En la India, siete de cada diez domicilios no tienen cuarto de baño con agua corriente. Todo un récord mundial negativo que hace que cada día, cientos de millones de personas en ese país se vean obligadas a hacer sus necesidades en zanjas, cunetas, pozos sépticos o letrinas al aire libre. Para acabar con esa situación, un indio ha batido otro récord, éste positivo, consiguiendo producir el agua potable más barata del mundo al coste de medio céntimo de euro el litro.
Bindeshwar Pathak nació en el seno de una familia de la casta “bramán”, la más respetada entre los hindúes y considerada como la superior a todas. Según la tradición, los bramanes nacen puros y deben conservar su limpieza original de cuerpo y alma. Tal vez por eso, cuando Bindeshwar tocó sin querer a la mujer “intocable” que limpiaba las letrinas de casa, su abuela perdió los estribos: “me obligó a tragar excrementos y orina de vaca y me lavó todo el cuerpo con agua traída del río Ganges (sagrado para los hindúes). Yo debía tener cinco o seis años y no comprendía nada; me pregunté cómo podía ser que Gandhi considerase a los parias como sus ´hijos predilectos´ y que luego la gente les tratase peor que a animales. Aquello dejó una cicatriz en mi carácter ”.
Décadas después, tras pasar por varios empleos respetables, esa cicatriz seguía abierta y el señor Pathak pidió un préstamo personal para poner en marcha una fundación que ayudase a los “intocables”. Su invento de la letrina de dos pozos parecía la solución ideal para acabar con la lacra de las limpiadoras de heces, un trabajo denigrante que pasa de madres a hijas: el 95% de las veces es desempeñado por mujeres.
Sin embargo, la Fundación “Sulabh” (“accesible” en hindi) no tuvo éxito. Al préstamo del banco siguieron otros de amigos y familiares e incluso tuvo que vender las joyas de su madre y esposa para conservar la oficina de 20 metros cuadrados y a sus seis empleados. Un día que Pathak valoraba la posibilidad del suicidio como una salida honorable a su situación después de tres años sin una sola venta, le pidieron que construyera dos letrinas para un domicilio particular. Su sistema de dos pozos demostró ser tan eficiente que a partir de entonces le llovieron los pedidos. A día de hoy, Sulabh ha construido más de diez millones de letrinas en todo el mundo, desde Nicaragüa hasta Camerún, da trabajo a 35.000 personas -casi todas parias- y es la mayor ONG de la India.
Los proyectos de "Sulabh"
Al visitar las instalaciones de “Sulabh”, en las afueras de Nueva Delhi, lo primero que llama la atención es el silencio. Por la mañana, cientos de alumnos -hijos de ex-limpiadoras de heces- estudian en las aulas que rodean al patio central. Inglés, informática, costura o electrónica son las materias más demandadas por los jóvenes que, por primera vez en una larga cadena generacional, no tendrán que ganarse la vida limpiando desechos con las manos.
Los visitantes al museo de wáteres -único en el mundo y lleno de curiosidades- pueden completar su vista echando un vistazo a los modelos de letrina -denominados “tipo 1”, “tipo 2”, etcétera- construidos junto a un jardín. Alcaldes de varios pueblos y delegados de ONGs siguen las explicaciones de un empleado que les detalla precios y costes de mantenimiento. El más popular parece ser el “tipo 4”, un kiosco de ladrillo que puede ser construido en unas horas incluso por un albañil analfabeto y que por el equivalente a 175 euros puede ser usado por 10 personas durante 10 años sin apenas mantenimiento. Cada año se alterna el pozo a donde van a parar los desechos y se obtiene fertilizante y biogas. Es totalmente inodoro.
“Todas las instalaciones de Sulabh son de pago”, dice Pathak. De esta manera incluso los pobres sienten la dignidad de pagar por un servicio, asimilan la importancia de la higiene y consideran los sanitarios como un bien fundamental que hay que conservar”. El precio, por supuesto, es simbólico: menos de dos céntimos de euro por uso. El beneficio que se obtiene a cambio es inmenso. Cada día mueren más de mil niños por enfermedades derivadas de la falta de acceso a agua potable y letrinas.
