El líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, llegó este miércoles a Vladivostok, donde fue recibido con honores militares, en la víspera de su primera reunión este jueves con el presidente ruso, Vladímir Putin, en esta ciudad del Lejano Oriente ruso.
El tren blindado del mariscal norcoreano se paró en la estación ferroviaria de Vladivostok a las 18.00 hora local (08.00 GMT), donde fue recibido sobre una alfombra roja por el viceministro de Asuntos Exteriores, Ígor Morgúlov, el embajador de Rusia en Corea del Norte, Alexandr Matségora, y el gobernador de Primorie, Kozhemiako.
La cita que puede servir a Pionyang para sumar apoyo a su propuesta de desnuclearización gradual, rechazada de momento por Washington.
Kim abordó un tren especial, su sistema de transporte preferido, para dirigirse hasta Vladivostok.
El líder norcoreano viaja acompañado, entre otros, por el ministro de Relaciones Exteriores, Ri Yong-ho, y dos vicepresidentes del comité central del Partido del Trabajo de Corea (PTC), Kim Phyong-hae y O Su-yong, según informó la agencia norcoreana KCNA.
Hace ocho años que los líderes de Rusia y Corea del Norte no se reúnen, desde que en 2011 Kim Jong-il, padre del actual líder norcoreano, viajó a Rusia para verse con el entonces presidente Dmitri Medvedev.
Es la mejor muestra de la deriva que ha tomado en las últimas décadas la relación de estos dos vecinos que fueron estrechos aliados durante la Guerra Fría, periodo durante el cual el soporte económico soviético prácticamente subvencionó la existencia del régimen de los Kim.
Con la caída del telón de acero y tras décadas de astutas maniobras para explotar las diferencias entre el Kremlin y Pekín y sacar réditos de ambos frentes, Pionyang se decantó por el único vecino comunista que le quedaba.
Los intercambios comerciales con la hoy agigantada China -con quien Corea del Norte comparte una frontera casi 1.000 veces más larga que la que tiene con Rusia- han sustituido a Moscú como principal sostén económico para un país que aún es de los más aislados del mundo.
No obstante, desde 2018 esa dinámica de "estado ermitaño" ha cambiado en Pionyang, enfrascado ahora en un nuevo acercamiento con Seúl y tratando de lograr que Washington acepte, sin éxito hasta el momento por lo visto en Hanói (sede de la cumbre entre Trump y Kim, en febrero), un desarme atómico gradual para empezar a zafarse de unas sanciones que están ahogando su economía.
Es en esta coyuntura en la que el régimen norcoreano ha decidido aceptar la invitación que Moscú le transmitió originalmente allá por mayo, hace prácticamente un año.
Los analistas coinciden en señalar que el actual sistema de sanciones deja muy poco margen de maniobra como para que Corea del Norte logre sacar nada tangible de este encuentro.
Sin embargo. la cumbre le puede servir a Kim Jong-un para transmitir a Washington, e incluso a Pekín, la idea de que su régimen va a echar mano de interlocutores adicionales para garantizar su supervivencia, una supervivencia que a Moscú también le interesa de cara a evitar una hipotética presencia de EE.UU. en su patio trasero.
Dado que el Kremlin parece más inclinado a un proceso de desarme gradual como el que trata de impulsar Pionyang, Kim puede al menos obtener garantía de palabra de Putin de que Moscú seguirá abogando por relajar las sanciones de manera progresiva.
Más allá de un mensaje político, algunos creen que Corea del Norte podría lograr además algún paquete de ayuda humanitaria rusa no sujeto a sanciones y plantear a su vez la posibilidad de que Moscú no expulse a los 10.000 trabajadores norcoreanos que aún permanecen en el país vecino.
En línea con las sanciones de la ONU, Rusia debería expulsar a todos estos trabajadores -una importante fuente de financiación para el régimen- antes del próximo 22 de diciembre, algo que seguramente no va a tener más remedio que hacer si el diálogo entre EE.UU. y Corea del Norte no da un vuelco importante en los próximos meses.