Google informó cuando finalizaba el Supermartes de las primarias presidenciales de Estados Unidos que la cantidad de búsquedas en el país de la pregunta “¿cómo puedo mudarme a Canadá?” se había multiplicado casi cinco veces.
Fue uno de los primeros efectos concretos del nuevo escenario político que ha dejado atónito al país, con Trump como claro favorito republicano.
El Supermartes -donde una docena de estados acudieron a las urnas- ha sido una bisagra que parece haber encaminado la pelea por la Casa Blanca hacia una elección entre dos extremos: Donald Trump, un empresario multimillonario sin experiencia política, y Hillary Clinton, ex secretaria de Estado e icono del establishment (élite política) demócrata.
Esa contienda, ya palpable, es acorde al inusual momento político que atraviesa Estados Unidos y promete ser agria y dura como pocas. Y aunque aún resta mucho para que se concrete, el martes ya empezó a perfilarse.
“Estados Unidos nunca dejó de ser grande”, ha dicho Hillary Clinton en su discurso, en un ataque directo a Trump. “Una vez que hayamos terminado con todo esto, voy a ir a por una persona, Hillary Clinton”, le ha respondido Trump.
Si bien todavía queda por repartir la mayoría de los delegados -que escogerán al paladín de su formación política en verano-, Trump y Clinton han logrado erigirse como favoritos para convertirse en los abanderados de republicanos y demócratas, respectivamente.
“Si ésa es nuestra elección general, no será bonito y rápidamente se desintegrará en ataques personales”, anticipa Julian E. Zelizer, profesor de la Universidad Princeton, sobre una posible batalla por la Casa Blanca entre Trump y Clinton.
Trump, un candidato sin aparente apego por la consistencia o los modales políticos que ha hecho de la burla sus principales armas electorales, desataría ataques "a rienda suelta, usando cada escándalo potencial y cada acusación existente” contra Clinton, dice Zelizer. “Clinton respondería de la misma manera”, añade.
Tienen algo en común: son los candidatos con mayor imagen negativa en la carrera, un dato propicio para una estrategia que los lleve a defenestrarse el uno al otro. Un 51,4% de los votantes tiene una visión negativa de Clinton, mientras que un 58% tiene una mala imagen de Trump, según el promedio de sondeos del sitio RealClearPolitics.
Las encuestas sobre un potencial choque entre ambos candidatos en la elección presidencial anticipan una pelea cerrada.
El promedio de RealClearPolitics le da a Clinton una muy leve ventaja 46,5% a 43,5% sobre Trump. Pero, en Estados Unidos, lo que realmente importa es el colegio electoral, que se define en un puñado de estados, como Florida, Ohio, Colorado, Virginia o Carolina del Norte.
Clinton puede sacar ventaja pues el electorado hispano tiene bastante peso en muchos estados en disputa. Pero Trump ha logrado algo que ningún otro candidato republicano logró: estimular a las bases y convencer a más gente blanca para que vote. El “votante blanco ausente” fue uno de los motivos por los que Mitt Romney perdió la elección presidencial de 2012 a manos de Barack Obama.
“La participación puede favorecer a los republicanos”, dice Zelizer. “Aunque a muchas personas no les gusta Trump, les gusta verlo y al menos por ahora les gusta de lo que se trata su candidatura. Le ha ido bien con la participación, a diferencia de los demócratas que han tenido inconvenientes para llevar votantes a las urnas”, ha completado.
EL ENIGMA DE TRUMP
Juan Carlos Hidalgo, analista del Cato Institute un centro de estudios de ideología capitalista libertaria, asegura que Clinton aparece mejor posicionada, pero recordó que Trump ya fue subestimado en la competición interna de los republicanos, “que hoy ven con horror como él se desmarca y se enfila hacia la nominación del partido”.
“Clinton aún tiene la espada de Damocles de la investigación federal sobre sus correos electrónicos que podría terminar en una acusación penal que la sacaría de la contienda. Aun si eso no ocurriese, vemos un fenómeno de una Clinton que no despierta pasiones dentro de un electorado clave demócrata, los jóvenes, mientras que Trump está llevando a las urnas a mucha gente que antes no participaba de la política o que incluso tenía tradición de votar demócrata”, redondea.
Eso, concluye, lleva a una situación en la que Trump sí tendría posibilidades de derrotar a Clinton, especialmente si continúa atrayendo el voto de la clase media baja blanca.
La elección general ha comenzado a despuntar. Para Clinton, la interna ha quedado ya casi saldada. De hecho, ya ha comenzado a atacar más a Trump y a prestarle menos atención a su rival en las primarias, el senador socialista Bernie Sanders, al que saca una ventaja de unos 600 delegados. Clinton navega sin muchos sobresaltos hacia la nominación demócrata.
Para los republicanos, nada ha sido como se preveía. Jeb Bush, el inicialmente favorito de todos en los papeles para competir contra Clinton, ni siquiera llegó al Supermartes y sucumbió a manos de Trump, el candidato que mejor leyó la cancha y que parece a prueba de todo, pero aún debe resistir el último embate del establishment republicano.
Hay quien argumenta que el único capaz de descarrilarlo es Marco Rubio, quien no ha tenido un buen Supermartes. Aún puede hacerlo, pero debe vencer en Florida en la primaria del próximo 15 de marzo. Una derrota en su estado natal sería un golpe letal a sus aspiraciones y le daría a Trump un impulso irremontable.
Es el escenario más temido por el ala tradicional del Partido Republicano y un desenlace impensado hace unos meses, que promete llevar a una de las elecciones más duras en la historia del país.
Por su parte, Ted Cruz, senador por Texas, va segundo en el recuento de delegados con más de 200 -unos 100 menos que Trump. Sin embargo, Cruz no cuenta con el apoyo de la élite política republicana.