Antonioni y Bergman murieron con unas horas de diferencia, como Shakespeare y Cervantes. "Ellos" saben de qué hablo.
Un alma querida, de camino a la santidad: "La Madre Teresa dudaba, se sentía sola, abandonada por Dios, escuchaba con atención, pero sin entender nada, una experiencia confusa de la fe y del cielo vacío, de la comunión y del desierto". ¿Y qué? ¡Como si los santos tuvieran certezas! ¡Como si esta información no diera a su grandeza una relevancia todavía más vertiginosa!
En cualquier caso, para un judío la cuestión no es esa. ¿Acaso Dios no le ha llamado, no para creer, sino para saber? ¿No para fusionarse con la iluminación y el éxtasis, sino para seguir estando lúcido y estudiarlo? ¿No es cierto que el propio Maimónides llega a la cuestión de Dios después de la de la Verdad?
Qué vanidad la de la izquierda al creer que necesita nuevas mentes cuando lo que necesita son ideas nuevas. Y, sin embargo, están ahí. En todas partes. Excepto, por desgracia, y por primera vez desde hace mucho tiempo en los movimientos sociales de hoy en día.
Ségolène Royal, objetivo de todos, abandonada por los suyos, sola como no lo había estado nunca antes, vuelve a la batalla y afronta la hora de la verdad: ¿es la ocasión de esta mujer con el corazón de bronce y roto (Chamfort) de reafirmar su carácter? ¿Y si fuera ella quien encarnase, de nuevo, la izquierda del gobierno?
No me gusta el efecto manada. No me gustan las riñas. Y menos aún los cambios de bando
¿Quién es ese cómico que dijo que si no existiera la meteorología, el 95% de los seres humanos ya no tendrían temas de conversación? Excepto que esta vez… El Amazonas… Alertas naranjas y rojas, repetidas, en Francia… Australia se quema… California está en remisión… Todas estas señales de un desajuste terrible e inédito… ¿Y si Greta Thunberg tenía razón?
Resistir a que canibalicen de nuestras vidas. No dejar que nadie, siempre que podamos, cuente su historia en nuestro lugar. Y recordar, como Walter Benjamin a propósito de Baudelaire, que escribir la historia de su época es "otorgar una fisionomía (o la suya propia) a las fechas". Entonces, ¿escribimos unas memorias? Y, si es así, ¿en qué formato? ¿Libro? ¿Diario? ¿Película?
La pedofilia me repugna y me indigna. El turismo sexual lo mismo. Y yo jamás, dicho sea de paso, he puesto mi nombre en tal o cual petición. Pero no me gusta el efecto manada. No me gustan las riñas. Y menos aún los cambios de bando. Así que ver a aquellos que, ayer, publicaban a Gabriel Matzneff, lo alababan, lo invitaban a sus platós, le entregaban premios prestigiosos, exaltaban su "libertinaje", le denominaban la herencia de Montherlant, le tratan ahora como un desgraciado, un canalla, un apestado, privado de medios de existencia, es algo que me fascina. Y dice mucho de esta época.
Los griegos tenían dos palabras para describir la cólera. Estaba, por un lado, la cólera beneficiosa, que se llamaba orgè: se trata de la cólera de Aquiles "más dulce que la miel" y de la que Aristóteles dice, en su Ética a Nicómaco, que está "provocada por la injusticia" -a la que ahora llamaríamos "indignación". Y tenían otra cólera, la mala, que se llamaba thumos y que era, por ejemplo, la del horrible Calicles de Platón, o de la que Crisóstomo explicaba que, si Dios la encerraba en nuestro pecho, era porque es "como una bestia feroz que, de no ser así, nos desgarraría" -en palabras modernas, la llamaríamos "resentimiento". Esto le respondo al amigo que, por enésima vez, me reprocha no estar "del lado de la gente encolerizada": ayer, los chalecos amarillos; hoy, la CGT que anuncia que "no cederá ante nada"…
También los textos judíos tenían dos tipos de cólera que, traducidos al idioma de la Septuaginta, resultan ser los dos mismos términos griegos. La cólera de Adonai; la de los profetas; después, la de San Pablo instando a los ancianos judíos convertidos al cristianismo que no "dejaran que el sol se pusiera sobre su ira"; en una palabra, esa querella generosa que Nietzsche, en un extracto famoso de Aurora, califica de "santa" y otorgará a los judíos la virtud de haber transmitido al mundo la “majestuosidad sombría” para que haga callar a los furibundos de “segunda mano”. Y luego está esta otra cólera de la que los Proverbios dicen que es el hecho del “loco” que “exhala su aliento”; la de los egipcios que, en lugar de comprender al principio, como Aarón, que no se puede hacer salir ranas golpeando el mar, lo golpean, y lo siguen golpeando, lo golpean sin atender a razones y esos golpes no tienen otro efecto que provocar una oleada de ranas en todo el país; o la del rey Herodes decapitando a los recién nacidos de Belén. En resumen, este odioso y absurdo furor criminal que lo destruye todo, la inteligencia en primer lugar ―y de la que el Talmud dice que es un gólem, uno de los nombres de la idolatría. Traduzca, amigo.
Creo que el tiempo no es igual en momentos distintos de la existencia. Creo en las rupturas. Creo, para ser más exacto, que no hay más que eso: cortes
Conocemos las palabras de Valéry: "Nacemos siendo varios, morimos siendo uno". Pues bien, a mí me gustaría ser un anti-Válery: nací siendo uno y moriré siendo varios.
Y este texto de Michaux, en Quelques renseignements sur cinquante-neuf années d’existence (Algunos datos de cincuenta y nueve años de existencia), donde habla de esta terrible “fatalidad de los huesos” que hace que todos acabemos por "volver a la unidad". Pues yo no creo eso, no cuento con ello; espero morir en la pluralidad.
Para escribir unas memorias hace falta cierta conexión temporal; se necesita la experiencia de un periodo que sea lineal y que avance con paso firme desde el principio al final. Pero tampoco estoy de acuerdo con eso. Creo que el tiempo no es igual en momentos distintos de la existencia. Creo en las rupturas. Creo, para ser más exacto, que no hay más que eso: cortes, roturas, sacudidas; que es lo interesante de una vida. Y también creo en un tiempo en el que pasamos varias veces por el mismo punto: no es un tiempo circular, obviamente. No es el del Eterno Retorno, sino un tiempo en espiral, similar a una banda de Moebius, que no tiene nada que ver con el de las despedidas, los comienzos, las reanudaciones o las maduraciones.
Como dijo Najman de Breslav, el autor del Livre brûlé (El libro quemado): "Está prohibido ser viejo".