¡Juro!", exclamó Juan Guaidó, el hombre que preside la Asamblea Nacional de Venezuela a los 35 años.
“¡Juro!”, exhortó a la multitud como un magnífico desafío al régimen de Nicolás Maduro, el "Ubú president" en funciones desde la muerte de Chávez.
"Lo juro", repitió con una audacia insensata pero eficaz, ya que casi todos los países de la región, veinte miembros de la Unión Europea, Estados Unidos y Canadá lo reconocieron de forma casi inmediata.
Este golpe de brillantez no merecería ninguna estima o apoyo si fuera solo un episodio en la larga tradición de pronunciamientos a los que estuvieron sometidos, desde Río Grande hasta el Cabo de Hornos, los pueblos que conforman lo que Carlos Fuentes llamó "la región más transparente".
En efecto, hemos visto demasiados caudillos recoger sus coronas entre los escombros de sus países y crear una confusión entre el aval de la tribuna y el consentimiento constitucional, para que acreditemos ciegamente a un hombre alzado en un baluarte sin ninguna otra unción que la del bautismo recibido de la multitud en Caracas.
Por esto, también será necesario velar por que no se desarrolle ningún culto a la personalidad que pueda transformar esta bella revolución popular en un nuevo episodio de este petroleo-cesarismo o, para hablar como Mario Vargas Llosa, en la criminal "fiesta del chivo " que ha generado desde hace tanto tiempo la miseria de este país.
Pero, Juan Guaidó no solo accedió a asumir "formalmente" los poderes del Ejecutivo el 23 de enero.
Guaidó no actuó siguiendo su ambición, sino acorde a una lectura fiel de la Constitución cuyos artículos 233 y 350 le encomiendan las riendas del país en los casos en que el jefe de Estado esté impedido.
Será necesario velar por que no se desarrolle ningún culto a la personalidad que pueda transformar esta bella revolución popular en un nuevo episodio de este petroleo-cesarismo
Y esta responsabilidad la tiene de forma provisional hasta que se organicen elecciones libres y se restablezcan el derecho de las personas, con apego a los valores, principios y garantías consagrados en la ley fundamental del país.
Pocas dictaduras han violado tanto estos valores, principios y garantías como la de Nicolás Maduro.
Pocos presidentes han sido tan mal elegidos como esta mezcla de Pinochet y Castro que se tomó la precaución de prohibir la participación de la coalición opositora y de hacer que la mayoría de sus figuras, como Antonio Ledezma y Leopoldo López, estuvieran en prisión, en el exilio o inhabilitados durante los comicios de 2018.
Pocos han multiplicado tanto las operaciones de sus bases policiales, rebautizadas con el impúdico eufemismo de "Operaciones de liberación humanista del pueblo", de las que Amnistía Internacional no cesa de revelar casos de arrestos arbitrarios, desapariciones y violaciones sangrientas a los derechos humanos.
Pocas dictaduras han violado tanto estos valores, principios y garantías como la de Nicolás Maduro.
Y, ¿cuánto valen estos derechos humanos cuando el 87% de los hogares vive por debajo del umbral de pobreza; los venezolanos han perdido, en promedio, 11 kilos desde el 2017; y los indicadores de salud y mortalidad alcanzan niveles que generalmente solo se ven en países en guerra, según una encuesta de Encovi llevada a cabo por un consorcio de universidades?
No volveremos a tener aquí el debate eterno entre legalidad y legitimidad.
Sin embargo, uno no puede dejar de preguntarse en este punto tan precario en qué derecho se apoya un régimen que solo ha sabido fomentar una inflación de diez cifras que está matando de hambre a sus ciudadanos en los suburbios y campos.
Tampoco nos podemos dejar de hacer preguntas sobre los restos de un bolivarianismo que con su petróleo solo ha logrado crear soviets sin electricidad, es decir, a un pueblo privado no solamente de libertad, sino de agua, leche, huevos y carne.
Y, ¿no hay un momento en este viaje al abismo en que uno debe tener el coraje de decir que un gobierno que ha empujado al exilio a 2, 3 o tal vez 5 millones de sus habitantes ya no es ni legítimo ni legal? A partir de aquí hay que decantarse por una alternativa.
Podemos resucitar a los fantasmas de Monroe, la United Fruit Company, los Chicago Boys y la Operation Condor.
También podemos, como un icono de la izquierda francesa, expresar la vergüenza de ver el regreso de Trump, con sus grandes zuecos, a un patio trasero de América donde sus predecesores carecieron de discernimiento y moral tan a menudo.
Uno puede, como Jean-Luc Mélenchon y el nuevo corbynismo internacional, ver en el "¡Juro!"de Guaidó el fruto de una conspiración y no querer entender que los conspiradores son, en estas circunstancias, los millones de venezolanos hambrientos y devastados; que el intervencionismo por el intervencionismo, el intervencionismo más brutal, criminal e imperialista es menor hoy en el lado de Estados Unidos que en el chino, que financia al régimen asesino; el ruso, que lo protege; y el cubano, que patrulla la capital.
Venezuela, en verdad, no puede esperar más.
Por esto, no hay otra salida, en el momento en que escribo, que llamar al pueblo, como Emmanuel Macron y sus colegas europeos, a celebrar elecciones libres y transparentes- pero primero, por supuesto, debe darse la salida del caudillo Maduro sin condiciones ni demoras.
Nos acordamos de esas imágenes de él, donde Erdogan, degustando un steak en el restaurante de carne más caro del mundo.
Sin saberlo, estaba imitando de forma grotesca a ese "patriarca" en "otoño" festejando en su palacio demacrado y sangriento, casi loco, inmortalizado por el escritor Gabriel García Márquez.
Una vez más el rey está desnudo.
Perdido en su infierno, no tiene motivo legítimo ni partidarios.
Todo lo que le queda es su sable y su temor de perder el poder de torturar a su pueblo.