Se llama Juan Carlos y es juancarlista, pero su nombre no fue elegido en honor al Rey emérito de España. El destino quiso que la alianza entre el nombre de su padre -Juan- y su admirado presidente de Francia Charles de Gaulle, que falleció unos días antes de que naciera el protagonista de esta historia, dieran origen a esta casualidad. Lleva 18 años codeándose con personalidades de todo el mundo gracias a su trabajo en el Parlamento Europeo como ujier, esa labor del diplomático en la sombra.
Juan Carlos Arellano nació en Bruselas como hijo de inmigrantes españoles hace 45 años. Su padre fue ujier desde la incorporación de España a la entonces Comisión Económica Europea en 1986 y a Juan Carlos le gustaba visitarle en su trabajo de la sede bruselense.
Español casado con española e hijo con doble nacionalidad al haber nacido como él -aunque en una época en la que ya se permitía- en Bélgica, este ujier maneja el castellano con una dicción envidiable y son escasas las ocasiones en las que se le escapa una expresión que desvela su formación francófona. Bueno, franco- flamenca, aunque con el neerlandés no se siente tan seguro como con la lengua de Voltaire.
Es europeísta a más no poder. Defiende la Unión Europea como buen diplomático de facto que es tras llevar dos décadas encargándose de preparar la parte administrativa y protocolaria de reuniones entre eurodiputados y otros políticos o ejerciendo de guía por los recovecos de la institución parlamentaria para visitas de Estado y otras personalidades.
Recuerda con especial cariño la visita del rey Felipe VI en octubre pasado a Estrasburgo, donde se encuentra la otra sede del Parlamento Europeo: “Creo que fue el día más bonito de mi carrera”. De aquella ocasión es la imagen que encabeza esta historia, con Juan Carlos tras el Rey y el presidente del PE, Martin Schulz.
En aquella ocasión que emula con una sonrisa en la cara no intercambió palabra alguna con el rey, pues su labor con las visitas de Estado es la de un discreto guía por las laberínticas instalaciones del Parlamento Europeo que ayuda a cuidar también el protocolo. Ya había coincidido con él en una ocasión cuando era aún Príncipe de Asturias. Tampoco habló con él, pero porque se quedó sin palabras, literalmente.
Estaban en una reunión más informal organizada por la embajada española con los trabajadores españoles en Bruselas y cuando el embajador le presentó al entonces príncipe Felipe en un momento que el círculo de conversación se abrió hacia Juan Carlos, el monárquico ujier se quedó mudo.
“No me esperaba que me estrechara la mano y como es tan alto, tan imponente… Me preguntó: '¿Cómo está usted?' y yo asentí con la cabeza. Después mi esposa me dijo que le tendría que haber preguntado por su sobrino, que acababa de nacer”.
Con el rey Juan Carlos tuvo peor suerte. Viajó a Bruselas casi de improviso en una visita fugaz de medio día y al ujier le pilló de vacaciones. Si lo hubiera sabido, “habría cancelado mis vacaciones… Sí, sí, sí, sí: me dio mucha rabia”.
Mis diputados
Decir “Parlamento Europeo” puede resonar a algo tedioso, lejano e incluso aburrido, pero para Juan Carlos es lo más que se puede pedir. De hecho, los 750 eurodiputados que acoge hoy en día la Eurocámara de los Veintiocho son “mis diputados” para él.
No los conoce a todos por su nombre, pero sí los reconoce. “Hay que ser fisionomista. Los visualizo todos, más o menos”.
A quienes tiene más fichados entre los eurodiputados españoles actuales son Javier Nart, Beatriz Becerra, Maite Pagazaurtundua... Y es que “su sala”, la que “lleva” -como se dice en la jerga de los ujieres- habitualmente Juan Carlos, es la del grupo de centro liberal europeo ALDE. También coincide con el exministro José Blanco, con políticos de todos los partidos y países. “En cada formación hay eurodiputados simpáticos y menos simpáticos”, admite entre risas al ser preguntado. “No vamos a decir antipáticos, hay que ser correctos”, sonríe.
Cuando surgió la oportunidad de presentarse a las oposiciones para ser ujier en esa institución no lo dudó. “Porque trabajar aquí en el ambiente que hay, la multiculturalidad, muchos compañeros de diferentes países (en aquella época, 15) … Pues claro, es un ambiente estupendo. Se trabaja con ganas”.
Del nerviosismo en su primer día en el Parlamento Europeo (PE) ahora no queda rastro. Al menos no lo muestra y se mueve como pez en el agua durante la entrevista. No es para menos. Su experiencia ante los micrófonos y las cámaras se refleja incluso en las imágenes gigantescas que presiden la fachada de la Eurocámara en la capital belga, donde un retrato suyo forma parte de la decoración institucional. También está entre las fotos enormes de la entrada para las visitas en la sede de Estrasburgo.
