¿La paz es siempre el camino o la paz siempre debería ser el camino? Tema espinoso. Lo políticamente correcto es decir que la paz es siempre el camino, pero eso no quiere decir que sea necesariamente lo correcto.
Supongamos que unos maleantes asaltan un banco y toman de rehenes a todos los que estaban dentro. Saltan las alarmas dentro del recinto pero la policía tarda en llegar. Mientras tanto, los cautivos intentan negociar con los secuestradores. La respuesta, balas. Cuando finalmente llegan las autoridades, rodean el edificio e intentan ellos mismos entablar una negociación. Nada. La respuesta es más plomo y los consecuentes muertos. Los malhechores exigen que la policía se retire y los deje resolver el conflicto. Alegan que es un tema entre privados.
¿Cuánto tiempo puede pasar la policía sin tumbar las puertas del banco y rescatar a los rehenes así tenga que cargarse a unos asaltantes en el camino? Como vemos, la paz no es siempre el camino. El deber no es siempre el ser.
Ahora extrapolemos el caso a todo un país. Un Gobierno que ha permitido el ingreso en su país de grupos guerrilleros, de células del fundamentalismo islámico y de mafias del contrabando de minerales. Un Gobierno que ha fomentado la creación de un cartel de la droga entre sus más altos oficiales militares, convirtiendo al país en la principal pista de despegue hacia Europa y Estados Unidos del narcotráfico sudamericano. Un Gobierno que ha lavado capitales en el sistema financiero internacional por más de 500.000 millones de dólares. Un Gobierno que ha estrangulado la producción económica a tal punto de que la mayor parte de la población no puede acceder a alimentos, medicinas y servicios básicos. Un Gobierno que ha armado a bandas delictivas que operan a gran escala en el territorio nacional, causando que sus ciudades estén entre las más inseguras del planeta. Un Gobierno que ha causado un éxodo de más tres millones de habitantes porque un sueldo mínimo mensual alcanza solo para el equivalente a cuatro cervezas. Un Gobierno que ha causado una crisis migratoria cuyos coletazos abarcan a toda América y a parte de Europa.
Este es el diagnóstico, a grandes rasgos, de la situación. Si nos concentramos solo en el período en que Nicolás Maduro ha estado al frente, en seis años la oposición ha intentado todas las vías pacíficas para resolver un conflicto que el actual dictador heredó de su predecesor Hugo Chávez. Elecciones que terminan siendo fraudulentas en su origen, su desarrollo y su conclusión; rondas de diálogo en las cuales los propios facilitadores internacionales han dicho que el oficialismo incumple los acuerdos; protestas masivas y de todos los tipos que son correspondidas con represión gubernamental; denuncias en los más importantes foros mundiales cuyas resoluciones no son respetadas por el chavismo en el poder.
En seis años la oposición ha intentado todas las vías pacíficas para resolver un conflicto que el dictador Maduro heredó de su predecesor, Chávez
El 6 de diciembre de 2015 el resultado en las elecciones parlamentarias fue tan atronador a favor de la oposición que Maduro tuvo que momentáneamente aceptar la mayoría absoluta que ahora tenía en contra. Sin embargo, pocos días después el Supremo compuesto por magistrados leales al chavismo se movilizó para declarar en desacato a la nueva Asamblea Nacional e imposibilitar cualquier legislación que proviniera de la misma. De hecho, terminó instalando un parlamento paralelo llamado Asamblea Nacional Constituyente desde el cual no solo comenzó a legislar sino a destituir y sustituir a las nuevas cabezas de Poderes que se le habían volteado como la Fiscalía General.
Así llegó el 2018: con Poderes secuestrados, cientos de muertos en las manifestaciones, desconocimiento del ordenamiento jurídico nacional e internacional, más de 500 presos políticos, los principales partidos políticos opositores ilegalizados y sus líderes inhabilitados electoralmente. De paso, a Maduro no se le ocurrió otra que adelantar inconstitucionalmente las presidenciales a través de su parlamento paralelo. En esas circunstancias, la oposición decidió no participar en esos comicios.
Una vez vencido el período presidencial 2013-2019, Maduro perdió la única legitimidad que le quedaba, la de origen. La Constitución establece que ante la falta del presidente de la República asume quien esté al frente de la Asamblea Nacional para convocar a unas elecciones presidenciales.
La respuesta de Maduro fue vista en la frontera colombo-venezolana. Hasta quemar camiones con alimentos y medicinas con tal de mantenerse en el poder. ¿Qué diplomacia cabe en este punto? ¿Cómo va a funcionar la diplomacia si su fracaso no tiene una consecuencia? La amenaza cada vez más palpable de una intervención militar puso en apuros a personajes como Pepe Mujica que ahora sí se ofrecen para mediar y resolver el asunto por vía de unas elecciones generales. ¿Dónde estaban Pepe y sus amigos durante todo este tiempo? ¿No estarán llegando detrás de la ambulancia?
Paradójicamente, el exceso de diplomacia puede terminar trayendo la guerra en un mundo donde hay demasiados burócratas y pocos estadistas, por no decir ninguno. Como los políticos no quisieron hacer su trabajo, estamos al borde de la hora de los generales. Esperemos que no sea demasiado tarde, Pepe.
*** Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.