El 10 de abril de 2014 la oposición venezolana encabezada por Henrique Capriles Radonski se sentó a dialogar con el presidente Nicolás Maduro y los principales voceros del chavismo. Diosdado Cabello, número dos del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), y Henry Ramos Allup, veterano líder de Acción Democrática, compartieron mesa.
Los actores de ambos bandos hablaron de frente, se dijeron las cosas. Aquello fue como una terapia de grupo. Todos frente a las cámaras en un encuentro que se transmitió durante más de seis horas en directo y que ha roto los récords de audiencia, tal como han recalcado ambos bandos desde entonces.
Para lograr aquel encuentro entre los polarizados, Venezuela pasó antes por meses de intensas protestas en contra del Gobierno, que resultaron en decenas de muertos y centenares de manifestantes detenidos. La represión fue intensa y regiones como el estado Táchira fueron militarizadas. Era necesario hablar, porque el clima violento podía salirse de las manos. Ya la sangre había manchado las calles del país.
Como espectador aquel encuentro se veía, sobre todo, con sorpresa. Gente que se odiaba desde lejos, y que se odiaba desde hace años, estaba ahora a escasos metros, hablando. El morbo por ver cómo los poderosos del país participaban en un toma y dame verbal no era usual desde el siglo pasado. La hegemonía conseguida por Hugo Chávez hacía impensable presenciar un intercambio que en una democracia con todas sus letras es normal.
De ese encuentro salió la famosa frase que finalmente catapultó a Henry Ramos a presidir el Parlamento un par de años después: “Diosdado, yo no soy subalterno tuyo”.
La iniciativa fue respaldada por el Vaticano, por la Conferencia Episcopal de Venezuela y tuvo al nuncio Aldo Giordano como mediador. Miembros de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) también impulsaron las reuniones posteriores. Pero pocas semanas después de aquel primer encuentro, todo fracasó. La Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que aglutina a la oposición, declaró que el diálogo estaba “congelado” por el estancamiento en las conversaciones y su delegación dejó de asistir. Era mayo de 2014.
Las protestas seguían en el país y para muchos la cúpula de la disidencia había caído en la trampa del Gobierno que seguía reprimiendo a los manifestantes, pero tenía el argumento de haber participado en un diálogo despreciado por su contraparte. Con los días, las protestas en la calle fueron mermando. No hubo solución a las demandas de la gente, que comenzaba a padecer los efectos de la crisis económica, pero sí agotamiento en los manifestantes.
Zapatero entra en escena
Cuando han pasado más de dos años desde el final del diálogo infructuoso, el expresidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, encabeza a los representantes de Unasur que pretenden hacer que Psuv y MUD se sienten a hablar otra vez. Un “reto nada fácil”, según ha reconocido.
El escenario es más complicado que el de 2014, a pesar de que no se han producido protestas de grandes dimensiones, todavía. Lo difícil hoy es que nadie imagina cómo puede expresarse el descontento contra la Administración de Maduro, que es mucho y que ya dio unas muestras contundentes con la victoria opositora en las elecciones parlamentarias de diciembre pasado. Hay temor a un estallido social, incluso se habla de un golpe militar.
El deterioro económico de Venezuela, con la mayor inflación del planeta y un desabastecimiento grave de medicinas y alimentos, ha llamado la atención de la comunidad internacional que teme lo peor. Medios de todos los rincones reflejan la crisis venezolana con sorpresa. Se hace difícil comprender cómo en un país con las mayores reservas probadas de petróleo en el mundo, sus habitantes mueren por falta de medicinas en hospitales deteriorados, de infraestructuras abominables.
La Asamblea Nacional venezolana de hecho ya ha declarado una “crisis humanitaria en el sector salud” que invita al Ejecutivo a solicitar ayuda internacional. Los ministros de Maduro se niegan. Alegan que eso daría paso a una intervención extranjera que violaría la soberanía del país y pondría en jaque a la “revolución bolivariana”.
Ese es el contexto en el que Zapatero ha aceptado a participar como mediador “con el objetivo de ayudar desde la perspectiva de los valores democráticos”. Pero existen variables que pueden dificultar aún más su misión. Sectores de la oposición perciben a Unasur, un organismo creado en tiempos de Hugo Chávez y bajo el cobijo de sus aliados regionales, con una inclinación progubernamental. Temen que nuevamente el diálogo sirva para congelar el malestar y distraer a la gente en momentos en los que se impulsa un referendo revocatorio para poner fin al chavismo en el poder.
Así lo ha expresado la Mesa de la Unidad Democrática en un comunicado oficial en el que “ratifica” su disposición “a participar en toda iniciativa de diálogo que sea útil al país y que no sea simplemente una 'operación de distracción' del gobierno dirigida a 'ganar tiempo'”.
Por ello la MUD ha puesto como condición para dialogar que se realice el revocatorio este año, una vez cumplidos los requisitos. Denuncian que el chavismo maniobra, a través del Consejo Nacional Electoral, para retrasar, e incluso impedir, la consulta que se ve como la única válvula de escape ante la presión social. Esa postura contradice la pretensión expuesta por Zapatero de iniciar un diálogo “sin condiciones”.
El exsecretario general de PSOE se ha mostrado cauteloso y ha caminado de puntillas para no incomodar a unos y otros, pero Venezuela está en una intensa lucha de poderes y la tolerancia política se desvanece. El odio se palpa en las calles, en los discursos, en los mensajes. El miedo está presente en una sociedad que se encierra en sus casas apenas el reloj marca las 20 horas.