Muhterem Göçmen (31) no pudo pegar ojo esa noche. Pese a ello, decidió ir a trabajar al día siguiente. Sabía que los viernes había mucho trabajo en la peluquería, y no quería fallar a sus jefes. Su sobrina de 14 años acababa de empezar a trabajar también allí, así que pensó que al menos iría acompañada.
La mañana del 28 de junio de 2013, Muhterem y su sobrina caminaron juntas hacia la pequeña peluquería, en el barrio de Etiler, en la zona europea de Estambul. Iban escuchando música desde el teléfono de Muhterem, compartiendo los auriculares, cuando él llamó. “Empieza a rezar, porque hoy es tu último día”, dijo.
El 2017 ha sido un buen año para los movimientos feministas en algunas partes del mundo. Las mujeres nos hemos unido contra la violencia machista, denunciando casos de acoso y violencia sexual perpetrados por hombres en posiciones de poder. Que no por ello poderosos.
2017 ha sido también el año de la campaña del #MeToo, que inundó nuestras redes sociales de historias de mujeres que alguna vez sufrieron violencia. En España, más recientemente, las críticas al juicio de “La Manada” desencadenaron en una en una serie concentraciones bajo el grito de guerra #NosotrasSomosLaManada. Mientras tanto, en Turquía, las mujeres se sienten cada vez más impotentes ante el aumento de los casos de feminicidio.
Desde principios de año, al menos 239 mujeres han sido asesinadas a manos de un hombre en Turquía, según un proyecto de periodismo de datos coordinado por la periodista turca Ceyda Ulukaya. El gobierno turco no publica informes ni datos oficiales sobre el número de asesinatos, por lo que en 2015 Ceyda decidió crear su propio mapa de feminicidios a partir de las noticias publicadas en los medios de comunicación. Desde 2010, año en el que se empezaron a contabilizar los casos, al menos 230 mujeres fueron asesinadas a pesar de haber solicitado protección oficial. Muhterem era una de ellas.
La principal razón detrás del aumento de las muertes por violencia de género es la falta de implementación de las leyes para proteger a las mujeres. En 2012 el gobierno turco aprobó la ley 6284 para prevenir la violencia contra las mujeres. Anteriormente, en 2011, había firmado la Convención de Estambul para prevenir y combatir la violencia doméstica. “Por eso puede observarse un descenso en el número de muertes en 2012, porque el gobierno tomó cartas en el asunto. Pero ahora incluso ellos mismos critican la ley. Dicen que ‘destruye la familia’”, dice Gülsüm Kav, directora y fundadora de la plataforma Nosotras Detendremos Los Feminicidios.
Suicidios forzados
El grupo se creó en 2010 para luchar contra todo tipo de violaciones de los derechos de la mujer. Actualmente ofrecen apoyo legal a las víctimas y a sus familiares, y publican informes mensuales y anuales sobre los casos de feminicidios. “Somos los únicos que lo hacemos de manera seria. Cada año le preguntamos al gobierno por los informes sobre la situación, y nunca responden”, lamenta Gülsüm.
El último Informe Mundial de Human Rights Watch también advierte que, a pesar de la ratificación de la Convención de Estambul por parte de Turquía, la violencia contra las mujeres en el país continúa siendo preocupante, “incluyendo el número de los llamados ‘crímenes de honor’”. “Hasta donde sabemos, también hay casos de suicidios forzados, que no necesariamente aparecen en los medios de comunicación. Por eso el papel de las organizaciones locales es muy importante a la hora de ‘sospechar’ de algunos casos”, añade Ceyda.
Después del asesinato de Muhterem, la plataforma se puso en contacto con su familia para ofrecerles ayuda. Desde entonces su hermana, Çigdem Evcil, forma parte del grupo, con la esperanza de ayudar a otras mujeres antes de que sea demasiado tarde.
Muhterem se enamoró cuando tenía 18 años, y se fugó con el que iba a ser su marido a Eskisehir, una ciudad al noroeste de Turquía. Su familia no estaba de acuerdo. Los episodios de violencia no se hicieron esperar. Palizas, y abusos constantes. Ella intentó dejarlo en varias ocasiones, pero no contaba con un sistema de apoyo cerca. Además, como todavía es costumbre en Turquía, los mayores de la familia intervinieron. “Va a cambiar, lo ha prometido”, le decían su suegra y su cuñada. Pero él continuó abusando de Muhterem durante años mientras se bebía todo el dinero que ella traía a casa. “Ella le dejaba dinero para que pagara las facturas del agua y del gas, porque hacía frío y no tenían calefacción, pero cuando llegaba de trabajar se lo encontraba bebiendo y con la casa fría”, cuenta Çigdem.
