Han pasado cinco años desde que Natan Chazin tomó las armas por iniciativa propia y se marchó al este de su país, Ucrania. Poco antes de que Crimea fuera anexionada por Rusia a través de un referéndum ilegal del que acaba de cumplirse un lustro, Chazin estuvo con “un grupo de patriotas” enfrentándose “al problema de seguridad” que, según sus términos, ya acusaba el este ucraniano.
Ucrania, que vivía desde finales de 2013 al ritmo de las manifestaciones contra el Gobierno, a favor del acercamiento a la Unión Europea y por el imperio de la ley, fue víctima en Crimea de lo que se ha venido a llamar “el mayor robo de tierra ocurrido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial”.
“Desde febrero de 2014 nuestro país ya estaba en una situación de gran inestabilidad, nuestro presidente Viktor Yanukóvich huyó del país, no teníamos Gobierno, no teníamos Ejército, no teníamos nada”, cuenta Chazin a EL ESPAÑOL. “Era una situación favorable para que las tropas rusas pudieran entrar en Crimea y también en el este de Ucrania”, añade.
Chazin, voluntario en las primeras horas del conflicto que todavía mantiene Ucrania con Rusia y los separatistas prorrussos de las repúblicas populares de Luhansk y de Donetsk, acabaría siendo asesor militar para el jefe del Estado Mayor ucraniano, Viktor Muzhenko. Su ascenso en la jerarquía militar no se puede decir que haya estado acompañado de éxitos para su país.
Ucrania sigue sufriendo un pernicioso comportamiento de la Rusia de Vladimir Putin que ha generado rechazo internacional y costosas sanciones económicas de Estados Unidos y la UE. Se estima que 13.000 personas han perdido la vida en el este ucraniano. La guerra en Ucrania es el peor conflicto armado vivido en Europa desde las guerras yugoslavas.
“No se lo hemos puesto fácil a Rusia. Ha quedado claro que no somos un objetivo fácil”, dice Chazin al respecto. Cinco años después del comienzo de las hostilidades en el este ucraniano y de la anexión de Crimea, también parece estar claro que la factura que Moscú tiene que pagar por ese territorio robado no para de engordar.
Una costosa anexión de gran valor simbólico
Según las cuentas del periodista germano-ruso afincado en Berlín Leonid Bershidsky, de la agencia Bloomberg, Crimea ha necesitado, al año, entre 886.000 millones de euros y 2.400 millones de euros para dejar de estar entre las regiones más pobres de Rusia. Eso, sin contar las infraestructuras levantadas recientemente allí como el puente de 19 kilómetros entre Crimea y la Rusia continental estrenada hace un año. Las obras de ese puente están valoradas en 3.300 millones de euros.
Bershidsky es de los que piensa que Rusia puede permitirse ese gasto, incluso cuando la economía rusa no atraviesa su mejor momento y no hay mejoría a la vista. “Ahora la economía rusa está estancada, el país no consigue los beneficios que obtuviera otrora con la venta de petróleo. Con esos beneficios logró Putin hacerse con el apoyo de la población en Rusia”, dice a EL ESPAÑOL Zach Witlin, analista especializado en Rusia de la consultora Eurasia Group.
Aunque en 2018 la economía rusa creció un 2,3%, para este año está previsto que el ritmo de crecimiento se frene considerablemente, quedándose claramente por debajo por debajo del 2%. 2015 y 2016, los dos años posteriores a la anexión de Crimea, fueron ejercicios de recesión económica en Rusia.
Cueste lo que cueste, Crimea tiene para Putin un valor especial. “Cuanto más le cueste a Putin mantener Crimea económicamente, más va a tratar de hacer olvidar ese precio señalando su valor simbólico”, señala a EL ESPAÑOL Katya Quinn-Judge, analista en Kiev para el International Crisis Group (ICG), un think tank especializado en zonas de conflicto. Alude esta investigadora a cómo Putin se ha servido, para generar apoyos a su causa en Rusia, de la idea de que Crimea es rusa desde que en 1783 se la anexionara la emperatriz Catalina II; obviando que, en tiempos de la URRS, la península fue transferida a la República Soviética de Ucrania.
El nivel de aprobación del presidente ruso alcanzó en la opinión pública el 85% el mismo año de la anexión, según datos del centro de estudios para la demoscopia Levada, con sede en Moscú. En 2013, había casi un 20% menos de aprobación para Putin en la opinión pública de su país (65%). Ahora los datos de Levada sobre la popularidad del jefe de Estado ruso vuelven a estar en niveles previos a los de la anexión de Crimea.
Putin y su interminable resaca por la anexión de Crimea
“En los últimos cinco años, la anexión se ha convertido en algo menos popular entre la gente que la defendía. La gente que quería formar parte de Rusia ha terminado desilusionada. En Rusia, mucha gente que estaba entusiasmada por la recuperación de Crimea ahora está también mucho menos entusiasmada”, señala Quinn-Judge. “Crimea se percibe como un agujero para el presupuesto del país”, sostiene la analista del ICG.
Witlin, el experto de la consultora Eurasia Group, se encontraba en Moscú cuando ocurrió la anexión de Crimea. “La gente celebraba la anexión en Crimea. Incluso amigos míos, que eran más bien críticos con Putin, estaban muy satisfechos. Pero en los últimos años he visto cómo esta gente ha ido de la fiesta a la resaca”, comenta Witlin.
Para él, esa resaca no va pasarse así como así. Entre otras cosas, porque al presidente ruso parece no quedarle más agenda política que la de la acción internacional. En el plano interno, Putin está muy limitado. “La reforma de las pensiones -aprobada el pasado mes de septiembre- era una de las reformas necesarias para el país. Pero desde que se habló de subir la edad de jubilación, se generaron protestas y la ley que se aprobó al final fue un compromiso”, expone el experto del Eurasia Group.
“Sin capacidad para hacer las reformas que permitan llegar a los inversores que necesita el país, la acción exterior es el medio que le queda a Putin para mantener el apoyo popular. Putin está atrapado en el papel de presidente en el que se ha convertido”, concluye Witlin.