Hace 30 años, la plaza de Tiananmen era una encrucijada. En la mayor plaza urbana del mundo, de casi un kilómetro de largo por medio de ancho, desembocan muchas calles, pero la noche del 3 de junio de 1989 solo había dos salidas para los miles de jóvenes chinos que habían acampado allí. Una era abandonar sus reivindicaciones y aceptar las imposiciones de un régimen autoritario; la otra era luchar a toda costa por un cambio en el monolítico gobierno chino.
Lo que ocurrió aquella noche ha quedado marcado en la historia reciente china como una herida aún abierta que todavía hace sufrir a las familias de las víctimas de la masacre, e incluso a quienes la perpetraron.
La señora Guo, una de los miles de madres que perdió a algún hijo o hija, todavía guarda un recuerdo angustioso de aquella noche. Además de sentir que cayó “en un profundo abismo sin luz”, ni siquiera ha podido mitigar su dolor con el reconocimiento oficial de que fue el gobierno chino quien asesinó a su hijo. Para ella, como para muchos otros ciudadanos chinos, fue una sorpresa y “una vergüenza” que el ejército disparase sus armas contra su propia gente. "Los mejores y los más indefensos", añade la señora Han, también de Pekín: "Los jóvenes".
Los indignados de Tiananmen
Las tiendas de campaña, las pancartas levantadas y los grupos de estudiantes que habían estado durmiendo al raso diseminados por Tiananmen. Habían convertido la plaza en una tribuna popular, el punto desde el que se clamaba por continuar con las reformas democráticas emprendidas por el recién fallecido Hu Yaobang. La destitución de Hu por parte de Deng Xiaoping provocó huelgas de hambre y protestas que convirtieron el duelo por su muerte en una excusa más para pedir libertad. Los indignados de Tiananmen impidieron que se recibiera en la plaza a Gorbachov, de visita oficial esos días, abochornando al gobierno chino.
La cálida noche del 3 de junio parecía que no iba a pasar nada, pero el día anterior los soldados del EPL (Ejército Popular de Liberación) habían recibido órdenes de avanzar a sangre y fuego, utilizando vehículos blindados. Al anochecer abrieron fuego. Aún no se sabe si murieron cientos o miles de personas, pero se trató sin duda de la mayor represión en la historia del comunismo chino desde los tiempos de Mao.
Según el Gobierno no había muerto nadie, y al día siguiente la prensa oficial se vanagloriaba de haber acabado con el “movimiento anti comunista”. Pero la evidencia era tal que la propia Radio Pekín (en su servicio en inglés), lo calificó de masacre y acto de barbarie. Al día siguiente se produjo la famosa escena del "hombre del tanque", un ciudadano anónimo que se plantó delante de una columna de carros de combate en solitario y cuya imagen dio la vuelta al mundo. Jamás se descubrió su identidad, pero el gobierno chino publicó una lista con los nombres de los 21 cabecillas de la revuelta. El número uno era un estudiante de 20 años.
Jiang Lin era teniente del EPL y participó en el asalto a la plaza. Tres décadas después, el remordimiento le ha podido y ha hecho pública la historia de lo que ocurrió, esta vez desde el lado de los ejecutores. Jiang Lin tiene hoy 66 años y acaba de dejar el país. En su testimonio, asegura que incluso los militares de alto rango se resistieron a usar las armas contra jóvenes indefensos que no podían creer que se enviasen tanques y metralletas contra civiles desarmados. “La pena me ha comido durante 30 años. Todos los que tomaron parte en aquello deberían hablar. Es nuestro deber para con los muertos, los supervivientes y las generaciones futuras”, dice.
Es algo en lo que coincide Maree Ma, que nació poco después de la masacre. En una entrevista con EL ESPAÑOL, Maree Ma asegura que “muchos jóvenes chinos desconocen los detalles y el significado de aquellos acontecimientos que pusieron estuvieron a punto de convertir a China en una democracia”. Ma dirige el mayor periódico independiente chino de Australia, donde vive junto a su familia “disfrutando de una libertad de expresión impensable en China”.
El recuerdo de Tiananmen se ha ido diluyendo con el tiempo. En efecto, la mayoría de los turistas, casi todos chinos, que se puede ver en la plaza se contentan con tomarse selfies sonriendo o fotografían el mausoleo de Mao, situado en el centro de la enorme explanada. En el remodelado Museo Nacional Chino, situado precisamente en esta plaza, se repasa la historia de este milenario país sin hacer ninguna referencia a lo que ocurrió justo a sus puertas. Se diría que, al igual que los antiguos emperadores que querían que la historia empezase con ellos y eliminaban el rastro de los anteriores, los gobernantes chinos se empeñan aún en negar la existencia de la masacre de Tiananmen.
En los años posteriores a 1989, las sanciones internacionales frenaron el crecimiento de la economía china. Poco después se inauguró la Bolsa de Pekín, se devaluó el yuan y no fue hasta 1997 que Jiang Zemin, el nuevo
Sin embargo, el gigante económico que asombró al mundo con unos Juegos Olímpicos perfectos, la factoría electrónica que inunda occidente de teléfonos móviles y productos electrónicos, el país que tiene más kilómetros de ferrocarril de alta velocidad es también la nación que no puede reconciliarse con su pasado más reciente.
Días antes del 1989-6-4, como se recuerda a veces aquella fecha, el estado ha ordenado deshabilitar los comentarios en directo de Bilibili, la mayor red de intercambio de vídeos del país, con más de 30 millones de usuarios. Otros medios digitales han debido acatar imposiciones parecidas, por temor a que los activistas o disidentes aprovechen la ocasión para sacar a relucir la masacre.
En abril se juzgó y condenó en secreto a una familia de Sichuan que comercializaba licor casero con una etiqueta que reproducía la imagen del "hombre del tanque" y el lema "1989: Nunca olvidamos, nunca nos rendimos". Hace solo cinco años que Miao Deshun, el que posiblemente fuese el último prisionero de Tiananmen, murió en cautividad.
La fecha es solo una especulación, porque el gobierno de Pekín solo certifica la muerte de un preso a sus familiares directos. Los testimonios de su compañero de celda hablan de un hombre que vivió sus últimos años deprimido y tan débil físicamente que le retiraron los grilletes. Liu Xiaobo fue otro de los aproximadamente 1.600 chinos que fueron encarcelados por haber estado en la “Plaza de la Paz Celestial” aquella noche. Liu ganó el Premio Nobel de la Paz en 2010, pero su silla permaneció vacía en Estocolmo porque él estaba retenido en su país.
Entre la actual generación de universitarios chinos forman se encuentran seguramente algunos de los grandes científicos del mañana. Al igual que hacen los periodistas, algunos artistas y activistas, los más inquietos de estos jóvenes usan una red VPN para sortear la gran muralla de la censura en Internet que el gobierno impone a sus ciudadanos. Aunque para muchos de ellos se trate de poco más que un engorro difícil de eliminar, tal vez no sepan que una de las grandes razones para que hoy tengan que sufrir esta censura es lo que ocurrió en Tiananmen hace 30 años.