Normalmente, antes de las cuatro de la tarde, Zbigniew ya sabe lo que va a hacer. Hoy irá a un hostal de Podgórze, un barrio de Cracovia, para encontrarse con algún conocido que haya tomado la misma decisión. A ambos les encantaría poder beber y dormir en el hostal, pero las normas son muy estrictas y como mucho se les permitirá salir a beber por la noche a un descampado cercano para volver a entrar en el hostal “Estakada” (cruce de caminos, en polaco) con las manos vacías y el estómago lleno de cerveza o vodka.
-No se pude beber dentro. Pero mira cuántas botellas hay fuera-, dice señalando a un reguero de cristales rotos, transparentes los de botellas de vodka y marrones los de cerveza. Medio enterradas en el barro congelado, las esquirlas de vidrio forman una pequeña cordillera entre la puerta del hostal y las sillas de plástico esparcidas frente al modesto edificio prefabricado.
Zbigniew tampoco podía beber en casa porque su mujer se lo prohibía “porque asustaba a los niños”. Por eso se divorciaron, él se fue a vivir y a beber con una amiga que murió de cirrosis y ahora ya hace años que no sabe nada de su familia. La suya es una de tantas historias en las que un día apareció el vodka y ya no quedó sitio para nada ni nadie más.
El alcoholismo es una enfermedad a la que con frecuencia no se considera como tal. La Organización Mundial de la Salud (OMS) no publicó su primer informe sobre este problema hasta 1999, y el último estudio es de 2014 (hecho a partir de datos de 2010). En gran parte de la cultura occidental, el alcohol forma parte de celebraciones y ritos y su abuso es considerado un mal hábito que no deja de tener su lado gracioso.
Sin embargo, decenas de miles de europeos mueren cada año por enfermedades derivadas del alcoholismo, un problema que según cada vez más expertos debería tener la consideración de epidemia.
Los gastos médicos, el absentismo laboral y los dramas familiares que genera el alcohol son imposibles de cuantificar. Las restricciones que los gobiernos imponen en la venta y consumo de alcohol nunca han conseguido acabar con una calamidad que en algunos países cobra proporciones insospechadas e incluso va en aumento.
Europa, a la cabeza en alcoholismo
Europa oriental es la región donde más alcohol se consume de todo el mundo. Un bielorruso consume de media el doble de alcohol que un sueco o un estadounidense. Polonia es uno de los pocos países donde se bebe cada vez más (mientras que en casi todos los demás países baja el consumo, en 2017 los polacos bebieron un 30% más de vodka que en 2016 y un 22% más de cerveza).
En una clasificación mundial de ingesta de alcohol, los seis primeros puestos (Bielorrusia, Moldavia, Lituania, Rusia, Rumanía y Ucrania) están ocupados por países de esta región y la mayoría de ellos pertenecen al llamado “cinturón del vodka”, donde esta bebida es más popular. Cifras oficiosas estiman que un millón de polacos se emborracha cada noche, el 90% de ellos en su domicilio, y dos millones más beben a diario.
En este país, los escasos intentos de regulación de venta de alcohol han tropezado siempre con reacciones airadas, como si se intentase limitar un derecho fundamental. Un chiste dice que en Polonia el sistema nacional nunca fue ni el comunismo ni el capitalismo, sino el alcoholismo.
Sofía (nombre cambiado) es una polaca de 39 años que trabaja como contable en Cracovia. Cada día, al terminar su jornada se compra un par de “setkas”, botellitas de vodka de 100 ml. cada una, por un par de euros. Se beberá una de camino a casa (“como premio”) y otra mientras prepara la cena para su familia (“para relajarme”). Los fines de semana compartirá con su marido varias botellas de medio litro (“después de comer o viendo la tele por la noche”) y su hija, de 17 años, suele volver a casa “un poco borracha” los viernes y sábados noche
Sin embargo, Sofía no piensa que el alcohol sea un problema en su familia: “En Polonia esto es muy normal, nos gusta beber”. Cuando sale con amigos no le gusta que se tomen fotos y se publiquen en Facebook “porque si mi hija o mis familiares miran mi perfil y me ven bebiendo alcohol, podrían pensar que soy una borracha”.
