tarde o temprano la situación volverá a su cauce. “No sé cómo solucionar el conflicto, seguro que no será a corto plazo. Pero creo que hacen falta más mujeres entre los que mandan. Las mujeres somos más dialogantes”, asegura con convicción.
A pocos metros, los jóvenes árabes Imad y Amir se relajan en el sofá de su bar, que rezuma olor a café árabe y shihsha, la clásica pipa de tabaco aromatizado tan popular entre la juventud palestina e israelí. El local está vacío y se resignan mirando la televisión. Les encanta el fútbol, y preguntan cuándo se curará Messi para poder volver a disfrutar de sus regates. Como la mayoría, reconocen que el barrio se mantiene tranquilo, pero necesitan que la calma se restablezca en Israel para que los judíos de toda la ciudad vuelvan a venir a Yaffo.
En un barrio residencial cercano al núcleo comercial vive Oriol Arad, un joven catalán de origen israelí que se mudó a Tel Aviv años atrás para trabajar de traductor. Oriol mantiene la tranquilidad: “Pienso en comprar el pan, no en que me van apuñalar”, dice sin titubear. Como la mayoría, se limita a “vigilar un poco más”. Vive cerca del local de hummus -esa típica crema de garbanzos oriental- “Abu Hassan”. El lugar es un verdadero termómetro de lo que pasa en Yaffo. Un sábado al mediodía la cola en la entrada del local “puede superar las 30 o 40 personas, pero el fin de semana pasado estaba totalmente vacío, solo había unos pocos árabes”, cuenta. En su opinión, “esta ronda de violencia se alargará. Son ataques puntuales, aislados y desorganizados”, dice Oriol, que a su vez pueden generar contraataques de judíos contra árabes que “querrán tomarse la justicia por su cuenta. Las autoridades israelíes y palestinas deben calmar el discurso, que los políticos y periodistas dejen de incitar a ambos lados”, opina.
Cerca de una antigua mezquita del barrio, Haïm recoge las frutas del mostrador y se dispone a cerrar su puesto de zumos. “El de aquí al lado es árabe. Esto nos afecta a todos por igual. Vuelve mañana y te muestro bien la tienda, a ver si viene más gente”, comenta mientras cierra la persiana cuando el reloj apenas marca las cinco de la tarde. Cerca de él observa la escena Elgamish, judío de origen turco que regenta una tienda de compraventa de electrodomésticos. “Tienes aspecto de judío, anda con cuidado”, exclama mientras da sorbos a su café oscuro y fuma incesantemente. Antes de la puesta del sol la mayoría de negocios ya habían bajado sus persianas, pero la juventud poco a poco volvía a tomar las terrazas, confiando en que la calma vuelva para quedarse.