París

“No pensábamos que esto sucedería aquí. Pero ahora puede pasar en cualquier sitio”, cuenta Lassana R., vecino de 31 años. Es francés, pero sus padres nacieron en Mali. Estudió contabilidad en Epinay-sur-Seine. Es autónomo y sueña con ser pastelero. “Ya casi está todo listo. Están ultimando la página web. En unas semanas lanzaré mi negocio, aquí, en el barrio”. Hace cinco años que se mudó con su mujer a la calle Corbillon, frente al número 10, donde este miércoles se llevaba a cabo un asalto de más de siete horas de duración contra un grupo terrorista ligado a los atentados del 13 de noviembre en París.

Lassana cuenta que no va a dar ninguna explicación a Anissa, su hija de cuatro años. “Me niego. Tampoco sabe nada de lo del viernes. Hoy no ha podido ir al colegio, y ha pasado la noche escuchando detonaciones de granadas, como todos nosotros. He pedido a mi mujer que la tranquilizase y yo me he quedado en la ventana intentando saber qué pasaba. Durante más de una hora el ruido era como el que se escucha en la televisión cuando hablan de tiroteos. Pero nunca piensas que te va a pasar a ti. La primera media hora ha sido insoportable. No había ni una información en los medios, sólo ruidos de balas”.

Lassana es musulmán, como el 45% de la población de este municipio nueve kilómetros al norte de París. De los más de un millón y medio de habitantes, el prefecto de Saint-Denis estimaba en febrero que cerca de 700.000 vecinos eran de confesión musulmana. “Sí, soy creyente”, dice Lassana.“Tengo fe en un dios, no tengo lo que esas personas tienen en la cabeza. Saint-Denis es un barrio popular. Sabemos la fama que tenemos. Un sitio de trapicheos... Bueno, sí es verdad que hay tráfico de drogas, tráfico de armas... Sabemos lo que pasa y en qué zonas. Pero lo de hoy no tiene nada que ver”.

Saint-Denis es la ciudad con más delincuencia de todo el territorio francés, y donde uno de cada tres habitantes tiene menos de 25 años. Saint-Denis es joven. “La gente de aquí no se preocupa por el terrorismo. Bastante tienen con encontrar trabajo”, dice el vecino. El 22,6% de sus habitantes están en paro, según el Instituto Nacional de Estadística.

DEBATE ENTRE VECINOS

Enfrente, un grupo de hombres dialoga cerca del perímetro de seguridad. Se conocen del barrio. El más joven no se separa de su móvil, que actualiza con la esperanza de saber algo más. A ratos el más anciano, Ahmed, mira de reojo el teléfono del joven. “No te van a decir nada más ahí. Ya se ha terminado todo”. Está jubilado. Al preguntarle desde hace cuánto tiempo vive en Saint-Denis. Levanta la cabeza. “Uf... ¡Desde hace más de veinte años! No había visto algo así nunca”.

Lassana también interviene: “Estas cosas demuestran que hasta que no te toca, no te preocupas de verdad. Fíjese lo que pasó en Charlie Hebdo...” Pero el jubilado no está de acuerdo. “Yo quiero que los medios tengan libertad, y nada justifica la violencia. Lo único que digo, es que tienen que ser responsables. El humor está bien, pero fíjese dónde nos llevó forzar la máquina del humor en enero...”

Dice que no cree que sea ceder. “No, simplemente ser responsables de lo que hacemos y de lo que decimos. En el caso de enero fue una venganza por dibujar al profeta. Hoy no tiene nada que ver, estoy de acuerdo...”. Lassana discrepa. “El viernes el motivo no eran unas caricaturas, sino escuchar música en una sala. ¿Tenemos que dejar de escuchar música?”. El anciano vuelve sobre sus pasos: “No, no. Ya le digo que no lo justifico”.

Vecinos son desalojados de la Rue République en Saint-Denis. Benoit Tessier Reuters

Una vecina de unos cuarenta años se acerca. Se llama Leila y tiene un hijo de ocho años que ha dejado en casa. “Lo que pasa es que esto nos toca a todos. Ahora ya no hay Charlie o no Charlie. Ahora estamos todos en el mismo barco, caballero”. El señor responde con un tímido “desde luego”. Unas horas antes, a unos 20 metros de donde se produce esta charla entre vecinos, una mujer kamikaze hacía estallar su cinturón explosivo tras percatarse de la presencia policial. Leila insiste: “Mire, yo vivo aquí, justo al lado de la tienda de Orange. Si fuesen vecinos míos les conocería, he visto las fotos de los sospechosos estos días en la televisión. No son de aquí. Saint-Denis no es esto. Alguien ha tenido que darles cobijo”.

El ambiente es diferente al vivido en las calles de París el fin de semana. Menos tensión, más curiosidad. Al no tratarse de un ataque terrorista, sino de un asalto policial, los ánimos parecen más distendidos.

“Imagínese lo que podrían haber preparado si la policía no llega a pararles a tiempo...”, insiste Lassana, el futuro pastelero. “Cuando yo me instalé aquí hace cinco años me adapté muy rápido. Desde que pusieron en marcha el plan de seguridad antiterrorista en enero, le voy a decir una cosa... Hay menos delincuencia en las calles y se vive mejor”.

Lassana milita en el partido socialista del municipio desde hace casi tres años. Interrogado sobre si el bombardeo en Siria es la respuesta que esperaba de su presidente, dice: “Yo creo que François Hollande ha querido tranquilizarnos. Transmitirnos que cuando tocan a nuestro país, responden por nosotros. Aunque no. No apoyo esa medida. Hay niños, mujeres, hay miseria desde hace años en Siria. Esas bombas, ni siquiera sabemos dónde caen”. Ahora es Leila la que discrepa. “Esas decisiones políticas tienen consecuencias. Hace un momento uno de estos señores [señalando al grupo de hombres que siguen su charla], decía que los periodistas tenían que ser responsables. ¿Y los políticos? ¿No hemos tenido suficiente con esto? ¿Queremos más?”.

La calle Corbillon es perpendicular a la calle de la República, repleta de comercios que este miércoles decidían no abrir sus puertas. Tiendas de ropa, bancos, panaderías, estancos, cafés... Es una de las calles más vivas de la ciudad, transitada por turistas y vecinos.

“Saint-Denis atrae a turistas, aunque no lo crean”, dice Lassana. Señala la catedral frente al ayuntamiento. “Tenemos esta basílica, y si pasea desde aquí hasta el Stade de France verá que no somos un suburbio abandonado”. A su alrededor, jóvenes de no más de 20 años se empiezan a acercar a la prensa. Más de cien cámaras vigilan la zona acordonada. Lassana se percata de los recién llegados y sonríe: “Saint-Denis no está acostumbrada a que le hagan tanto caso”.

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