Mucho antes de estar recluido en una celda de la Gendarmería vaticana, Lucio Ángel Vallejo Balda llegó un día a la iglesia parroquial de Villameca, un pueblo de unos 90 habitantes a unos 20 minutos de Astorga y a una hora de León.
La visita tenía un objetivo inequívoco: anunciar que el obispado ponía a la venta la casa rectoral, un edificio de una planta con muros de ladrillo y tejado de pizarra donde solía vivir el cura asignado a la localidad. “Es muy sencillo”, dijo Vallejo, que entonces era el responsable económico de la diócesis de Astorga. “Habrá un número de teléfono al que cualquiera podrá llamar y hacer una oferta”.
Unos meses después y sin una subasta pública de por medio, el obispado cerró la transacción. El trato no lo anunció Vallejo sino el párroco José García, escandalizado porque la casa rectoral no se había vendido al mejor postor. El ecónomo se la había entregado por una cifra ridícula a la hija de una mujer que aún vive en el pueblo y que trabajó como limpiadora en uno de los seminarios de la diócesis.
“Nuestro cura exhibió desde el altar un cheque de 10.000 euros y dijo que cada uno sacara sus conclusiones”, recuerda Carlos Cabezas, presidente de la junta vecinal. “¿Pero cómo que 10.000 euros si se pagó más?”, gritó desde uno de los bancos de la iglesia uno de los miembros de la familia que había comprado el inmueble, sembrando dudas sobre el importe y sobre la legalidad de la transacción.
El episodio dejó una huella profunda entre los vecinos de Villameca, que aún perciben la venta como una injusticia y acusan a Lucio Ángel Vallejo de maniobrar para colocar a dedo la propiedad.
“Un policía retirado había ofrecido 44.000 euros y un señor de una inmobiliaria madrileña le dijo a un vecino que estaba dispuesto a pujar hasta el final", dice Cabezas. "Pero los compradores llamaban al teléfono que les habían dado y un tipo les decía: ‘Hombre, se queda usted corto… Por esa cifra no hay nada que hacer”.
Un obispo enfurecido
"Les aseguraban que alguien había ofrecido más dinero pero la casa se vendió por una miseria. ¿Por qué la diócesis no hizo una subasta pública para vender la casa rectoral?”, se pregunta Carlos Cabezas en la sala del consultorio médico del pueblo donde guarda las actas manuscritas de la junta vecinal.
Sin embargo, Puri Vallejo, quien finalmente se hizo con la casa junto con su marido, asegura a este periódico que, después de un año a la venta, no hubo más ofertas: "El gestor me comentó lo siguiente: durante ese tiempo sólo recibió una llamada ofreciendo una cantidad (la mía) y que las llamadas que había recibido eran sólo para preguntarle dónde iría ese dinero destinado". Y se pregunta: "Si alguien hubiera ofrecido como se dice más dinero, ¿creen que cogerían la cantidad menor?".
Cabezas es ebanista y ha ejercido durante varias legislaturas como presidente de la junta vecinal de Villameca y como concejal socialista de Quintana del Castillo, el ayuntamiento al que pertenece la localidad. El pueblo se encuentra en el corazón de la comarca de La Cepeda. Sus habitantes viven de la agricultura y la junta vecinal ingresa unos 15.000 euros anuales por los permisos de un coto donde los urogallos conviven con corzos y jabalíes que matan los cazadores de la región.
El presidente de la junta vecinal es amigo desde hace décadas del párroco José García y se encendió al enterarse de que el obispado le había apartado de la parroquia por expresar su oposición a la transacción.
“Vallejo venía a menudo a comer a casa de la mujer cuya hija compró la casa”, dice Cabezas sobre la venta. “Aquí lo tenía todo atado y bien atado. Pero el cura del pueblo le jodió el plan al enseñar el cheque y por eso no le dejaron volver”.
Todavía hoy muchos vecinos de Villameca van a misa al pueblo de al lado en señal de apoyo a su cura de siempre, que acató la orden del ecónomo Vallejo por temor a perder la pensión y su plaza en la residencia sacerdotal.
Indignado por la decisión, Cabezas se presentó en Astorga con otros cuatro vecinos para ver al obispo Camilo Lorenzo. Recuerda que no fue fácil conseguir cita y que prepararon la reunión para no hablar todos a la vez.
