Uno no elige a su familia. Bien lo sabe Heidi Benneckenstein. Hasta los dieciocho años, ella sólo contaba con los dedos de una mano la gente de su alrededor que no eran neonazis. Su familia, sus amigos más cercanos y la mayoría de sus conocidos eran, en general, radicales de extrema derecha. “Fui una niña nazi”, explica Heidi, una joven que ahora ronda los 26 años.
Así se describe a sí misma en su libro, unas memorias publicadas hace un año que se han convertido enbestseller en Alemania. Ein deutsches Mädchen: mein Leben in einer Neonazi-Familie o “Una niña alemana: mi vida en una familia neonazi” (Ed. Tropen, 2017), se titula el volumen. En él da cuenta de cómo sobrevivió a la vida en la sociedad paralela en la que le tocó crecer.
Cuando nació, sus padres vivían en un pueblo bávaro de apenas 300 vecinos junto a Fürstenfeldbruck, una ciudad de 35.000 habitantes situada a unos treinta kilómetros al oeste de Múnich. No tan lejos de la cosmopolita capital de Baviera, Heidi vivió en una familia prisionera de la ideología extrema impuesta por el hombre de la casa, Helge Redeker. Esta conocida figura del neonazismo alemán es el principal señalado como responsable en las memorias de Heidi de la radical forma de vida adoptada por los suyos. “Mi extraña familia”, es el título que da Heidi al capítulo sobre cómo se vivía en su casa.
“En nuestra casa las cosas eran de otra manera respecto a las otras casas en las que vivían mis amigas. En nuestra casa no había ninguna cruz de madera sobre la mesa del comedor, había un calendario dela asociación de los Jóvenes Alemanes Leales a la Patria (HDJ, por sus siglas en alemán), unas runas de pan casero y un mantelillo con dichos nacionalistas tradicionales”, cuenta Heidi en sus memorias. Alude, entre otras cosas, a una organización para niños y adolescentes prohibida en 2009 por su carácter neonazi. La HDJ era heredera de las también neonazis Juventudes Vikingas, fundadas a principios de los años cincuenta a imagen y semejanza de las Juventudes Hitlerianas.
Por las mañanas, en su casa no se leía el diario serio y generalista más vendido de Alemania, el muniqués Süddeutsche Zeitung. “En la mesa del desayuno (…) estaba el Preußische Allgemeine Zeitung, un diario conservador de ultraderecha con una tirada de 18.000 ejemplares”, cuenta Heidi. Para comer, en su familia estaba prohibido el McDonalds y la Coca-Cola, del mismo modo que ni ella ni sus hermanas podían decir “Handy” - palabra de inspiración inglesa que designa en alemán el “teléfono móvil”. Debían decir “teléfono de mano”.
Además Heidi y sus hermanas tenían prohibido vestir vaqueros, camisetas o sudaderas. Así, “de niña, casi siempre llevaba un Dirdl”, recuerda Heidi, aludiendo al vestido tradicional bávaro. Esa vestimenta es la que suelen llevar ellas en fiestas tradicionales germanas como el Oktoberfest.
No es que en su casa fueran especialmente austeros. Al fin y al cabo, su padre tenía un buen trabajo. Era funcionario, inspector de aduanas. Pero, sobre todo, era y es alguien radicalizado en su manera de pensar. Tradicionalista, nacionalista, autoritario, con un punto violento y negacionista del Holocausto judío son algunos de los rasgos con los que Heidi describe a su padre. “Mi padre se comportaba como un comandante en jefe. Se comportaba como si no fuéramos sus hijas, sino soldados a los que podía dar órdenes”, según Heidi.
Germanizar Europa
Para ella, su madre cayó bajo el atractivo de un hombre que también era capaz de cautivar. No en vano, en su día logró montar con éxito en el enclave ruso de Kaliningrado una comuna de neonazis cuyo objetivo no era otro que “volver a germanizar” lo que fue Prusia Oriental. “Él quería que fuera de nuevo alemán ese territorio que tras la Segunda Guerra Mundial fue de Rusia, Polonia y Lituania”, rememora Heidi.
Pese a haber nacido en 1993, dentro del que se identifica como el mayor periodo de paz y democracia que se ha vivido el viejo continente gracias a la Unión Europea, Heidi temió durante muchos años el inició de una nueva guerra mundial. En su casa había muchos libros, pero la gran mayoría de ellos versaban sobre la Segunda Guerra Mundial o eran biografías de los líderes del III Reich. Entre los libros “menos dañinos” al alcance de los niños de la casa estaban los volúmenes sobre las aventuras del perro Baska –Baska und ihre Männer o“Baska y sus hombres”. “Era una especie de Lassie para nazis”, afirma Heidi. Además, su padre no paraba de contarle historia sobre la guerra.