En un país donde los servicios en los vagones de tren consisten en un agujero que va a parar directamente a las vías y donde la mitad de las ciudades no tiene alcantarillado, los kioscos de Sulabh pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte. Y contribuyen además a terminar con la maldición de los parias condenados a acarrear cubos de excrementos a cambio de una miseria y cuya profesión fue oficialmente abolida en 2013. A pesar de ello se calcula que puede haber unas 150.000 personas que cada mañana se levantan al alba para sumergirse hasta la cintura en pozos de excrementos sin protección ni medidas de higiene. El año pasado murieron 300 de ellas mientras trabajaban.
Las tradiciones que quiere abolir
Con el tiempo, Pathak ha aprendido y enseñado a sus “harijan” o hijos de Dios que incluso las tradiciones centenarias pueden romperse si son injustas. El padre de Bindeshwar Pathak era médico de ayurveda (medicina tradicional india) y su abuelo astrólogo, ocupaciones típicas de hombres de casta alta en la India. Él mismo sintió algunos reparos antes de empezar a trabajar con personas a las que toda la sociedad considera indeseables. “Pero si al principio era mi trabajo, luego se convirtió en mi misión”, asegura. En más de una ocasión, él mismo ha ayudado con su propias manos a los limpiadores para dar ejemplo.
La labor de esta fundación ha sido reconocida por la ONU y varios gobiernos e incluso el alcalde de Nueva York declaró el 14 de abril de 2016 “Día de Pathak”. Los proyectos de Sulabh incluyen sistemas de reciclado de orina para conseguir agua de riego, la obtención de biogas a partir de desechos humanos y un sistema para potabilizar agua que permite venderla al precio simbólico de medio céntimo de euro por litro.
En pueblos como Madusudankati , cerca de Bangladesh, los vecinos pueden rellenar sus propios envases en una fuente o pedir la entrega a domicilio de una garrafa de veinte litros. Las escuelas reciben suministros gratis. Allí, como en otros sitios torturados por la sequía y la contaminación del subsuelo, el agua de ríos y estanques es prácticamente venenosa debido a la acumulación de arsénico. Los habitantes de muchas aldeas se han resignado a sufrir enfermedades cutáneas y dolores gástricos de manera crónica por no poder costearse el agua embotellada.
El último gran proyecto de Pathak para cambiar al vida de los repudiados por la sociedad consiste en ayudar a las viudas a volver a casarse si lo desean
El último gran proyecto de Pathak para cambiar al vida de los repudiados por la sociedad consiste en ayudar a las viudas a volver a casarse si lo desean. En Vrindavan, conocida como la “ciudad de las viudas”, viven unas 20.000 mujeres que perdieron a su marido y desde entonces viven marginadas y rechazadas, ya que la tradición dicta que una viuda no debe volver a casarse. Las posesiones del padre pasan a los hijos directamente y las mujeres, después de ser rapadas y romper sus pulseras (equivalentes al anillo de casada) deben retirarse de la vida activa y resignarse a pasar el resto de sus años despreciadas por todos. La fundación de Pathak ha conseguido que algunas de estas mujeres contraigan matrimonio de nuevo y “renazcan”, escapando a una vida sin esperanza y especialmente dura en el caso de las viudas jóvenes.
En su modesta oficina, bajo la brisa que levanta un viejo ventilador en el techo, el doctor Pathak muestra en un ordenador portátil las fotografías que le llegan desde las oficinas de “Sulabh” a lo largo y ancho de la India. Tras él, y en todas las paredes del recinto, se pueden leer en hindi y en inglés lemas como “la limpieza es bella”, “lavarse las manos te hace sentir bien” o “somos agua, bebe agua limpia y serás puro”. Como salvapantallas tiene la foto del mayor urinario público del mundo (otro récord), un edificio que él califica de “visualmente atractivo” con 120 servicios, 108 duchas, 28 sanitarios para discapacitados y seis vestuarios que prestan servicios a unas 30.000 personas y que usa la energía de biogas que allí mismo se genera. Un sirviente deja junto a él un plato de arroz y un refresco que se quedan sin tocar cuando Pathak comienza a hablar, emocionado, de su nuevo proyecto: una universidad para intocables.