Los vecinos de Villameca le pidieron a Lorenzo que dejara volver al cura y que usara el dinero de la venta de la casa para hacer algunas mejoras en la iglesia parroquial. Su reacción fue “autoritaria, chulesca y prepotente”, según explica el acta de la junta vecinal. “A mí la iglesia del pueblo me importa un pimiento. Como si la cierran”, espetó el prelado según dos personas que estuvieron presentes en la reunión.
Un tipo listo
El cerebro de aquella operación que sublevó a los vecinos de Villameca fue Lucio Ángel Vallejo, que ejerció como ecónomo de la diócesis de Astorga desde 1989 hasta su nombramiento en 2011 como secretario de la Prefectura de Asuntos Económicos del Vaticano por el papa Benedicto XVI.
Se podría decir que un ecónomo es el tesorero de una diócesis. “Es el encargado de gestionar las fundaciones eclesiásticas y los sueldos de los sacerdotes”, explica una persona que prefiere no dar su nombre y que conoce bien las finanzas de la Conferencia Episcopal. “Para un ecónomo es importante sobre todo gestionar bien los gastos. No es lo mismo que cada parroquia contrate por su cuenta la luz, el gas o las obras o que haya una persona en la diócesis que negocie precios especiales y llegue a acuerdos globales con las empresas energéticas o con las instituciones. Vallejo era una persona que se movía mucho y tenía ideas innovadoras. Enseguida te dabas cuenta de que destacaba sobre los demás ”.
Esas ideas innovadoras no siempre lograron sus propósitos. Fue Vallejo quien decidió que la diócesis invirtiera en la firma Gescartera unos 340.000 euros que sólo recuperó después de personarse en el juicio contra sus responsables y fue también él quien tomó la decisión de gestionar el patrimonio de la diócesis a través de una Sicav: una sociedad especial que utilizan las grandes fortunas para tributar al 1% y esquivar durante un tiempo la presión fiscal.
El 99,7% del capital de la sociedad pertenece al obispado de Astorga según el registro oficial de la CNMV, que desvela que cerró el ejercicio de 2014 con unos activos de 5,5 millones de euros y que está gestionada por el Santander. Vallejo presidió la sociedad desde febrero de 2008 hasta septiembre de 2012. Fue una de sus innovaciones como gestor.
La otra fue la carrera por registrar inmuebles de propiedad dudosa a nombre de la diócesis. Ocurrió con la casa rectoral de Villameca pero también con propiedades en pueblos como Quintana del Castillo o San Feliz de las Lavanderas, donde el obispado vendió la casa del cura por unos 60.000 euros.
Ningún caso fue tan polémico como el de San Andrés de Montejos, una localidad a las afueras de Ponferrada cuyos vecinos llevaron al obispado a los tribunales por entregar a una constructora una casa parroquial construida por los vecinos en 1866.
Los curas que fueron pasando por el pueblo apenas ocuparon la propiedad, que se fue alquilando a terceros hasta que el ecónomo Vallejo se la vendió en 2007 a una constructora que derruyó el edificio y levantó unos chalés adosados sobre el solar.
Los vecinos de San Andrés llevaron a juicio a la diócesis de Astorga. Pero el juez no les dio la razón y el obispado les hizo pagar las costas del juicio y se quedó con los beneficios de la operación.
El registro de propiedades de titularidad dudosa tiene un nombre técnico: inmatriculación. Alejandro Torres Gutiérrez, catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad Pública de Navarra, explica que el origen de esta práctica cabe encontrarlo en una reforma de la Ley Hipotecaria que aprobó el Gobierno de José María Aznar en 1998.
El artículo 206 de la norma y el artículo 304 de su reglamento equiparan a los responsables diocesanos con los funcionarios públicos acreditados para inscribir bienes en el registro. “Resulta que se ha invertido la carga de la prueba”, explica Torres. “Al obispo le basta con su firma para decir que un inmueble es suyo, pero un ayuntamiento tiene que encontrar pruebas (archivos, documentos ...) para recuperarlo”.
