Wisconsin le ha sumado un poco de suspense a la campaña presidencial de Estados Unidos, al darle una victoria dulce, aunque aparentemente poco influyente, a los dos “segundos” de las primarias demócratas y republicanas.
El senador ultraconservador de Texas, Ted Cruz, y el senador socialista de Vermont, Bernie Sanders, dos polos políticos opuestos, se impusieron ayer a los dos líderes de las primarias, Donald Trump y Hillary Clinton, quienes ahora aguardan con impaciencia su revancha en Nueva York, Pensilvania y California, los últimos estados “grandes”, donde cuentan con holgada ventaja en las encuestas.
Cruz ha obtenido el 52,3% de los votos, mientras Sanders ha cosechado el respaldo del 53,8% del electorado. Trump ha recogido el 31% de los votos, y Clinton el 46%.
La noche del martes, Wisconsin, un estado industrial predominantemente blanco que fue el epicentro de una batalla salarial entre los sindicatos y el gobernador republicano, Scott Walker, ha acaparado una inusual atención en la temporada de primarias presidenciales. En la antesala, la elección presidencial ingresó en una suerte de impasse después de los cruciales comicios del 15 de marzo que provocaron la partida del senador de la Florida, Marco Rubio.
Trump y Clinton quedaron después del 15 de marzo muy bien posicionados para capturar las nominaciones presidenciales, pero, desde entonces, sus campañas han tomado trayectorias distintas.
Mientras Clinton aparece bien encaminada para cosechar todos los delegados que necesita para capturar la nominación demócrata pese a la derrota en Wisconsin, Trump ha experimentado unos días para el olvido, con un tropiezo tras otro, y una fuerte ofensiva del establishment republicano, que poco a poco parece comenzar a aceptar a Cruz como la mejor alternativa para impedir lo que muchos en el propio partido consideran una humillante nominación presidencial en Cleveland. Desde anoche, la posibilidad de una “convención abierta” es mucho más palpable.
“Esta noche es un punto de inflexión”, ha dicho Ted Cruz, después de ser presentado por Walker, una figura cercana al establishment republicano que le brindó su respaldo, clave, antes de los comicios de Winconsin.
Cruz aspira a cerrar la brecha con Trump para forzar una convención dividida y capturar así la nominación presidencial. Antes de la elección de Wisconsin, Trump contaba 736 de los 1237 delegados necesarios; Cruz tenía 469. En la primaria demócrata, Clinton acumulaba 1243 delegados de los 2383 necesarios para capturar la nominación, mientras que Sanders tenía 980.
En Wisconsin, Sanders se ha hecho con 44 delegados; Clinton, con 28; mientras que Ted Cruz se ha quedado con la mayoría de los 42 delegados republicanos, que se distribuyen bajo un complejo sistema.
“Con nuestra victoria esta noche en Wisconsin, hemos ganado siete de los últimos caucus y elecciones. Y hemos ganado casi todos ellos con abrumadores ventajas”, ha festejado. “Esta es una campaña de la gente, por la gente, y para la gente”, ha celebrado el senador socialista Sanders.
Una de las importantes noticias del día ha sido el mal cierre de semana de Trump, quien ha llegado a la elección golpeado por sus comentarios sobre la esposa de Cruz, Heidi Cruz; el aborto; su jefe campaña, acusado de agredir a una periodista; la política nuclear de Estados Unidos, y los detalles sobre su plan para construir un muro con México.
Ya ha dejado de ser sólo una polémica promesa de campaña: el muro que Donald Trump quiere construir en la frontera con México se ha convertido en un problema para la diplomacia de Estados Unidos, y en una amenaza para la economía regional.
Trump, líder de la primaria presidencial del Partido Republicano, reveló al periódico The Washington Post que planea forzar a México a pagar por el muro con la amenaza de cortar el envío de remesas de los mexicanos que viven en Estados Unidos a su país. Es la principal fuente de divisas de México, la segunda economía más grande de América latina.
El muro de Trump es ya un ícono de la campaña presidencial. Aquí, se lo conoce ya directamente como “el muro”. Ha sido su promesa más concreta y reiterada, un eje de su candidatura, y la política más discutida de la campaña. Su plan, esperado durante meses, desató una condena inmediata, que recorrió el mundo político de Washington desde la Casa Blanca hasta la Organización de Estados Americanos (OEA).
“Tenemos problemas serios. Tenemos grandes temas en todo el mundo. Las personas esperan que el presidente de Estados Unidos y los funcionarios electos traten seriamente estos problemas, propongan políticas que hayan sido examinadas, analizadas, que sean efectivas, donde las consecuencias no deseadas hayan sido tenidas en cuenta. No esperan nociones cocinadas a medias de la Casa Blanca. No nos podemos permitirnos eso”, ha asestado el presidente, Barack Obama.
La semana anterior, Obama había dicho que Trump no entendía el mundo, y su canciller, John Kerry, ha reconocido que es una “vergüenza” para Estados Unidos ante el mundo.