En febrero de 2013 Muhteren se hartó de la situación. Llamó a su casa y pidió a su hermano que le comprase tres billetes de avión para Estambul para ella y sus hijos. En marzo pidió el divorcio, y con el respaldo de previas denuncias y varios partes de lesiones se le concedió una orden de alejamiento de cien metros contra su marido. “A partir de ahí él se volvió loco”, dice Çigdem.
"El número de muertes aumenta"
Se enciende otro cigarrillo tratando de calmar los nervios. Se acerca a la parte más dura de la historia, y le empiezan a temblar ligeramente las manos. Ha contado la historia de su hermana pequeña muchas veces, pero se sigue emocionando al recordar todo lo que salió mal.
A pesar de obtener protección judicial, Muhterem no estaba a salvo. “El número de muertes aumenta cada año porque el gobierno no cumple con las leyes”, dice Gülsüm. “Vamos hacia atrás”, añade.
En los últimos años, varios miembros del actual gobierno, liderado por el partido conservador islamista AKP, se han mostrado en contra de los métodos anticonceptivos, diciendo a las mujeres en eventos públicos que deberían tener al menos tres hijos, pero preferiblemente cuatro o cinco. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, también ha dicho públicamente que no cree en la igualdad entre hombres y mujeres, y que una mujer que no es madre está “incompleta”. Miembros del gabinete llegaron incluso a decir que una “mujer no debería reír en alto en público”, pues es pecado y muestra poca decencia.
“No quieren que las mujeres despierten. Quieren que las mujeres se queden en casa, cocinando y sirviendo a sus maridos, cuidando de los niños”, dice Zozan Özgökçe, activista y fundadora de VAKAD, una antigua asociación de mujeres con origen en la ciudad de Van, en la zona este de Turquía.
2 de cada 3 mujeres sufren violencia
Como muchas otras organizaciones feministas, VAKAD fue cerrada por el gobierno aprovechado el estado de emergencia que rige en el país desde el intento de golpe de estado de julio de 2016. Sus miembros están acusadas de vínculos con el grupo terrorista kurdo PKK, pero Zozan lo niega. “Se llevaron todos nuestros documentos. El porqué no lo sé. Nadie en nuestra organización tiene nada que ver con el PKK”, protesta al otro lado del teléfono. “Está claro que es una excusa”, dice Gülsüm. Según informes de VAKAD, en 2016, una de cada tres mujeres en Turquía sufría violencia. En 2017, la cifra es tan alarmante como que 2 de cada 3 mujeres están expuestas a algún tipo de violencia.
A todo ello se suma que recientemente el gobierno ha aprobado una ley que permite a los muftíes, miembros religiosos, celebrar matrimonios civiles. “En una sociedad secular, eso va en contra de la constitución”, dice Gülsüm. No alza la voz al hablar, pero su frustración es palpable. “Lamentablemente la misoginia se alimenta de estas tierras. En todos los países del Mediterráneo ocurre. También en España. La diferencia es que aquí el gobierno le está facilitando el trabajo”, asegura.
Otra propuesta que ha levantado ampollas entre los grupos feministas y varios sectores de la sociedad turca tiene que ver con el divorcio. “El gobierno está intentado crear una comisión para impedir el divorcio en el nombre de la ‘integridad familiar’”, cuenta Ceyda. Entre otras cosas, las parejas que quieran divorciarse tendrán que acudir antes a una reunión con un consejero, y en cualquier caso las mujeres no tendrán derecho a más de diez años de pensión alimenticia. “Obviamente necesitamos mejores mecanismos de protección”, dice.
Otro problema con el marco legal, apunta Zozan, es que no da ningún tipo de apoyo a las mujeres víctimas de violencia. Incluso si son admitidas en un refugio, no existe ningún tipo de apoyo económico o social. “Además, en algunos casos, separan a los niños, y eso las madres no lo van a permitir, por lo que directamente optan por no pedir ayuda”, dice.
Cuando le pregunto por el sistema a Çigdem, alza la mirada al techo y sonríe de medio lado.
El marido de Muhterem violó la orden de alejamiento en varias ocasiones. Tras insistir varias veces en que quería ver a sus hijos, Muhterem accedió a hablar con él en persona. “Le dijimos que no lo hiciera, pero ella dijo que era su padre y no podía hacerles eso”, cuenta Çigdem. No le importó que estuvieran en una cafetería. Él volvió a darle una paliza cuando ella insistió en que no volvería a casa.