La ley ha permitido a las diócesis registrar miles de propiedades en distintos pueblos de España. Algunas sin apenas valor como la casa rectoral de Villameca y otras situadas en terrenos cuyo precio se disparó como fruto de la especulación. El ecónomo Vallejo contrató a una aparejadora que ayudó a agilizar ese proceso y a mejorar los ingresos del obispado en los mejores momentos para el sector de la construcción.
El actual ecónomo de la diócesis de Astorga, Víctor Manuel Murias Borrajo, no ha querido ofrecer su versión sobre esta práctica ni sobre el trabajo de su predecesor.
Más arquitecto que cura
Lucio Ángel Vallejo Balda nació en el pueblo riojano de Villamediana de Iregua el 12 de junio de 1961. Sus padres lo enviaron al seminario menor con ocho años y allí fue cultivando una vocación que lo llevó primero a Burgos y luego a Salamanca, donde se doctoró como teólogo y cursó estudios de Derecho por la UNED.
Fue ordenado sacerdote en agosto de 1987 por el obispo de Astorga, Antonio Briva Miravent. Briva era un intelectual catalán que jugaba al poker, bebía whisky y fumaba tabaco rubio sin filtro. Murió de un infarto mientras desayunaba el 20 de junio de 1994 y está enterrado en una de las naves laterales de la catedral.
La diócesis de Astorga incluye casi mil parroquias desperdigadas por varias comarcas de Orense, León y Zamora. La inmensa mayoría de los curas trabajan en pueblos pequeños lejos de los grandes núcleos de población.
El primer destino que el obispo Briva encomendó a Vallejo fueron un puñado de pueblos de Sanabria. Pero aquella etapa apenas duró tres años. Sin haber cumplido siquiera los 30, el obispo Briva lo nombró ecónomo de la diócesis y lo colocó al cargo de 13 pueblos de la comarca de la Cepeda: entre ellos Culebros, Villagatón o Vega de Magaz.
Allí dejó una buena impresión entre los vecinos, que lo recuerdan como un sacerdote refinado y preocupado por el cuidado de los templos. “Aquí dicen que hizo mucho por restaurar las iglesias”, me dice la secretaria del Ayuntamiento de Magaz de Cepeda. “La gente dice que decía la misa muy rápido y que era más un arquitecto que un cura”.
Un ejemplo es la iglesia de Vega de Magaz, donde colocó un retablo elaborado en madera de cedro y recubierto con pan de oro para albergar una talla de la Virgen de la Asunción que data de 1786. El sacerdote recaudó miles de euros en donaciones que usó para cambiar los bancos de la iglesia, mejorar la iluminación y colocar un suelo de mármol que los vecinos enseñan con orgullo todavía hoy.
“Eran obras necesarias”, explica Pascual, que ejerce como secretario en el Ayuntamiento de Villagatón. “En Brañuelas reformó la iglesia por fuera, arregló la torre y puso campanas. Aquí no nos sorprendió nada que lo fichara el Papa. Lo de ahora nos extraña. No entendemos qué ha podido ocurrir”.
Pasión por figurar
Varias personas han subrayado que el padre Vallejo era especialmente popular entre las mujeres. “Es un tipo atractivo y sabe tratarlas con delicadeza”, dice Miguel Ángel Domínguez, autor del blog La Cepeda Noticias y estudioso de las peregrinaciones por el Noroeste español. “En estos pueblos de la Cepeda han criticado a todos los curas y Lucio en cambio los ha hechizado. Tiene un carisma espectacular”.
Pocos comprenden aquí el arresto del sacerdote. Tampoco la dueña del mesón Pandorado de Cogordelos, donde Vallejo almorzaba a menudo durante sus años como párroco de los pueblos de la comarca: “Estaba en la cima de su carrera. ¿Para qué estropearlo todo así?”.
Es una pregunta por ahora sin respuesta sobre la que algunos vecinos de la Cepeda ofrecen una explicación: la ambición desmedida del ecónomo y su pasión por figurar.
Un vecino de Quintana de Castillo que prefiere no dar su nombre cuenta que una vez llegó casi a las manos en una sacristía con otro sacerdote al que intentó arrebatar la gestión del proceso de beatificación del trinitario Segundo de Santa Teresa, uno de los mártires de la Guerra Civil canonizados por en octubre de 2007 por el papa Benedicto XVI. Era una oportunidad para entablar una relación con el Vaticano que el ecónomo no quería desaprovechar.
