Como en cualquier destino turístico, en Budapest se ofrecen rutas para todos los gustos. También para filonazis y nostálgicos del Tercer Reich. Bajo el nombre de "La Ruta de Kitörés", una organización húngara financiada por el Gobierno de Viktor Orbán ofrece cada año una peculiar manera de rememorar la alianza germano-magiar de la 2ª Guerra Mundial. El dinero público y el apoyo de los medios de comunicación estatales hacen que cada vez más gente se sienta atraída por esta estrafalaria celebración.
Al igual que otros países europeos, Hungría colaboró con el régimen nazi, en parte por afinidad ideológica y en parte para evitar su invasión. En febrero de 1945, cuando el ejército soviético se había apoderado de la mitad oriental del continente europeo y Budapest llevaba 50 días bajo asedio, los soldados alemanes y húngaros que había en la ciudad unieron esfuerzos para intentar romper el cerco, sin éxito.
Su resistencia costó 60.000 vidas, la mayoría de ellas civiles. Finalmente, los 700 militares que aún quedaban decidieron abandonaron la ciudad a su suerte y huyeron para alcanzar, caminando a marchas forzadas, las líneas alemanas. Esta retirada se conmemora entre algunos nacionalistas como un episodio épico de la guerra que convulsionó Europa y es recordada cada año como “el día del honor”.
Desde 2005, cualquiera puede tomar parte en una ruta que sigue el recorrido de aquellos soldados y las circunstancias de su huida. Se trata de cubrir, en menos de 18 horas, los 57 kilómetros que hay desde Budapest hasta el punto donde estaba el ejército nazi. Tras registrarse online, los asistentes -más de 3.000 en la edición de hace unos días- rinden honores ante una cruz germánica con un casco militar colocado encima y comienzan a marchar a pie o usando algunos de los vehículos de la época perfectamente restaurados y decorados.
Esvásticas, hoces y martillos
Las esvásticas, hoces y martillos, símbolos de las “SS” e incluso pistolas y fusiles de la 2ª Guerra Mundial son lucidos con orgullo por muchos de los participantes. Tradicionalmente, cada año se invita a un grupo extranjero para que se una a esta exaltación de una parte de la historia húngara que tiene más de trágica que de honorable. Indefectiblemente, son bandas de filonacis alemanes quienes acuden, con sus tatuajes y uniformes de la Wermacht sin “censurar” (como deben hacer en Alemania), para unirse a una descarada exaltación del nazismo, luciendo todo tipo de parafernalia bélica y símbolos fascistas. Entre los grupos extremistas que se pudieron ver en la edición de este año están los “hammerskins”, uno de los más peligrosos y violentos del mundo, presentes en España y conocidos por su agresividad.
Durante la marcha, interrumpida para echar unos tragos a la luz de la hoguera, sellar los “pasaportes” en puestos de control y cantar himnos de otros tiempos, muchos abandonan o simplemente vuelven atrás, coronando con una retirada lo que es, de hecho, la conmemoración de una huida.
Para todos, lo importante es confraternizar con sus camaradas de credo, intercambiar “souvenirs” de mercadillo y sentirse transportado, por unas horas, a un tiempo y un lugar en que la esvástica y el águila del “Reich” proyectaban su ominosa sombra en Europa. Aunque no es precisamente una hazaña atlética, a los que finalicen el recorrido en el tiempo estipulado la organización les entregará como premio una “cruz de hierro”, la condecoración que los nazis concedían a sus mejores soldados. Este año, solo uno de cada diez nostálgicos logró llevarse la cruz a casa.
A diferencia de los grupos de reproducciones históricas que en muchos países reconstruyen batallas de todas las épocas, el afán que mueve a los participantes del “día del honor” no es histórico, sino ideológico. Solo así se explica el ambiente, entre tabernario y exhibicionista, que impregna estas reuniones.
El papel de las mujeres es rellenar los platos de sopa que los “soldados” ingieren en los campamentos, todo aquel que no luzca una bandera o vista ropa deportiva y no militar es mirado mal y, por supuesto, los extranjeros (o sea, no alemanes o húngaros) encontrarán muy difícil participar y ser aceptados: por ejemplo, la web de inscripción tiene texto solo en alemán y magiar.
Quien está detrás de la empresa organizadora es Zoltán Moys, cuñado del presidente del Parlamento húngaro y beneficiario de importantes subvenciones económicas del Gobierno con las que suele producir documentales para la televisión pública de este país.
Ideologías totalitarias
Exhibir símbolos de ideologías totalitarias está prohibido por la ley en Hungría. Sin embargo, no es difícil ver las semejanzas entre los logotipos de grupos como Legiá Hungría o los Hammerskins y la esvástica nazi. Durante los actos del “día del honor”, los participantes lucen uniformes militares, enarbolan banderas de otros tiempos (la de la Francia de Vichy o recreaciones de la húngara) y en general deben contenerse a la hora de mostrar la parte ilegal de su atuendo.
Es cuando salen de la ciudad y dejan de estar vigilados cuando dan rienda suelta a su particular carnaval de cruces gamadas, botas de cuero y cascos de acero.
La estampa de grupos de hombres armados y con uniformes nazis, caminando por la nieve en la llanura húngara y compartiendo botellas de licor muy difícilmente despierta sentimientos de orgullo nacional o patriotismo entre la mayoría de los húngaros, que recuerdan cómo el gobierno pro alemán de Horthy envió a Auschwitz a más de 400.000 de sus ciudadanos y tras la guerra el país perdió parte de sus territorios por haber apoyado a Berlín.
La figura de Miklós Horthy ha sido reivindicada por Víktor Orbán a pesar de su polémico papel durante la Segunda Guerra mundial. Aunque algunos historiadores discuten sobre si Horthy era o no personalmente anti semitista, lo cierto es que su alineamiento con Hitler facilitó la deportación de cientos de miles de gitanos y judíos a los campos de exterminio; sin embargo, Orbán ha alabado al antiguo regente húngaro por haber extendido el dominio de su país en regiones con población étnicamente magiar.
En el llamativo Museo del Terror de Budapest, dedicado a mostrar la barbarie de los regímenes totalitarios, se dedican 20 salas a explicar los horrores del período comunista y una sola explica el Holocausto. La directora del centro, Mária Schmidt, publicó un trabajo según el cual la época comunista restringió más las libertades que la ocupación nazi durante la Guerra.
En una Europa que ve cómo algunos viejos fantasmas se resisten a desaparecer, algunos gobiernos ultra nacionalistas, como el de Víktor Orbán, han convertido a la Historia en un campo de batalla ideológico donde los hechos, los símbolos y su significado pueden ser reinterpretados a conveniencia. Una alianza poco honorable se convierte en la “defensa común de los valores europeos” (así es como definen el eje Berín-Budapest los organizadores de la marcha); una huida se convierte en un día del honor; un uniforme con la esvástica es el atrezzo para revivir un particular momento de la Historia… Descafeinar símbolos y significados para relativizar los hechos es una táctica habitual antes de intentar reescribir la Historia.
En la web para inscribirse en la marcha Kitörés se anima a los interesados a no dejarse amilanar por los 57 kilómetros del recorrido completo: hay versiones de 35 y 25 kilómetros, pero en vez de una cruz de hierro se obtendrá solo una tarjeta acreditativa.