La peregrinación del dolor por el barrio de Amélie Poulain
Muy cerca de donde ella lanzaba sus piedras, Maurice, Mohamed, Daniel y Ulysse reflexionan sobre la masacre. Los vecinos hacen el camino de la muerte y se aglutinan alrededor de cada escaparate.
15 noviembre, 2015 03:53Noticias relacionadas
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"Hay árabes y judíos. Me encanta"
Los cuatro vecinos que acaban de conocerse recuerdan la noche en blanco que han pasado. "Veía a la gente que corría debajo de casa", cuenta Ulysse. Ninguno se atrevió a pisar la calle hasta esta mañana. "No era el momento de salir", dice Mohamed. "Las balas te pueden alcanzar a 100, 300 metros de distancia", cuenta Maurice, que dice conocer "bien el mundo de las armas". "¿Tienes un arma?", pregunta algo inquieto Daniel.
El profesor jubilado dice no temer por él. "Pero estoy muy triste. Lo siento por mis hijos. Qué mundo les vamos a dejar". "Yo tengo un hijo de tres años. ¿Qué va a ver?", interviene Maurice, que se queja del estereotipo que les cae a los inmigrantes por muy integrados que estén. "Los terroristas son delincuentes. Da igual que sean musulmanes", dice Ulysse. "La república tiene que dar ejemplo". Al joven no le gusta el estado de emergencia. "Los terroristas no tienen género, no tienen perfil, no tienen religión. Son terroristas. Están por todos lados", dice Maurice. "En España tenéis a Batasuna", comenta.
El debate gira hacia las soluciones contra el extremismo. "Lo que podemos hacer es la educación", dice Daniel. "Están excluidos, hay mucho racismo en Francia", ofrece Ulysse. Daniel dice que la culpa es de los guetos y de los extranjeros que no aprovechan el colegio lo suficiente. Pero también reconoce prejuicios. "Por llamarse Mohamed tienen más dificultades que si se llamaran Maurice o René", dice. "Hay muchos prejuicios también en este barrio. Depende de si vives en un lado o en otro", añade Maurice.
Daniel y Mohamed deciden seguir juntos el camino hasta Le Petit Cambodge, la siguiente terraza del terror. Están de peregrinación por los escenarios de la masacre. Como muchos otros, por curiosidad, dolor o desafío frente a quienes los quieren encerrar en casa.
"Quería mostrar mis respetos", dice Ahmed Barak, un kurdo que lleva 15 años viviendo en Francia y que deja unas flores junto a la valla en el bulevar Voltaire que impide llegar hasta el Bataclan, el teatro de 1860 donde fueron masacradas casi un centenar de personas durante un concierto de rock. "Hay que combatirlos. El pueblo kurdo sabe mucho de eso", dice el hombre sesentón y parte de una asociación que se queja de que Francia debería ser más activa contra estados que ayudan a financiar el terrorismo. Junto a él, un chico con una kipá consigue pasar la valla para entrar en su casa. En el otro extremo de la calle, unas mujeres con velo tienen que esperar un poco más para acceder después de mostrar su pasaporte.
Rosas y despedidas
Una rosa azul brillante destaca entre las demás flores, apoyada en las rejas. Los mensajes son para las víctimas, contra los terroristas, por la vida. "En memoria de las personas asesinadas, no os olvidaremos nunca", "para que Francia se levante siempre", "viva Francia". "Larga vida a la vida. Estamos unidos sin ira, sin miedo". Los mensajes, igual que las pequeñas velas y las flores multicolores, se repiten en el recorrido.
Los vecinos hacen el camino de la muerte y se aglutinan alrededor de cada escaparate a debatir, a llorar, a reír. "La vida continúa", dice un cartel a los pies de otro restaurante atacado un poco más abajo.