Ilhan Omar es una de las jóvenes demócratas que han entrado en el Congreso de Estados Unidos tras las elecciones del pasado noviembre. Es negra. De origen somalí. Es musulmana y lleva hiyab.
Es protagonista de los titulares de las noticias desde hace algunos días por sus declaraciones escandalosas e hirientes sobre Israel y el lobby proisraelí en Estados Unidos.
Ya en el 2012, en los inicios de su carrera política, desencadenó la polémica al declarar que Israel había "hipnotizado al mundo" y que le rezaba a Alá para que "despierte al pueblo" y lo ayude a "ver claro en sus exacciones".
Algunos años después, como respuesta a un opositor que desenterró estas declaraciones y denunció que se había reunido con los partidarios del boicot a Israel en el Congreso de Minnesota, objetó que llamar la atención sobre el apartheid israelí no la convertía en una persona que odiaba a los judíos.
Sin embargo, esta vez la joven congresista ha ido más lejos al afirmar que sus nuevos colegas del Congreso que apoyan a Israel lo hacen por los "benjamines", los billetes de 100 dólares, y por la seducción de los poderosos lobistas prosionistas. Y no por convicción, amor a la democracia o en virtud de un análisis de los intereses de su país.
Esta declaración ha caído como una bomba.
Una mayoría de republicanos y demócratas la han condenado al entender que la hostilidad hacia el estado hebreo opera como un amante capaz de atraer, reciclar y reactivar los prejuicios antisemitas más odiados: la doble lealtad, el gusto por el lucro y la propensión a la traición.
Pero mayoría no quiere decir unanimidad.
Y, tan importante es la indignación como el extraño debate al que dio lugar este tema.
Paso por la reacción de viejos antisemitas como David Duke, el antiguo "Gran Mago" del Ku Klux Klan, que salió al rescate de la joven y, en respuesta a la petición de su dimisión por parte de Donald Trump, la felicitó por haber "denunciado los sobornos israelíes recibidos por miembros del Congreso".
La hostilidad hacia el estado hebreo opera como un amante capaz de atraer, reciclar y reactivar los prejuicios antisemitas más odiados
Pero no puedo pasar por alto la respuesta de solidaridad inmediata de Alexandria Ocasio-Cortez, demócrata electa en Nueva York y estrella en ascenso del partido, quien, sorprendida por las críticas "hirientes" de las que su hermana fue objeto, reclamó el mismo "nivel de reacción cuando otros funcionarios hagan declaraciones sobre los latinos u otras comunidades".
Ni la de Linda Sarsour, la activista icónica de la marcha de las mujeres partidaria de la sharia (¿No escribió en un tuit, después borrado, que Ayaan Hirsi Ali se merecía, por ser "mala" musulmana, que le "arranquen la vagina"?), quien aseguró que "apoya a la congresista Ilhan Omar" y lamenta la actitud de las "feministas blancas" que exigiéndole una disculpa hacen el "trabajo sucio" de los "hombres blancos poderosos".
Ni puedo ignorar a la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, quien, después de un cara a cara con Omar en el que la convenció, de hecho, de disculparse, insistió en excusarla en una declaración que alcanza unas cumbres raramente vistas de condescendencia y/o diferencialismo al exponer que la joven americana-somalí "no midió el peso de sus propias palabras" y tiene una "experiencia diferente" del uso del lenguaje.
Ni, por supuesto, a James Clyburn, representante de Carolina del Sur, cuando explicó ese tránsito al acto antisemita a través de su pasado doloroso de refugiada en Kenia; dijo que sus colegas, en vez de "caerle encima", debían "respetar y honrar" la víctima que fue; y concluyó que su relación con el sufrimiento es "más personal" que la de las hijas e hijos de las víctimas del Holocausto.
Ni dejar de lado la petición de Debbie Dingell, representante de Michigan y demócrata de vieja escuela, a "ambas partes" (Sí, "¡ambas partes!" ¡Las palabras de Donald Trump al día siguiente de Charlottesville!) a no difundir el odio, el racismo y la islamofobia.
Y ¿qué podemos decir sobre la resolución finalmente adoptada por el Congreso que, después de acalorados debates donde el estatus de Omar como mujer negra y musulmana pareció pesar tanto como las críticas de antisemitismo hacia ella?.
Pero 1. sin nombrarla expresamente y 2. teniendo mucho cuidado en condenar "las discriminaciones anti-musulmanas y las intolerancias contra cualquier minoría" en el mismo aliento de hipocresía bien intencionada y confusión política.
La secuencia es instructiva en más de un sentido.
Demuestra que el debate sobre la metamorfosis del antisemitismo, adaptado al antisionismo, no es una especialidad francesa. Ilustra la deriva de una parte de la guardia demócrata joven que razona como los laboristas de Jeremy Corbyn y que está tan poco dispuesta a denunciar el inquietante retorno del antisemitismo de izquierdas como ellos.
Estados Unidos tiene con Trump la derecha más lamentable de su historia y ahora está viendo nacer, en un espejo, a una izquierda estúpida, maliciosa, falsamente antirracista y antifascista
Y revela que Estados Unidos tiene con Trump la derecha más lamentable de su historia y ahora está viendo nacer, en un espejo, a una izquierda estúpida, maliciosa, falsamente antirracista y antifascista. Además, está conquistada, en el peor de los casos, por el antisemitismo y, en el mejor, por la lepra de la inteligencia que es la creencia en la inevitable competencia entre las víctimas y los recuerdos.
Que esto esté relacionado con lo otro, que la corbinización de los demócratas sea un efecto inducido por la trumpización de los republicanos es algo poco tranquilizador.
Para los que esperaban ver al país cambiar de rumbo en los próximos dos años, es el espíritu de Martin Luther King y Barack Obama lo que han asesinado. Y es terrible.