Las urnas no han dejado apenas dudas en Reino Unido. Todo el poder para Boris Johnson, que ha arrasado a sus rivales sin despeinarse en unas elecciones que sólo iban de una cosa: ¿querían los británicos realmente el brexit? El sí ha sido inapelable y el primer ministro tiene ahora vía libre para cumplir su palabra: "Saldremos de la Unión Europea el 31 de enero".
Los 365 diputados que ha logrado en la Cámara de los Comunes le garantizan una plácida tramitación en el Parlamento del acuerdo de retirada que negoció con Bruselas. Tras semanas de atasco y rebelión interna, Johnson tiene el control de la aritmética de los Comunes, una cámara que intentó silenciar sin éxito en una maniobra que el propio Supremo paralizó. Ahora, con el aval de las urnas, puede hacer y deshacer a su antojo.
Para lograr esta posición de poder incontestable, el que fuera alcalde de Londres (2008-2016) ha ido escalando en un Partido Conservador que parecía preso de la decisión de Cameron de someter a referéndum la decisión de permanecer o no en la UE. Más que coser un partido, Johnson ha logrado imponer su visión.
El desafío escocés
La redonda victoria de Boris Johnson sólo tiene una mancha: el nuevo despegue del nacionalismo escocés. El SNP de Nicola Sturgeon ha arrasado logrando 48 de los 56 escaños en juego en Escocia.
Sturgeon afirmó este viernes que los resultados demuestran que es el "momento de decidir" sobre la independencia y avanzó que "la semana próxima" su gobierno publicará "una propuesta detallada y democrática" para solicitar al Ejecutivo británico la transferencia de poderes que permita al Parlamento escocés convocar un plebiscito que cumpla con la legalidad.
"Ha llegado el momento de que la gente de Escocia pueda decidir su futuro", declaró la dirigente escocesa.
En Downing Street se encontrará con el conservador Johnson, quien ha prometido que rechazará cualquier petición con el argumento de que la cuestión quedó zanjada para al menos una generación en 2014, cuando el 55 % rechazó la separación en una consulta aprobada por Londres.
Analistas consultados por Efe consideran muy probable que si el Ejecutivo de Johnson cumple lo dicho y rechaza negociar un nuevo plebiscito, el Gobierno escocés recurrirá a los tribunales para defender su permanencia en la UE y la necesidad de un nuevo referéndum.
Las encuestas más recientes revelan un aumento del apoyo a la independencia que podría alcanzar hasta el 50% incluso superarlo si se materializa el brexit. La cuestión territorial será uno de los quebraderos de cabeza de su mandato.
Enterrar a May, silenciar a los rebeldes
Para llegar este reinado absoluto, Johnson ha dejado varias víctimas por el camino. La primera, Theresa May, hasta hace no mucho tiempo su jefa. El entonces ministro de Exteriores supo aprovechar las debilidades de la primera ministra en las endiabladas negociaciones con Bruselas para hacer su estancia en Downing Street una tortura. Muchos analistas señalan a Boris como el cerebro del acoso y derribo que acabó por propiciar la dimisión de May.
El desgaste de las contradictorias votaciones sobre la salida del laberinto del brexit en el Parlamento también ha jugado a favor del nuevo primer ministro. Cuatro años de monotema han hastiado a la opinión pública, que a la luz de los resultados parece haber optado por poner punto final al culebrón.
Johnson, que ha sido corresponsal en Bruselas antes que político, ha sabido medir el descontento de la ciudadanía con el proceso de divorcio y canalizarlo para presentarse como la única solución: yo o el caos.
Tras enterrar a su antecesora, los tories entran en una etapa thatcheriana en la que la contestación interna no existirá durante un largo tiempo. Johnson se ha cuidado de hacer unas listas electorales con acólitos que le garantizan, como mínimo, el total apoyo a sus planes para ejecutar la ruptura.
El laborismo en ruinas
La segunda víctima mortal de este reinado es Jeremy Corbyn. El segundo asalto electoral del laborista ha sido un desastre absoluto y los whigs, con 203 escaños se han quedado preguntándose a sí mismos qué deben hacer para recomponerse y seguir existiendo.
Una de las voces más catastrofistas ha sido la de la diputada Ruth Smeeth -que se quedado sin escaño- y se ha preguntado en voz alta si el laborismo "tiene derecho a existir y si aún le queda algo por decir".
La pérdida de bastiones históricos ha hundido al partido, enfrascado ahora en una guerra de culpas sobre qué ha fallado en su estrategia electoral. La ambigüedad del candidato ante la solución del brexit, su bajísima popularidad y el exhaustivo y alambicado programa electoral parecen ser las principales razones de la debacle.
Ante la fractura interna, el laborismo tiene ante sí el reto de elegir entre prolongar la línea más radical de la izquierda, ya trazada por Corbyn, o decantarse por otro perfil más moderado.
El centro, al rincón de pensar
Tampoco fue una buena noche para los liberal demócratas, que habían puesto todas sus esperanzas en la joven y prometedora Jo Swinson. Las encuestas tampoco pronosticaban otra cosa, pero la pérdida del escaño de la propia líder vuelve a abrir el debate existencial de la necesidad o la eficacia de un partido de centro en un escenario tan polarizado como el británico.
Revertir el brexit era el principal, sino el único, leit motiv de la campaña de los centristas. Los resultados electorales les envían, de nuevo, al rincón de pensar.