Para que los conflictos desemboquen en acuerdos de paz, se requiere al menos de la acción de liderazgo de una buena persona. Y, en política, buena persona es aquélla que, sin tener turbias agendas ocultas, pone su conocimiento y su esfuerzo al servicio de la concordia.
En la Corea actual, esta buena persona es Moon Jae-in. Nacido en un campo de refugiados durante la Guerra de Corea, sus padres tuvieron que huir al Sur desde la (hoy norcoreana) ciudad de Hungnam. Como ocurre con todos los presidentes surcoreanos, la gestión de Moon se juzga en base a su política hacia Corea del Norte. Y la suya ha buscado el acercamiento, incluso desde antes de convertirse en el inquilino de la Casa Azul.
Abogado y activista por los derechos civiles, cuando el viernes hizo historia de la mano de Kim Jong-un -tercero en la saga que gobierna el Norte de Corea desde hace 70 años-, su alegría era diplomáticamente inocultable. Moon no sólo lograba plantar el primer árbol del jardín de la paz con el que sueñan los coreanos desde que fueron separados, sino que conseguía proyectar una sintonía inusual tanto hacia dentro como hacia fuera de la Península.
Moon no sólo lograba plantar el primer árbol del jardín de la paz con el que sueñan los coreanos desde que fueron separados, sino que conseguía proyectar una sintonía inusual
Y esto es crucial, pues la aspiración histórica de los coreanos es librarse de la injerencia extranjera. En la Declaración de Panmunjon, además de reflejar su voluntad de alcanzar la “completa desnuclearización”, los líderes de los dos trozos de Corea se muestran, además, firmes ante las potencias que quieren ser sus garantes: Estados Unidos, China y Japón.
Aunque con matices, tanto en Pyongyang como en Seúl siempre lo han tenido claro: Corea es una sola nación que, por circunstancias ajenas a la voluntad de sus gentes, terminó dividida al gusto de las dos ideologías dominantes durante la Guerra Fría. La cuestión es que no siempre lo han hecho visible ante la diplomacia internacional. Si bien no es ningún secreto que el régimen de Pyongyang sitúa a Estados Unidos como su Enemigo Público Número 1 (al tiempo que se desvive por recibir dólares), quizás sorprende más que el Presidente Moon llegase a afirmar que Corea del Sur debía aprender a “decir que no a los americanos”.
Y así es como, además de a Japón -al que la Declaración de Panmunjon deja virtualmente fuera de juego-, los dos Presidentes han conseguido situar, de alguna manera, en un segundo plano a China y Estados Unidos, si bien éstos tendrán que ser parte de cualquier acuerdo que contenga cambios sustantivos en las relaciones de poder coreanas.
Aunque con matices, tanto en Pyongyang como en Seúl siempre lo han tenido claro: Corea es una sola nación
No es menos cierto, en todo caso, que los Estados Unidos de Donald Trump han pasado de la noche a la mañana a convertirse en los artífices innombrables de la reconciliación política coreana. La rapidez con que se han sucedido los hechos ha pillado con el pie cambiado a un buen número de analistas, pero no es imposible sacar ya ciertas conclusiones.
Por ejemplo, que por primera vez un presidente estadounidense ha logrado entenderse mejor con su enemigo norcoreano que con su aliado surcoreano. En muchas cosas, Kim y Trump hablan el mismo idioma: poca preocupación por los Derechos Humanos, no demasiadas ganas de enfrascarse en complicadas negociaciones diplomáticas y sí mucha ambición por conseguir algo que les haga pasar a la Historia.
No es necesario estar en la Casa Blanca para entender que el Presidente estadounidense, rompiendo con la línea marcada por sus predecesores, no se ha puesto exquisito a la hora de pedirle a Kim que libere a sus prisioneros políticos o deje hablar a su pueblo -precisamente porque nada de esto le importa-. Recuérdese que no mostró reparo en anunciar un fuego y una furia que bien podrían haber devastado a la totalidad de la nación coreana -y que no sentó nada bien a Moon-. Sólo un populista simplón que utiliza la residencia presidencial para ver la tele mientras tuitea y come hamburguesas podía haber cogido la medida a un heredero débil con el que comparte aficiones. Si bien Kim, que se sepa, cambia tuitear por jugar a la consola.
Sólo un populista simplón que ve la tele mientras tuitea y come hamburguesas podía haber cogido la medida a un heredero débil con el que comparte aficiones
Al margen de que su figura dé para incontables memes, Kim Jong-un es, en verdad, ciertamente inteligente. Violador sistemático de los Derechos Humanos como su padre y su abuelo, lo que le diferencia de ellos es que no cuenta con el favor del pueblo coreano. No es habitual, por supuesto, que esta realidad transcienda a la prensa internacional, pero es la que manda en el país que le ha tocado liderar.
Los pocos ciudadanos a los que pude preguntar por él durante mi viaje a Corea del Norte en 2015 no consiguieron esconder, por mucho que lo intentaron, su falta de confianza hacia el joven líder. Ni le respetan como a sus antecesores, ni encuentran en él las mismas cualidades militares y políticas. Y Kim III, que además de un ‘pobre niño rico’ es uno de los pocos norcoreanos que ha visto mundo, no es ajeno a este sentimiento social.
