Europa está en peligro.
Desde todas partes se levantan y suceden críticas, ultrajes y deserciones.
Terminar con la construcción europea, encontrar el "alma de las naciones" y renovar una "identidad perdida" que a menudo solo existe en la imaginación de los demagogos: ese es el programa común de las fuerzas populistas que se extienden por el Viejo Continente.
Europa está siendo atacada desde dentro por profetas malvados y borrachos de resentimiento que creen que llegó su hora. Está siendo abandonada en el exterior desde el otro lado del Canal de la Mancha y del Atlántico, por los dos grandes aliados que, en el siglo XX, la salvaron dos veces del suicidio. Está siendo presa de las maniobras cada vez menos disimuladas del amo del Kremlin. Europa como idea, voluntad y representación se está desmoronando ante nuestros ojos.
Y es en medio de este clima deletéreo en el que tendrán lugar, en mayo de 2019, las elecciones europeas que, si nada cambia; si nada llega a detener la ola que se hincha, fortalece y eleva; si no se manifiesta un nuevo espíritu de resistencia rápido en todo el continente, corremos el riesgo de que sean las más calamitosas que hemos visto: una victoria de los piratas; una desgracia para aquellos que todavía creen en la herencia de Erasmus, Dante, Goethe y Comenius; un desprecio a la inteligencia y a la cultura; y explosiones de xenofobia y antisemitismo. Un desastre.
Los firmantes de este manifiesto son de los que no se conforman con este desastre anunciado.
Son de esos patriotas europeos, más numerosos de lo que pensamos, a menudo resignados y silenciados, que saben lo que nos jugamos. Saben que estamos ante una nueva batalla por la civilización tres cuartos de siglo después de la derrota del fascismo y 30 años después de la caída del muro de Berlín.
Cuando el populismo ruge es necesario querer a Europa
Su memoria europea, la fe en esta gran Idea que han heredado; la convicción de que solo esta Idea tuvo la fuerza para elevar a nuestros pueblos por encima de sí mismos y su pasado guerrero; y que solo esta Idea tendrá la virtud mañana de conjurar la llegada del nuevo totalitarismo y el regreso sobre la marcha de la miseria propia de las edades oscuras. Todo esto les impide rendirse.
De todo esto nace la invitación a un movimiento.
De ahí sale este llamamiento a la movilización en la víspera de unas elecciones que se niegan a rechazar a los sepultureros.
Y de ahí esta exhortación para volver a encender las llamas de la antorcha de una Europa que, a pesar de sus fracasos, errores y, en ocasiones, cobardías, sigue siendo una segunda patria para todos los hombres libres del mundo.
Nuestra generación ha cometido un error.
Como aquellos garibaldinos del siglo XIX que repetían como un mantra su "Italia se fará da sè", hemos creído que la unidad del continente se dará por sí misma, sin voluntad ni esfuerzo.
Hemos vivido en la ilusión de una Europa necesaria, inscrita en la naturaleza de las cosas, que se consolidaría sin nosotros, por estar en el "sentido de la Historia".
Debemos romper con este providencialismo.
Es a esta Europa perezosa, privada de recursos y pensamientos a la que tenemos que decir adiós.
No tenemos otra opción.
Cuando rugen los populismos es necesario querer a Europa o fracasar.
Es preciso, mientras que amenace por doquier el repliegue soberanista, retomar la voluntad política o rendirse ante quienes imponen por doquier el resentimiento, el odio y su cortejo de pasiones tristes.
Es preciso desde hoy con urgencia que suene la alarma contra los incendiarios de almas que, desde París a Roma, pasando por Dresde, Barcelona, Budapest, Viena y Varsovia, juegan con el fuego de nuestras libertades.
Porque este es el desafío: en esta extraña derrota de Europa que se avecina en el horizonte, esta nueva crisis de la conciencia europea que promete derribar todo lo que hizo a nuestras sociedades grandes, honorables y prósperas, existe un desafío mayor que cualquier otro desde la década de 1930: un desafío a la democracia liberal y sus valores.
*Estos son los 30 firmantes del manifiesto:
Vassilis Alexakis (Atenas)
Svetlana Alexievitch (Minsk)
Anne Applebaum (Varsovia)
Jens Christian Grøndahl (Copenhague)
David Grossman (Jerusalén)
Ágnes Heller (Budapest)
Elfriede Jelinek (Vienna)
Ismaïl Kadaré (Tirana)
György Konrád (Debrecen)
Milan Kundera (Praga)
Bernard-Henri Lévy (París)
António Lobo Antunes (Lisboa)
Claudio Magris (Trieste)
Adam Michnik (Varsovia)
Ian McEwan (Londres)
Herta Müller (Berlín)
Ludmila Oulitskaïa (Moscú)
Orhan Pamuk (Estambul)
Rob Riemen (Amsterdam)
Salman Rushdie (Londres)
Fernando Savater (San Sebastián)
Roberto Saviano (Nápoles)
Eugenio Scalfari (Roma)
Simon Schama (Londres)
Peter Schneider (Berlín)
Abdulah Sidran (Sarajevo)
Leïla Slimani (Rabat)
Colm Tóibín (Dublín)
Mario Vargas Llosa (Madrid)
Adam Zagajewski (Cracovia)