Aquel 3 de noviembre de 1998 cuando comenzó a trabajar en su lugar soñado le llamó la atención “esos edificios imponentes; ver a gente de la tele, tan de cerca, materializaba lo que había estudiado...”. El presidente del PE por aquel entonces era también un español, el popular José María Gil Robles.
“Hay tantos, que representan a tantos sectores de la sociedad… Hay agricultores, ingenieros… Son gente que realmente representan al pueblo. Los hay más simpáticos que otros, los hay que les gusta más el fútbol que otros, los hay que les gusta más hablar… es como un pueblo con gente de todos los países”, comenta mientras luce su chapa del Real Madrid en la solapa de la chaqueta de su uniforme. En algunos casos la relación va más allá del trabajo y se hacen amigos.
Reconoce que su presencia en reuniones de alto nivel “a veces” le ofrece una vista privilegiada de lo que se cuece y se entera antes que el resto del mundo. “Pero vamos, que tampoco es algo que tengamos que seguir tanto y tanto, porque tenemos que trabajar durante la reunión y a veces tenemos que salir a hacer fotocopias, por ejemplo”.
Déjale pasar, es Miguel Ángel Moratinos, el ministro de Exteriores español
Lo que más le gusta de su trabajo es que conoce a “muchísima gente” y trabaja “con gente diferente todos los días”. “Me encanta el trato con la gente. No podría estar encerrado en un despacho”.
Juan Carlos podría hacer un mural solo con los nombres de las personalidades de toda índole a las que ha atendido a lo largo de sus casi dos décadas como ujier: Felipe VI; el premio Nobel de la Paz y expresidente israelí, Shimon Peres; la igualmente Nobel de la Paz y actual líder del partido en el Gobierno de Myanmar, Aung San Suu Kyi o el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon; el papa Francisco; Nicolas Sarkozy cuando era presidente de Francia; el príncipe Carlos de Inglaterra… Es una lista interminable. Y eso que al principio él no acogía las visitas oficiales.
También formó parte de la comitiva que recibió a José Luis Rodríguez Zapatero cuando era presidente de España con Miguel Ángel Moratinos como ministro de Exteriores… Aquella ocasión que resonó en los medios de comunicación en la que un guardia de la Eurocámara no permitió el paso a Moratinos durante una visita a Bruselas en 2006 para celebrar el 20 aniversario de España y Portugal en la UE fue precisamente Juan Carlos quien salvó la situación al reconocerlo y avisar a su compañero del malentendido: “Déjale pasar, es el ministro de Exteriores español”. Moratinos, aliviado, le dio las gracias.
Juan Carlos reconoce que una vez a él también le pasó con un político conocido, aunque por entonces aún no lo era ni la mitad de lo que lo acabaría siendo sólo unos años más tarde: fue cuando en 2005 trabajó en una reunión en París. Allí coincidió con Dominique Strauss- Kahn cuando era diputado de la Asamblea Nacional Francesa, antes de que presidiera el FMI y mucho antes de que su carrera política que le auguraba la presidencia del país se fuera a pique tras la denuncia por abuso sexual de la camarera de un hotel neoyorquino. Cuando Juan Carlos no le reconoció a la entrada al hemiciclo, por lo visto no sentó muy bien a DSK, que preguntó extrañado si no le conocía. Claro que pudo pensar que era un ujier de la Asamblea.
El primer encuentro de Juan Carlos con José Manuel Durao Barroso fue poco antes de que se confirmara su elección como presidente de la Comisión Europea. El político portugués tuvo que reunirse con los diputados de cada grupo en 2004 y Juan Carlos le acompañó durante dos días. “El primer día terminamos muy tarde y me preguntaba: '¿Os dan horas extras también?' Y yo le decía que no se preocupara. Nosotros estamos aquí para eso”.
Recuerda con cariño que después de que Barroso respondiera en una rueda de prensa en español a un periodista que le había preguntado en castellano, preguntó a Juan Carlos en el ascensor qué tal lo había hecho. “Me hizo gracia que él se confiara a mí. Yo le dije: 'Si yo pudiera hablar portugués como usted habla español, pues perfecto'. Claro, no le iba a decir tampoco que hubo un error. Es comprensible”.
A este particular diario político de todo el mundo, Juan Carlos también añade figuras tan dispares como el cantante colombiano Juanes cuando acudió a la Eurocámara en 2006 y levantó a los eurodiputados de su asiento para bailar en contra de las minas antipersonas - “una persona súper agradable que estaba casi más impresionado que yo al estar en el Parlamento”. O la barbuda ganadora de Eurovisión en 2014, Conchita Wurst, con quien se hizo una foto de recuerdo.
