La pandemia del Covid-19 (“CoronaVirusDisease-2019”) está sacando lo mejor de los seres humanos, independientemente de algunos gamberros que sólo buscan llamar la atención. Resulta que, en apenas cuatro meses, un microscópico enemigo invisible nos ha hecho ver que nuestras religiones, razas, ideologías, géneros y cuentas bancarias no significan nada a la hora de la verdad, la de la muerte, en la cual todos somos iguales. Lo que nos une en este caso en particular es el terror, pero sigue siendo una gesta a celebrar por lo imposible que esto parecía hace apenas dos meses.
Pero no hay que comer flores: nada une más que un enemigo común. Lo peligroso de esta premisa es determinar quién, o qué, es el villano. Mal el nazismo contra los judíos, bien los aliados contra el nazismo. Ese es nuestro consenso social. El problema aparece cuando los populistas, tan a gusto en estas aguas, usan este mismo concepto del enemigo externo no para unirnos, sino para dividirnos, en lo cual el método es hasta más efectivo. ¿Quién divide y quién une? Socialmente, esto lo determina el final de la película. ¿Qué hubiera pasado si El Eje hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial? ¿Cuál es el lado correcto de la Historia? Bonaparte diría que es el de los ganadores, puesto que son quienes la escriben. Y, para no adentrarme en las aguas sin fondo de la filosofía, en las cuales corro el riesgo de ahogarme, lo dejo hasta aquí.
Volviendo a asuntos más mundanos, los “pandémicos”, la mala noticia es que la unión actual se circunscribe a la lucha contra el bicho microscópico. ¿Trascenderá esta unidad? Demasiado pronto para un pronóstico, pero lo cierto es que esta experiencia nos cambiará. El mundo post-1945 fue posible por la unidad del hemisferio occidental, incluyendo a sus aliados en el hemisferio oriental, en torno a la idea de la democracia como contraposición natural al comunismo. Caída la Unión Soviética, la visión comunista del mundo se vino abajo. Repito, se vino abajo. Lo que hay hoy en día no es eso. Es una Internacional del Populismo que amenaza con acabar con los valores occidentales, esos que empezaron a gestarse hace más de dos mil años en la Antigua Grecia.
¿Cómo dejamos que la fábrica del mundo quedara en manos de Xi Jinping?
En aras de la globalización, de la cual este cronista es fiel defensor, hemos desatado una campaña para integrarnos en cada rincón del planeta, pero se nos ha olvidado que existen barreras culturas, insalvables en muchos casos. Que una cosa es tener amigos en todos lados, y hasta socios, pero que no todos pensamos igual. Que ser diferentes está bien, y que podemos convivir sin tratar de aplastar al otro. Pero, ¿qué pasa cuando el otro no piensa igual? ¿Cómo defendemos nuestros valores y nuestros principios cuando el otro está en las antípodas? No será violentamente, por muchas razones pero sobre todo por aquello de no hacer lo que no quieres que te hagan.
Ahora, tampoco será haciendo el papel de ingenuo, de creer que los demás van a portarse con uno se porta con ellos. ¿Cómo un gobierno democrático va a integrarse en cualquier sentido con uno? Te van a minar por dentro, bien sea políticamente (ver el caso de Rusia) como económicamente (ver el caso de China). ¿Cómo dejamos que la fábrica del mundo quedara en manos de Xi Jinping? ¿Cómo dejamos que Putin interviniera en algo tan sagrado como las elecciones de otros países?
El último episodio, el de la pandemia de Covid-19, pone en evidencia esto, que se nos fue la mano con la integración, que nos vieron la cara de idiotas. Miles de muertos, millones de puestos de trabajo en riesgo, familias separadas. Todo esto es responsabilidad del gobierno chino. Tuvo que pasar un mes desde el primer caso reportado en Wuhan para que se dignaran a reportarlo a la Organización Mundial de la Salud. Está bien. No lo llamemos Virus Chino porque no todos los chinos son responsables, pero llamémoslo el Virus Xi o el Virus PCC (Partido Comunista Chino). Es ese régimen, el responsable de permitir la operación de mercados populares en las peores condiciones sanitarias bajo la imperdonable excusa cultural con la cual sólo buscan tapar su incapacidad.
No será este cronista el que dé crédito a teorías conspirativas sin sentido. Lo que pasó en Wuhan fue simplemente la ineptitud característica de los sistemas totalitarios. El Gran Hermano es incapaz. ¿Vamos a seguir haciéndole carantoñas, desde la izquierda y desde la derecha, a quienes no creen en la libertad, la igualdad y la justicia, los principios básicos de nuestra sociedad? ¿Dónde trazamos la raya? Esa debe ser la discusión. