Yunus-bek Yevkúrov, presidente de Ingushetia; Yuri Kokov, presidente de Kabardino-Balkaria; y Ramzán Kadírov, presidente de Chechenia, tienen tres cosas en común. Todos ellos fueron militares del ejército ruso y todos ellos pertenecen hoy a Rusia Unida, el partido que lidera Vladimir Putin, que es precisamente lo tercero que les une, pues fue el presidente ruso fue quien les colocó a dedo en los puestos que ocupan en la actualidad con dos misiones concretas: afianzar la autoridad rusa en zonas rebeldes al control de Moscú y, sobre todo, manejar -por no decir erradicar- el creciente islamismo radical que ha tenido su última expresión en el atentado de la noche del sábado de París que se saldó con un muerto y cuatro heridos.
En las confluencias de las calles St. Augustine y Monsigny, Khamzat Azimov, un checheno de 21 años, sacó un cuchillo al grito de 'Alá es grande' y atacó a cinco personas en una de las zonas más turísticas de la capital francesa. Estado Islámico no tardó en reivindicar el atantado, poniendo sobre la mesa que su derrota militar en Irak a finales de 2017 aún no le ha privado de toda su capacidad operativa y, sobre todo, que los jóvenes chechenos, descendientes directos del Emirato del Caúcaso, son una de sus mejores bazas para mantener sus atentados en pleno corazón de Europa.
Libios, sirios, marroquíes, uzbecos... las nacionalidades de los autores materiales de los ataques reivindicados por Estado Islámico en los últimos años se repiten, pero Chechenia aparece en más ocasiones que el resto. Y es que Chechenia, al igual que Ingushetia o Daguestán, es uno de los mayores caladeros de yihadistas. No en vano, parte de la expansión de Estado Islámico se produjo en gran medida por su crecimiento en el Cáucaso con una política de captación mucho más ambiciosa de lo que fue nunca de la Al Quaeda de Osama bin Laden.
A día de hoy, el ruso representa la tercera lengua más utilizada en los canales de comunicación de Estado Islámico, sólo por detrás del árabe y del inglés. De hecho, según datos oficiales de Rusia, Estado Islámico llegó a contar en Siria e Irak con más de 23.000 combatientes, de los que más de 2.000 eran de origen ruso. Es más, en su esfuerzo por captar al mayor número posible de combatientes del antiguo espacio de la Unión Soviética, el EI llegó incluso a lanzar un canal de propaganda exclusivamente en ruso llamado Furat Media y también intensificó su presencia en Odnoklassniki (“Compañeros de clase”) o Vkontakte (“En contacto”), dos de las redes sociales más famosas en Rusia.
Las nuevas tecnologías al servicio de Estado Islámico, aunque la propia situación en el Cáucaso y en especial en Chechenia creó el caldo de cultivo necesario para que multitud de jóvenes decidieran alistarse en las filas del yihadismo, íntimamente relacionado con los movimientos rebeldes de independencia que, sin embargo, en su nacimiento, no podían estar más desligados de la religión.
En 1991, aprovechando la desintegración de la URSS, Chechenia declaró su independencia de forma unilateral. Durante tres años, Moscú se mantuvo al margen, pero en 1994 comenzó un ataque con el que pretendía restablecer la legalidad constitucional, pues Chechenia no tenía en su origen el mismo estatus que las Repúblicas Socialistas ya que se trataba de una República Autónoma de rango inferior político y sin posibilidad de decisión propia sobre su futuro. Aquella guerra fue un desastre para Rusia, pero se convirtió en el punto de partida de lo que hoy utiliza Estado Islámico en el frente de batalla o en las calles de París.
Aquella primera guerra supuso la aparición de combatientes árabes, cuya influencia en el campo de batalla de multiplicó exponencialmente tras el fin de la guerra ante el estrangulamiento económico al que Rusia sometió a Chechenia y ante la imposibilidad real de renunciar a la ayuda económica que llegaba desde el mundo árabe a través, mayoritariamente, de organizaciones salafistas. Ni siquiera ese detalle -la mayoría musulmana de Chechenia es suní- impidió el crecimiento sin freno del radicalismo islámico con la construcción de mezquitas salafíes o la puesta en marcha de campamentos de entrenamiento militar donde recibieron formación combatientes de otras partes del Cáucaso, Asia Central y Oriente Medio.
Tanto el KGB como la inteligencia estadounidense comprobaron y confirmaron los vínculos de los rebeldes chechenos con el movimiento de Osama bin Laden. En 2007 la creación del Emirato del Cáucaso era una realidad muy distante de aquel Emirato del Cáucaso Norte que existió en la zona durante la guerra civil rusa de 1919.
Diversas escisiones después, con unos más cercanos a las premisas del Al-Nusra, otros integrados en Junud al Sham y los que pertenecen al Estado Islámico propiamente dicho, Chechenia mantiene una aparente calma. El gobierno del títere de Putin, designado a dedo, presidente de la región y principal responsable de la lucha antiterrorista, ha reducido considerablemente la violencia en una zona cuyas aspiraciones independentistas se han minimizado. Sin embargo, Chechenia afronta ahora el peligro del regreso de muchos de aquellos que se alistaron en Estado Islámico y, sobre todo, el peligro que supone para su nombre los miles y miles de chechenos desplazados por el mundo que han arrastrado consigo sus virtudes y sus problemas.
Uno de esos problemas se hizo visible hace unos meses en Alemania, cuando diversos medios de comunicación se hicieron eco de una realidad de las calles de Berlín desconocida para la mayoría y ante la que las autoridades alemanas no pueden hacer prácticamente nada. De acuerdo a diferentes informaciones en los barrios de emigrantes de origen checheno se habría puesto en marcha una "policía moral" con sus propios tribunales, lejos estos de cualquier jurisdicción del gobierno teutón. Es más, las informaciones se hacían eco de un vídeo que corría por redes sociales en el que un hombre con un pasamontañas amenazaba de muerte al resto de inmigrantes chechenos si no cumplían la sharia -la ley islámica- y el 'adat', un antiguo código de conducta tradicional checheno.
En Alemania hay más de 60.000 chechenos viviendo de forma legal y los números son bastante parecidos en Francia como consecuencia del éxodo tras las dos guerras con Rusia y los problemas con el islamismo radical. Es un escenario perfecto para captar combatientes en territorio propio o 'lobos solitarios' en Europa. El ataque de Khamzat Azimov en París es el último ejemplo aunque probablemente habrá más en el futuró próximo con compatriotas chechenos radicalizados como protagonistas.