El día antes de matarla, fue a visitarla a la peluquería donde trabajaba. El jefe de Muhterem llamó a la policía y se lo llevaron arrestado por violar, una vez más, la orden de alejamiento. “Nos dijeron que estaría diez días en la cárcel, pero así como estaba rellenando la denuncia junto a Muhterem en la comisaría, él llamó a mi teléfono”, cuenta Çigdem con los ojos muy abiertos. Como si todavía no se lo pudiera creer. “El juez dijo que ese día no le había pegado, así que lo dejó libre”.
Desgraciadamente, este tipo de situaciones son comunes. “Los asesinos de mujeres aún consiguen reducciones de sus condenas por ‘provocación’ o ‘buena conducta’”, explica Ceyda.
“Cuando supimos que estaba fuera, sentimos mucho miedo. Pedimos a la policía que nos escoltara a casa, pero dijeron que no tenían suficiente personal. Todo esto ocurrió durante las protestas en el parque de Gezi contra el gobierno. Nos dijeron que la mayor parte de los policías estaban en el parque para controlar las manifestaciones”, explica Çigdem, mientras alcanza un pañuelo para secar una lágrima que amenaza con caer.
Se fueron a casa juntos. Çigdem, Muhterem y su hermano mayor. “Ninguno pudo dormir esa noche. Estábamos aterrados”, dice.
Al día siguiente, Muhterem fue a trabajar. Después de la llamada en la que él la amenazó de muerte, su sobrina quiso llamar a Çigdem. “Pero no quería que nos molestara”, cuenta Çigdem. “Le dijo a mi hija que o era una amenaza más que no iba a cumplir, o si tenía que pasar algo iba a pasar de todas formas. Estaba agotada”.
Sociedad y Gobierno machistas
Esa mañana Çigdem llamó a Muhterem dieciséis veces. “Al final ella se enfadó. Le dije que tenía un mal presentimiento, y le pedí que volviese a casa. Llamé a mi hija porque sabía que ella me contaría la verdad, pero no respondió el teléfono”, dice. “Yo tenía que llevar a mi madre al médico a una revisión. Dos minutos después de llegar al hospital, recibí una llamada diciendo que Muhterem estaba herida, pero estable”, cuenta.
La familia entera se apresuró en llegar a la peluquería, pero les impidieron el paso. Inicialmente les dijeron que Muhterem estaba herida leve, pero Çigdem supo que algo muy malo había ocurrido cuando vio cómo arrastraban a su hija por el suelo fuera de la peluquería. Estaba en shock. No podía hablar, ni moverse. Muhterem había sido apuñalada ocho veces. “Todo fue muy rápido”, lamenta Çigdem. “Nadie pudo hacer nada”.
Tras el suceso, el asesino de Muhterem escapó a Eskisehir y trató de suicidarse con mata ratas. Su propio hermano lo denunció a la policía. “Es buena persona, su hermano”, dice Çigdem.
Con el apoyo legal de los abogados de la plataforma Nosotras Detendremos Los Feminicidios, la familia pidió pena de cadena perpetua sin posibilidad de reducción de condena, para asegurarse de que nunca quedaría libre. Sin embargo, fue condenado a cadena perpetua sin más. La terminología resulta un tanto confusa al traducirla, pero la diferencia es que la condena que finalmente le fue impuesta puede ser reducida. “Esperamos que esté en la cárcel al menos 36 años, pero hay amnistías constantemente”, lamenta Çigdem. Está convencida que su condena se redujo porque apareció trajeado y de corbata al juicio, lo que impresionó al juez.
Muchas mujeres en Turquía –incluso las que luchan por el cambio como Çigdem, Ceyda, Zozan o Gülsüm– no saben qué esperar sobre el futuro de los derechos de la mujer en el país. “Vivimos en una sociedad machista, bajo un gobierno machista”, dice Çigdem. “Más mujeres están trabajando, y más mujeres son conscientes de sus derechos, pero no sabemos hacia donde se está dirigiendo el gobierno”, explica. “Lamentablemente”, reconoce Gülsüm, “hay una correlación entre el conservadurismo y la violencia”.
Para intentar solventar el problema, la plataforma Nosotras Detendremos Los Feminicidios cree que hay cuatro pasos que deben tomarse, y que propondrán al gobierno este 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra las Mujer. El primero es la prevención. Crear una sociedad donde tales eventos no tengan lugar. El segundo es tomar las medidas necesarias para detener la violencia, siendo conscientes de que no ocurrirá de un día para otro. En tercer lugar, piden que se dé ejemplo, protegiendo a las mujeres y persiguiendo los crímenes. Por último, empoderar a las mujeres en todos los aspectos de su vida. Esta es la única manera de combatir con eficiencia una de las violaciones de derechos humanos más devastadoras.