31 de julio de 2011 en el muelle Favaloro de Lampedusa. El doctor Pietro Bartolo ha atendido ya la llegada de una decena de las barcazas que llegan a esta pequeña isla italiana en mitad del Mediterráneo. Un trozo de tierra de unos 20 kilómetros cuadrados entre África y Europa que cada verano es escenario de la llegada masiva de inmigrantes, un drama diario que este médico presencia en primera fila desde hace 26 años.
“A última hora de la tarde llegó una barca de unos 12 metros de eslora con 250 personas. No había nadie grave, pero casi todos lloraban desconsoladamente y no sabíamos por qué. Al caer la noche abrí la escotilla de la nevera para inspeccionar la bodega y tan pronto como puse un pie en el suelo me di cuenta de que había algo blando y desigual. Al apuntar con la linterna del móvil me encontré frente a una imagen atroz. El suelo estaba cubierto de cuerpos”. Este recuerdo es una de las pesadillas que acompañan a Pietro Bartolo a diario.
Su rutina transcurre entre el Policlínico de Lampedusa y el muelle al que llegan las pateras rescatadas por la Guardia Costera italiana, que le alerta a cualquier hora del último naufragio u operación de rescate. Más que un médico, es una institución en la isla y un ancla de salvación para los refugiados, a los que atiende pero sobre todo escucha. “No soy sólo el médico que los examina, soy la persona a la que pueden contar el drama que están viviendo”, proclama en uno de los pasajes de Lágrimas de sal (Debate).
Escrito en colaboración con la periodista de la RAI Lidia Tilotta, este libro es casi una enciclopedia de la crisis migratoria que azota al Mediterráneo. Una tragedia a la que este este hijo de pescadores, que estuvo a punto de morir ahogado a los 16 años, pone nombres y rostros para evitar el olvido.
“Sólo en 2016 llegaron 181.000 personas a Italia”, recuerda Bartolo en conversación con EL ESPAÑOL. “Pero no debemos hablar sólo de cifras”, subraya, “los que se ahogan no son números, son seres humanos. Habría que borrar la palabra clandestinos de nuestro diccionario”.
“NO ES UNA INVASIÓN”
“He escuchado y leído que los refugiados traen enfermedades, que son delincuentes, terroristas, que vienen a robarnos el trabajo... No es cierto. Hay muchos políticos y periodistas dando información errónea sobre la crisis de refugiados. Hay que decir la verdad y asustar a la gente diciendo mentiras es un delito que debería ser perseguido”, denuncia Bartolo.
Su experiencia curando las heridas del cuerpo y del alma de los miles refugiados que llegan a Lampedusa le avala. “Huyen del horror, buscan una vida tranquila y están dispuestos a aceptar el trabajo más humilde, el que nadie quiere”, subraya. Para defender que cerrar las fronteras no es una solución para atajar la crisis migratoria, tira de cifras: “Somos más de 500 millones en la Unión Europea y en 2016 llegaron unos 350.000 refugiados, uno por cada 1.400 refugiados. Eso no es una invasión”.
"Los refugiados huyen del horror, buscan una vida tranquila y están dispuestos a aceptar el trabajo más humilde, el que nadie quiere".
Trump quiere construir un muro con México, Marine Le Pen ha prometido acabar con inmigración ilegal y también con la legal… ¿Qué les diría a los políticos populistas que quieren cerrar las fronteras?
Estados Unidos se hizo grande gracias a los inmigrantes, es el país más multicultural del mundo gracias ellos. Italianos, mexicanos, ingleses… todos fueron allí para hacer América grande y ahora Trump quiere desmembrar una nación cerrando las fronteras. Al presidente de EEUU le diría que primero tendría que marcharse él… Todos tenemos derecho a circular libremente por la Tierra. ¿Por qué los españoles o los italianos pueden ir a dónde les dé la gana y estas personas no? La tierra no es de Trump, de Le Pen ni de Salvini ni de nadie.