Los vecinos de la Cepeda cuentan que el ecónomo no tenía que hacer cola en las sucursales bancarias y que los constructores lo cortejaban por su poder para distribuir solares y encargar obras en los templos de la región.
La burbuja sacra
Ningún constructor fue tan cercano a Vallejo como Victorino González, fundador de la Constructora Cepedana. González nació en 1949 en la comarca donde el ecónomo ejerció como sacerdote y se hizo de oro durante la burbuja inmobiliaria a base de conexiones con los políticos de la provincia de León.
Durante años perteneció a la comisión económica del obispado y ejerció como presidente de la Cámara de Comercio de Astorga. En 2004 los políticos que formaban el consejo de administración de Caja España lo eligieron presidente sin importarles que debiera ocho créditos por valor de 14 millones de euros a la entidad.
Su relación con la diócesis ayudó a González en distintos momentos de su carrera. Su constructora recibió el encargo de convertir el seminario menor de La Bañeza en una enorme residencia de ancianos. También una licencia para construir 54 viviendas en 2007 en unos terrenos que hasta entonces pertenecían a la diócesis.
Unos años antes de transferir esos terrenos a la constructora de González, Vallejo había comprado dos solares de 630 y 580 metros cuadrados en una urbanización situada a las afueras de Astorga. Dos meses después, recibió del ayuntamiento una licencia para construir.
El chalé del sacerdote tuvo un presupuesto de 41.468 euros. El aparejador que aparece en el proyecto es el propio Victorino González, cuya constructora era la promotora de la urbanización. La arquitecta es su hija Virginia González Rebollo, que ganó con el chalé del cura el Premio Castilla y León en 2007 a la mejor vivienda unifamiliar.
Según explicaba unos meses después del galardón la página Decoramus, al edificio se le aplicaron distintas dosis de colorante “hasta conseguir un hormigón con una textura y color inspirados en la tierra arcillosa del entorno, de forma que se integra en el paisaje y al mismo tiempo adquiere una identidad propia”.
González Rebollo explicó al recibir el premio que Vallejo sugirió las formas de la casa exhibiendo un libro donde aparecía una casa del arquitecto francófono Le Corbusier.
Un lugar especial
Hoy es difícil apreciar las cualidades de la propiedad por la espesura creciente del jardín, donde frutales, abetos y cipreses contribuyen a enfatizar la intimidad de este refugio al que su propietario bautizó como “Casa de Descanso” cuando lo encargó.
Dos mastines leoneses ladran al otro lado de la verja del edificio, cuyo propietario nunca ha residido aquí con regularidad. Así lo explica el vecino de al lado, Pedro Santos, que es el propietario de los perros que campan a sus anchas entre una y otra propiedad.
“Aquí sólo viene gente a husmear y a robar”, espeta al ver a unos extraños en el vecindario. “Esto no es una urbanización de lujo. ¡Investiguen a Bertone! ¡Eso sí que son lujos y no los que tenemos aquí!”.
Santos tiene miedo de que la notoriedad atraiga a los ladrones, que ya han robado en alguno de los chalés. Desde hace meses, persigue sin éxito a la constructora de Victorino González para que limpie y desbroce los solares deshabitados, que son un peligro para los niños de la urbanización.
Asegura que el ecónomo estuvo aquí en agosto y que sigue viniendo de vez en cuando: “Nos vemos para cenar. Tiene una biblioteca con libros de arte y de teología. Cuando está por aquí, le gusta podar los árboles y cortar el césped. El edificio tiene un solo dormitorio y 80 metros cuadrados. Es una casa pequeña que tiene una bodega con un fregadero. Yo he estado ahí dentro celebrando un cumpleaños con el padre Ángel y le aseguro que es un chalé normal”.
Una espinita clavada
Aquí y en los pueblos de la Cepeda todos conocen a Vallejo como el padre Ángel. En Roma muchos lo recuerdan por ser el sacerdote que repartió la comunión en el suntuoso ágape que reunió a 150 personas en la azotea del edificio que alberga la prefectura de asuntos económicos el día de la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII.