Lamentablemente en tantos años de trabajo también se juntan recuerdos que desearía no tener, porque significaría que no han sucedido.
El día del 11-S seguimos trabajando a rajatabla, porque en cuatro meses entraba el euro
“La primera reunión que hice yo de una Comisión -la de Asuntos Económicos- fue la semana de los atentados en Nueva York en 2001. Y en 2002, cuatro meses después, entraba el euro. Claro era una reunión muy importante, muy seguida. Nosotros seguimos trabajando hasta el final, hasta bien entrada la noche”, recuerda. Mientras tanto “se escuchaba de todo” sobre el 11-S, había rumores sobre otro posible atentado en grandes edificios. Pero se siguió el orden del día “a rajatabla”; el resto de comisiones sí que se interrumpieron.
Casi quince años más tarde un ataque suicida se perpetró a escasos 500 metros de la sede parlamentaria de Bruselas, donde Juan Carlos se encontraba trabajando. Fue uno de los dos atentados que sufrió la capital belga el pasado 22 de marzo; el otro, el del aeropuerto internacional de Zaventem en las afueras. “Nos tocó e influyó mucho, pero seguimos trabajando hasta medio día”.
Aquel martes ya estaba trabajando a las 8 de la mañana preparando una sala para una reunión. Un compañero le llamó preguntándole si se había enterado del ataque en el aeropuerto. Cuando comenzó la reunión a las 9 de la mañana había poca gente, porque varias personas llegaron tarde. “Ahí nos empezamos a dar cuenta de lo que ocurrió [SIC], vimos los camiones de la Armada que cerraban las calles alrededor del Parlamento, las ambulancias…”. Entre las 10 y las 11 de la mañana se canceló la reunión y tocó esperar instrucciones.
Los trabajadores de la Eurocámara pudieron salir sobre las 2 de la tarde. No había trenes ni transporte público y volvió a casa compartiendo coche con varios compañeros. “Fue un shock fuerte. No por ser cerca de nosotros. Tengo los pelos de punta en una ciudad, como cuando ocurrió en Madrid o en Londres”, cuenta. “Esa barbarie te toca profundamente (…). Pero hay que seguir trabajando y viviendo”.
La Unión Europea sigue ayudando
Mientras el euroescepticismo crece en países como Alemania, Reino Unido o Francia, Juan Carlos comenta que el ve a la Unión Europea con buen estado de salud. “Yo la veo bien. Lo que pasa es que en mi humilde opinión cuando hay crisis tan duras, es normal que se vuelvan un poco en contra de las instituciones que creen que les pueden [y deben] ayudar”.
Como buen diplomático que es en la práctica, este ujier español añade: “El mensaje que quiero transmitir a los jóvenes -que los veo un poco euroescépticos, aunque en España no tanto- es que la Unión Europea sigue ayudando”.
Por ejemplo, cuenta que a partir de 2018 habrá un botón en los coches nuevos fabricados en la UE que se podrá pulsar en caso de accidente y conectará a los ocupantes directamente con una centralita. “Vas a salvar vidas”, subraya.
Sin guerra, sin fronteras, sin países del Este como cuando existía el Telón de Acero… “La Unión Europea siempre tiene que ser el refugio (...). En fin es lo que pienso. Soy muy europeísta”.
En los 80 vivir en Bruselas equivalía a tres días de espera para ver los partidos de la Liga
Lejos quedan ya esos días en los que de niño volvía con sus padres todos los años en coche a España. Aunque nunca ha vivido en la tierra de sus padres, la siente suya y se considera “un poquito más español” que belga. Y se plantea irse a vivir -aunque sea la mitad del año- a España cuando su esposa y él se jubilen. De todas formas, siempre se ha sentido cerca de sus raíces, aunque hasta hace poco resultara una pequeña aventura mantenerse conectado a la realidad española.
Cogió la afición al Real Madrid por su madre, originaria de la capital. Antes del año 1986, “incluso del 2000” sin internet y cadenas de televisión españolas como ahora “estábamos un poco cortados de España”. Hace menos de 20 años para comprar el AS en Bruselas tenía que esperar uno o dos días para que llegara en avión la edición correspondiente.
Pero eso no era nada. Recuerda que para ver un partido de fútbol de la liga española a finales de los años 80 tenía que esperar tres días a que llegara una cinta de vídeo en un camión con la grabación sobre lo que había sucedido el domingo.
Hoy no tiene dificultad alguna en encontrar un vino español en el supermercado. “Antes, productos españoles, pocos. Restaurantes españoles, pocos. Aceite de oliva, nada… Todo ha cambiado”.
El baúl de recuerdos sin fondo de Juan Carlos es la historia de la Unión Europea y de los españoles en el club de los Veintiocho.