“Durante un tiempo vivía con un miedo permanente a que hubiera una guerra. Contaba cada minuto que pasaba sin que en el horizonte se viera un avión enemigo. ¿Y mi padre? No me calmaba”, cuenta Heidi. “Una vez, en la cena, le pregunté si era posible que en Alemania hubiera una guerra. Él me explicó que era posible que, en Alemania, estallara una guerra y, que, de hecho, podía pasar en cualquier momento. Porque entre Alemania y los aliados –de la Segunda Guerra Mundial– no había tratado de paz y que la Segunda Guerra Mundial no había terminado oficialmente”, abunda.
La conclusión de su padre fue: “En principio, los americanos pueden atacar en cualquier momento”.
Campamentos paramilitares de niños nazis
No parece una casualidad que, de pequeña, Heidi fuera una niña especialmente intranquila. Sufrió dermatitis atópica, una enfermedad de la piel que se cree relacionada con el estrés. Los médicos le acabaron recetando Ritalin, un medicamento psicoestimulante de uso común contra la hiperactividad. Sus notas en la escuela nunca fueron buenas debido a problemas por falta de concentración. Obtuvo el graduado escolar con un cinco y con algo de nota media. En la escuela, nadie notó que fuera una niña nazi. El padre de Heidi también imponía discreción fuera de casa.
Al estrés de su hogar de niña, Heidi tuvo que añadir el sufrido en la dura experiencia de habituarse a los campamentos de las HDJ, una suerte de boy-scoutsen versión neonazi. Su padre la mandaba con ellos siempre que podía. Aquello era “formación paramilitar para niños, a los que se exigía muchísimo físicamente”, escribe Heidi. Ella comenzó a ir a los campamentos de las HDJ con tan sólo siete años.
En sus encuentros, los niños de las HDJ son despertados al alba por los monitores que, al más puro estilo militar, los ponen a hacer ejercicio, no con un espíritu deportivo sino militar. Con la complicidad de los padres, según cuenta Heidi, a los niños se les enseña en estos campamentos vídeos de propaganda nazi, se veneraba a los autores de la literatura nacionalsocialista y se enseña sobre razas y la visión del mundo de estos arios del siglo XXI. Heidi habla de “lavado de cerebro” desde la infancia.
“Los padres de los niños de la HDJ no eran gente pobre ni personas sin una importante posición social. Muchos pertenecían a la gente mejor situada en los escalafones de empresas, había intelectuales, profesores y dentistas”, explica Heidi. Eran “adultos fanáticos” que tienen la “impresión de ser los pocos sanos de una sociedad enferma”, abunda. Heidi describe los círculos en los que se movió de pequeña como grupos que aspiran a formar una élite: la élite de la extrema derecha alemana. Políticamente se identifican claramente con el Partido Nacionaldemocrático de Alemania (NPD), es decir, el partido “neonazi” alemán.
Siguiendo la lógica que empleó su padre para criarla, Heidi formó parte de las juventudes del NPD, las Juventudes Nacionaldemocráticas (JN). Como tal, participó en actos con miembros del NPD, repartió propaganda del partido y también fue a visitar a “camaradas” – según la terminología de estos círculos – que cumplían condena en la cárcel.
También la emprendió a golpes con un “enemigo” de su causa, un fotógrafo que quiso hacer fotos el 26 de julio de 2008 en el entierro de Friedhelm Busse, uno de los líderes neonazis del país. Ella llevó la iniciativa contra el reportero, que acabó siendo golpeado por un grupo de neonazis. “Tuvo un par de costillas rotas y unas contusiones, pero nada grave. La policía me llamó para una citación que quedó sin consecuencias”, explicaba Heidi al diarioberlinésDer Tageszeitung en los días de promoción de su libro.
La maternidad en el mundo neonazi
Siendo militante neonazi, sus padres ya se habían separado. Ella dejó de ver a su padre cuando tenía 15 años. Así lo decidió ella tras una fuerte discusión con él. Casi un lustro después, con 19 años, Heidi ya había dejado el mundo de la extrema derecha. Le ayudó en ese abandono el que es hoy su marido Felix Benneckenstein, quien en su día fuera cantautor neonazi. Ambos se conocieron y enamoraron siendo radicales de extrema derecha. Y ambos dejaron ese ambiente juntos. Han formado una familia.
Llevó tiempo dejar de ser neonazi, pero a los 17 años, un test positivo de embarazo hizo a Heidi pensarse muy seriamente seguir la vía de la radicalización que su padre le había preparado. También la empujó a dejar aquel camino que su marido pasara cinco meses en prisión después de una pelea con otro neonazi. Aquello contribuyó a su salida de aquella escena radical al igual que la ayuda prestada por Exit-Deutschland, una organización alemana de apoyo a quienes caen en círculos radicales de ultraderecha.
Ella y su marido son ahora la cara visible de Exit-Deutschlanden Múnich. Han logrado rehacer su vida con éxito. Y tanto. Heidi, la que fuera niña nazi, es ahora cuidadora en una escuela infantil.