Otra de las consecuencias de los populismos es relacionar la migración con el terrorismo.
Llevo más de 25 años mirando a la cara a las personas que llegan a Lampedusa. Le aseguro que los terroristas no viajan en esas balsas de goma. Tienen otros medios para llegar a Europa, los terroristas los tenemos en casa.
¿Qué recetas propone para mejorar la integración de los inmigrantes en la sociedad?
Uno de los grandes errores del pasado es haber recluido a los inmigrantes en guetos. Apartarles como si fueran diferentes, extraterrestres, no es una solución. Es muy fácil integrarles y hacerles entrar en nuestro tejido social. Para ello tenemos que cambiar la política y pensar en el largo plazo, hacer una política amplia de miras.
Tenemos muchas carencias en materia de integración, se gasta mucho dinero en mantener los centros de acogida pero no basta con que Europa suelte el dinero. Hay que aprender a mejorar los recursos porque estas personas que llegan a nuestras costas pueden y deben ser una oportunidad para hacer crecer nuestra economía y nuestra cultura.
¿Algún político le ha agradecido de forma personal su trabajo con los migrantes que llegan a Lampedusa?
Al margen de algunas excepciones, hay políticos buenos. He tenido el reconocimiento del presidente Giorgio Napolitano, que me concedió el título de Cavaliere de la Repubblica en 2014. A mí siempre me gusta decir que estoy orgulloso de ser italiano. Mi país no ha levantado ningún muro, no ha puesto un alambre de espinos en la frontera… cosa que sí han hecho países como Hungría. Acogemos a todo el mundo, no rechazamos a nadie. La prueba está en Lampedusa.
PENDIENTE DEL VIAJE DE SUSAN
En Lágrimas de sal repite que no se termina de acostumbrar al contacto directo con el drama personal de los refugiados. ¿Hay alguna historia que le haya conmovido especialmente?
Es especialmente duro cuando tengo que examinar el cadáver de un niño. Me enfurezco y pienso: ¿qué culpa tiene un niño de dos años? ¿Y si fuera mi hijo? Hoy les toca a ellos y mañana nos puede tocar a nosotros.
¿Ha afectado de alguna manera su trabajo a su vida personal?
Mucho, muchísimo. Los episodios que cuento en el libro, y otros que no cuento porque son atroces, han cambiado mi vida. Para mí son pesadillas que revivo, cada vez con más frecuencia. Cada vez que tengo que contarlo en una conferencia o en una entrevista revivo escenas terribles. Sólo aspiro a que mi testimonio pueda servir para cambiar algo.
Otra de las obsesiones que persiguen al doctor Bartolo es “supervisar” las vidas de algunos de los inmigrantes que llegan a Lampedusa, que sólo es una etapa más de sus odiseas. Él es su memoria y, en muchos casos, cómplice de algunos finales felices.
Es el caso de Susan, una pequeña nigeriana de 12 años que llegó hace unas semanas a la isla italiana sola y con un pasado terrible: “Tenía muchas quemaduras en la piel por el viaje y al examinarla nos dimos cuenta de que había sido violada en múltiples ocasiones”. Durante los tres días que pasó en el Policlínico sólo hablaba para decir que venía a reencontrarse con su madre en Francia. La única pista: un número de teléfono al que el doctor llamó durante días sin éxito. “Contestaba un hombre que decía no saber nada de Susan. Días más tarde la responsable de una ONG francesa se puso en contacto conmigo y resolvió el misterio: la familia de Susan tenía miedo de que fuera un policía, no tienen papeles”.
Localizada la madre de la pequeña, Pietro Bartolo movió todos los hilos y llamó a todas las puertas necesarias para que obtuviera el estatus de refugiada en Francia y hacer posible el reencuentro. Mientras realiza esta entrevista sigue pendiente del próximo viaje de Susan a Francia: “Estas son las cosas que me sacan la sonrisa y me dan fuerzas para seguir adelante”.