La retórica de Donald Trump y de su órbita mediática no sólo se han dejado notar esta semana en su cuenta de Twitter, sino también en el paladar y los bolsillos de sus ciudadanos. El presidente se ha pasado los últimos días amenazando con un cierre inminente de la frontera sur con México si el país vecino no frenaba la supuesta llegada masiva de inmigrantes centroamericanos a las puertas de los Estados Unidos. Aunque este jueves ya rebajó el tono y dio un año de plazo al país vecino antes de proceder a la clausura, sus advertencias se han traducido en un pánico comercial que ha disparado el precio de los productos tan básicos en el menú de los estadounidenses como el aguacate.
Parece un mal menor, pero el vegetal estrella de México forma ya parte esencial de las mesas norteamericanas. El 86 por ciento de todo el aguacate que se consume en los Estados Unidos se importa desde las tierras mexicanas del sur, y se usa casi para todo. Desde la tostada del brunch del fin de semana, al guacamole con chips que acompaña a cualquier evento deportivo, pasando por la ensalada o cualquier otro plato típico. Su coste se ha encarecido un 44 por ciento, según informan los medios locales. Y esto sólo por las advertencias de cierre.
Los problemas no son exclusivos para este fruto. Si bien no se ha llegado a cerrar la frontera, la administración Trump sí ha ralentizado el paso de mercancías en los cruces con México, con la excusa de que debía emplear a agentes de aduanas en controlar la llegada de inmigrantes irregulares.
Las consecuencias las han padecido especialmente el sector del transporte y el comercio, con largas colas de camiones de hasta diez horas para entrar en Estados Unidos, retrasos en la entrega de materias primas, fábricas con carencia de piezas y subida de precios.
"Económicamente, sería un desastre si cierran el paso, y lo sería para los dos países, porque el comercio es en dos direcciones. Aquí también viene gente de Tijuana (México) a comprar", comenta a EL ESPAÑOL Eduardo Hernández, un dependiente de una tienda de telefonía móvil situada en Las Américas, un outlet junto al puesto fronterizo de San Ysidro, en San Diego, en el lado estadounidense.
"Cada día cruzan desde México miles de personas para trabajar aquí, muchos con doble ciudadanía o permisos. Vivir en San Diego es muy caro, así que la gente reside en Tijuana y atraviesa cada día. Si cierran, tendrían que quedarse a dormir por aquí. Además perderíamos el 90% de los clientes de este centro comercial", añade.
Este temor ha tenido a todos en alerta en la frontera desde que el pasado fin de semana Trump hiciera el primer amago.
El episodio es sólo un paso más en la escalada antiinmigratoria del presidente. El pasado febrero ya declaró la emergencia nacional por la supuesta avalancha de extranjeros, usando como excusa las caravanas centroamericanas llegadas a la frontera. El objetivo final es doblegar al Congreso para levantar un muro, tal y como prometió en la campaña electoral de 2016.
Ante esta situación, cabe preguntarse si hay motivos para el alarmismo.
Incremento del 1.600%
Los datos avalan la existencia de un incremento exponencial en la llegada de extranjeros pidiendo asilo en la frontera sur. Desde el pasado 1 de octubre, inicio del año fiscal, hasta febrero, el gobierno federal ha detenido a más de 136.000 familias en la frontera suroeste, un aumento de aproximadamente 340 por ciento en comparación con el mismo período del ejercicio 2018 (31.100 familias). El mayor aumento se produjo en el sector de El Paso (Texas), donde se detuvo a unas 36.300 unidades familiares, lo que supone un incremento del 1.689 por ciento en comparación con el mismo período del año pasado, cuando se arrestó a 2.030, según las estadísticas de la policía de frontera (CBP).
Por más que las cifras sean abultadas, la mayoría de estos inmigrantes son detenidos cuando cruzan sin papeles a través de los pasos fronterizos para solicitar asilo. Hasta el pasado enero, una vez que esto ocurría, se les dejaba ingresar en Estados Unidos mientras se resolvía judicialmente su petición. El juez, en una primera vista, podía dejarlos internados en un centro para inmigrantes, o bien en libertad si contaban con familiares en Estados Unidos.
A finales de enero esto cambió. La administración Trump creó el Protocolo de Protección de Inmigrante (MPP), que consiste en dejar al solicitante de asilo esperando en México a que se resuelva su caso. Sólo cruza a Estados Unidos cuando tiene una audiencia judicial, y siempre escoltados por agentes. Un sistema que está convirtiendo las ciudades mexicanas del norte, como Tijuana, en una sala de espera con cada vez menos capacidad.
Este nuevo método está generando varios problemas logísticos en los tribunales de inmigración de Estados Unidos y colapsando aún más a los agentes de frontera. El motivo, que muchos de los solicitantes declaran ante el magistrado que sienten su vida amenazada en México, lo que obliga a iniciar un proceso burocrático de entrevistas antes de poder mandarles de vuelta al otro lado de la frontera.
Por eso, el pasado lunes, Trump dio en un mitin en Michigan criticando las garantías de este sistema, burlándose de los inmigrantes por decir que temen por su vida en México, y censurando a los abogados que los ayudan.
La Fox, en estado de guerra
Pero a pesar de las quejas de Trump, ni este nuevo sistema, ni el anterior, dejaban entrar sin control a los inmigrantes en territorio estadounidense. De hecho, si uno pasea por las calles de una ciudad fronteriza como San Diego, lo que saltará a su vista no serán grupos de indocumentados, sino decenas de homeless, algunos de ellos enfermos mentales sin tratamiento. Incluso acercándonos a la valla fronteriza en la playa de Imperial Beach, la situación general suele ser de tranquilidad.
Sin embargo, la realidad que contempla Trump y buena parte de Estados Unidos es otra. Basta con sintonizar estos días Fox News, cadena conservadora de la que el presidente es seguidor confeso, para tener la sensación de que una horda de inmigrantes va a invadir de un momento a otro los Estados Unidos.
Este canal lleva toda la semana centrándose en el problema migratorio, pasando imágenes de fondos de grupos de indocumentados en los momentos más críticos de la llegada de las caravanas a Tijuana, portando pancartas y protestando.
Este mismo jueves, un reportero incluso vistió un chaleco antibalas de estilo militar para hacer una retransmisión desde la frontera, como si se encontrara en una zona de guerra.
Mientras, fuera de los objetivos de la Fox, la vida transcurre con normalidad en la frontera. Ahora con más alivio, tras el margen de un año dado por Trump.
Volviendo junto al paso peatonal de la frontera de San Ysidro, Ivonne Rosas, de 41 años, despacha en una zapatería que queda justo frente al tranvía que llega cada quince minutos desde San Diego cargado de tijuanenses que cruzan a un lado y al otro.
"La frontera mueve mucho. Aquí atendemos a cientos de personas cada vez que llega un trolley. Si la cierran, bajará el negocio. Ya en enero tuvimos que cerrar un día por un intento de asalto de los inmigrantes de la caravana. Hubo un enfrentamiento con la policía", explica a EL ESPAÑOL. "Yo entiendo que todos busquen un futuro mejor. Pero estas no son maneras.