Por eso, si hubiera que describir su ideología, yo me decantaría por ‘la política de la felicidad’. Fan de Disney, Kim Jong-un quiere que los norcoreanos sean, ante todo, felices. O, al menos, los norcoreanos que le importan, que son los que pueden acceder a vivir en la capital y a disfrutar de sus resorts de playa y montaña. Para ellos construye parques acuáticos y grandes centros comerciales en Pyongyang, fabrica teléfonos móviles de última generación (norcoreana) y les deja salir a China si se portan bien.
Pero sabe que, para ganarse el favor del resto de un pueblo que sigue viviendo bajo condiciones de otra época y sometido a una dieta involuntaria de poco arroz, menos kimchi y aún menos carne, debe hacer algo histórico. Algo que lo eleve al nivel de líder eterno que alcanzaron su padre y su abuelo. Algo como la reunificación de Corea.
Kim debe hacer algo histórico. Algo que lo eleve al nivel de líder eterno que alcanzaron su padre y su abuelo. Algo como la reunificación de Corea
Una reunificación que no tiene por qué significar el fin del régimen comunista, pero que sí podría traducirse en la unión efectiva de las gentes que habitan la Península. Tanto para Moon como para Kim, así como para el resto de sus conciudadanos, Corea es una. Y podría estar en el interés de ambos alcanzar algún tipo de acuerdo que les permitiera constituir una defensa conjunta. De esta manera, el Norte se beneficiaría de los avances tecnológicos del Sur y podría dar un mejor uso a los fondos que utiliza para producir misiles, mientras que el Sur pasaría a vivir libre de la amenaza permanente. Además, una suerte de ejército unificado permitiría a todos los coreanos sentirse, al fin, libres de la dominación extranjera.
Claro que este objetivo trasciende todo lo que parece posible; y se convierte, quizás, en una mera utopía. Aunque no es descabellado pensar que ésta, precisamente, pueda ser la utopía con la que sueñan Kim y Moon. Y Trump, quién sabe: tan pronto puede optar por presentarse como el adalid de la paz, como temer por el potencial que podría llegar a alcanzar una Corea Unida. Pero incluso los expertos más refinados no debieran olvidar que Kim quiere una Pyongyang mastodónticamente moderna, y que a Trump le gusta demasiado construir edificios. Es de esperar que, en este punto, también se puedan entender.
Lo que está claro es que sólo es el principio, y que el camino que queda por delante se presenta arduo. El progreso general va a requerir de mucha generosidad por todas las partes, menos exabruptos de lo habitual y bastante creatividad en los burós políticos y diplomáticos de las dos capitales. Para empezar, y si realmente está comprometido con la desnuclearización, Kim Jong-un tendrá que formular una idea que sustituya a la de Songun, línea política que prioriza los asuntos militares al verlos como garantes de la independencia y de la supervivencia del Juche, la particular visión norcoreana del socialismo.
Por su parte, Moon Jae-in deberá trabajarse mucho la justificación económica de este acercamiento, pues los ciudadanos del Sur no parecen dispuestos a perder demasiado poder adquisitivo en favor de sus compatriotas del Norte. En las calles de Seúl pude comprobar que acceden de buen grado a financiar gran parte de su ayuda al desarrollo, pero tener que ceder su progreso a la causa de la unificación económica serían palabras mayores. En todo caso, habría que ver cuánto esfuerzo están dispuestas a hacer las generaciones jóvenes (y pro-Moon).
Moon Jae-in deberá trabajarse mucho la justificación económica de este acercamiento: los ciudadanos del Sur no parecen dispuestos a perder demasiado poder adquisitivo
En lo que nos concierne a nosotros como europeos, bien puede decirse que la histórica escena de Panmunjon ha puesto en evidencia las carencias de nuestra diplomacia común. En un mundo hoy dominado por ‘hombres fuertes’, poco parece importar lo que digamos quienes tenemos por bandera el respeto a los Derechos Humanos, la democracia y la libertad. Pero el hecho de que la situación global sea ésta no quiere decir que debamos hacer la vista gorda en lo que respecta a lo fundamental, ni que no podamos poner en práctica lo que hemos aprendido de nuestros propios errores. Incluso los mejores-peores acuerdos posibles, como los que pusieron fin a la guerra en Bosnia, tienen consecuencias que pueden afectar a millones de personas a lo largo de generaciones y generaciones. Por eso no hay que minusvalorar lo que se suelen llamar ‘daños colaterales’. Pero tampoco hay que poner palos en las ruedas de quienes intentan consensuar alguna solución, razón por la cual debemos abstenernos de realizar juicios desinformados y dejar hacer a los negociadores. Al menos, hasta que las conversaciones estén más avanzadas y sus resultados sean más visibles.
Si esto no nos parece suficiente y nos quedamos con ganas de lograr acuerdos de paz y reunificaciones varias, también podemos empezar por Europa. En Chipre tenemos un ejemplo estupendo, para desgracia de los chipriotas, de un conflicto congelado al estilo coreano: hasta con su valla divisoria, sus refugiados y sus tropas de la ONU. Estos ciudadanos europeos, al igual que los coreanos, nos necesitan, y el mundo necesita de buenas noticias. Contribuyamos a dárselas.
***Berta Herrero es periodista y actualmente trabaja en el Parlamento Europeo.