El cardenal Giuseppe Versaldi, prefecto y jefe directo de Vallejo, dijo entonces que el Papa “no había quedado muy contento” al ser informado del evento. Pero para entonces la estrella del español ya había perdido el aura con la que llegó a Roma en septiembre de 2011 reclutado por Benedicto XVI.
Al contrario de lo que se ha publicado, su elección no tuvo que ver con la organización de la Jornada Mundial de la Juventud que se había celebrado en Madrid en agosto de ese año y en la que Vallejo no participó.
Según una persona que estuvo al tanto del proceso, la Santa Sede buscaba candidatos de mediana edad y con experiencia en gestionar el presupuesto de una diócesis. El cardenal Rouco sugirió el nombre del ecónomo de Astorga. A la Santa Sede le gustó que fuera miembro del Opus Dei.
El trabajo que le aguardaba a Vallejo en Roma no era fácil. Recibía la información contable de todas las instituciones, la reunía en un balance y se la entregaba a los cardenales. Si veía algo que no cuadraba, podía solicitar información adicional.
“Enseguida empezó a detectar muchos procesos que había que mejorar e impulsó que hubiera auditorías independientes”, dice una persona relacionada con la Iglesia española que se ha mantenido en contacto con él.
Francisco nombró una comisión asesora que recomendó la creación de dos órganos nuevos: un consejo compuesto por laicos y cardenales y una secretaría de economía cuyo responsable es el cardenal australiano George Pell.
Varios medios españoles publicaron en febrero del año pasado que Vallejo iba a ser el segundo de Pell en esa secretaría. Pero el Papa sorprendió nombrando para el cargo a uno de sus secretarios, el maltés Alfred Xuereb.
La Conferencia Episcopal llegó a frenar la emisión de una entrevista que Vallejo se había apresurado a conceder a la Cadena Cope. No tenía sentido hablar de un nombramiento que no se llegó a producir.
Fuera de lugar
De pronto Vallejo se vio fuera del organigrama. El Papa no lo había nombrado y pertenecía a una prefectura que iba a desaparecer.
“Mi impresión es que se ha labrado muchos enemigos”, dice una persona próxima a la Conferencia Episcopal. “Es una persona muy transparente y dice lo que piensa. En media hora te cuenta muchas cosas y quizá eso no ha gustado a personas que se veían interpeladas por lo que hacía”.
Quienes conocen a Vallejo cuentan que estaba inquieto desde hacía tiempo y que hace unas semanas la gendarmería le pidió que entregara el móvil y el ordenador.
Los secretarios de las prefecturas siempre han tenido el estatus de arzobispos. Pero unas semanas antes del nombramiento de Vallejo el Papa decidió eliminar esa costumbre y dejó al español como simple monseñor. “Quizá es una espinita que tiene clavada”, dice un colega que lo conoce bien. “Muchos te dirán que es una persona pretenciosa. Que se daba ínfulas de ser alguien importante y que tenía unas ganas locas de ser obispo o de mandar”.
Persona non grata
Lejos de la celda donde está recluido Vallejo, los vecinos de Villameca no olvidan su intervención en la venta de la casa rectoral. El presidente de la junta vecinal recuerda cómo el ecónomo lo abroncó el día en que anunció la venta: “Yo creía que sólo habría cuatro viejas. Menuda encerrona me has preparado”.
En la carta de despedida que los vecinos enviaron al párroco apartado por la diócesis, los habitantes del pueblo disparan contra Vallejo: “Todos en Villameca sabemos cuáles han sido los motivos de esta decisión errónea del obispo: hacer caso a una persona que siempre ha buscado beneficiarse y aprovecharse de los bienes del pueblo y de la parroquia utilizando para ello todos los medios a su alcance sin importarle el daño que ha causado a terceras personas. No tiene límite su ambición”.
Unos años después de la venta, las puertas de la casa rectoral de Villameca siguen tapiadas, el jardín está cubierto de maleza y un cordón naranja mantiene cerrada la verja oxidada que da acceso a la propiedad. Su dueña no ha reformado la casa ni la ha derruido para levantar otra en su lugar.
“¿Sabe que aquí al ecónomo todos le llamábamos el ‘pájaro espino’?”, dice con sorna uno de los vecinos antes de alejarse con sus madreñas entre la tempestad.