Alcohol 24 horas
Al igual que ocurre en Estados Unidos, donde las hamburguesas son más grandes que en el resto del mundo, en países como Polonia las latas de cerveza son mayores que, por ejemplo, en España. Hasta hace unos años, el tamaño típico era el de medio litro, pero cada vez más marcas están comercializando envases de 0,55 o 0,6 litros, en muchos casos por un precio menor que el de un litro de leche.
En este país, las tiendas de comestibles cierran los domingos, pero prácticamente en cada esquina es posible encontrar un comercio 'alkohole 24', tiendas de bebidas que no cierran por la noche ni en días festivos. Gracias a estas tiendas, presentes hasta en las aldeas más pequeñas, resulta más sencillo comprar alcohol que pan en cualquier día del año, y a cualquier hora.
En las últimas décadas, en Polonia solo se ha interrumpido la venta de alcohol durante la visita del papa Francisco (y fue durante unas pocas horas). En ciudades como Varsovia, Kiev, Moscú, Riga y Vilna, las familias gastan en alcohol entre el 3 y el 5,6% del sueldo. En la mayoría de los supermercados polacos, la mayor sección es la de bebidas alcohólicas, que a veces ocupa un tercio de la superficie del local y al contrario que las demás, siempre está bien abastecida.
El mito de los eslavos alcohólicos ha tenido su reflejo en el cine y la literatura desde hace tiempo. En 1935, el poeta polaco Julian Tuwim publicó su “Diccionario de los Borrachos Polacos”, una obra que escribió porque “en una nación de 30 millones, al menos cinco son borrachos declarados”. Hoy en Polonia se bebe 7 veces más que en los años 30 y 3 veces más que en los 70.
"Es como bajar unas escaleras a oscuras sin parar"
En el imaginario popular, está más o menos aceptado que los artistas, las personas creativas o aquellos que tienen un trabajo estresante se den a la bebida en mayor o menor medida. Las bodas, fiestas mayores y celebraciones de todo tipo tienen que estar regadas con litros de alcohol y los invitados tienen que acabar completamente borrachos o de lo contrario significará que no se han divertido. El lema de una cadena de hamburgueserías polaca es "ven hambriento, vete borracho".
Stefan Pawlak es médico en una clínica privada cerca de Cracovia. A su consulta acuden, dice, personas con un problema “muy serio, casi terminal” de adicción al alcohol, aunque casi siempre buscan ayuda por enfermedades derivadas de la bebida y no porque consideren que el alcohol sea el principal problema. “La gente de clase media no va al médico de la sanidad pública a buscar ayuda contra el alcohol; entre otras cosas, porque es probable que el propio médico sea bebedor”, dice. “Beber mucho durante años reduce a las personas a lo que yo llamo un estado decimal: están deteriorados y ya no son un número entero, aunque tampoco han quedado reducidos al cero. Todavía”.
Como señala el doctor Pawlak, un alcohólico “infecta” con los problemas derivados de su enfermedad a todo el que se relaciona con él: la familia, los amigos, incluso los compañeros de trabajo se ven afectados por relacionarse con alguien que ha cedido el protagonismo en su vida a la botella. “El vodka es transparente, no huele, no se congela aunque esté bajo cero y no deja olor en el aliento; es la bebida perfecta para los alcohólicos polacos”. Cada vez que enumera una característica del vodka, el doctor levanta un dedo y al final muestra las dos manos abiertas en un gesto de impotencia. El vodka es un enemigo poderoso, qué puedo hacer yo contra él, parece decir.
En Podgórze, el barrio de Cracovia donde se alternan los nuevos apartamentos de lujo con descampados sembrados de botellas rotas y latas vacías, Zbigniew ha llegado al hostal “Estakada”. Al parecer se acaba de instalar un grupo de trabajadores ucranianos de la construcción y no quedan habitaciones libres.
Pero la suerte sonríe a Zbigniew y se encuentra con Jas, compañero de correrías alcohólicas que vive gratis en un container a cambio de vigilar la maquinaria de una obra cercana. Ambos se beberán juntos el dinero que costaría la cama en el hostal. Jas reconoce su alcoholismo, también fue mecánico (“todas las máquinas se pueden arreglar, pero un borracho no”) y en los años 80 trabajó como camarero en Mallorca.
Dice que “ser alcohólico es como bajar unas escaleras a oscuras sin parar y sin saber dónde está el piso más bajo”. Cuando se le felicita por la metáfora asegura que una vez publicó un libro de poesía “pero ni siquiera le alcanzó para comprar una botella de vodka”.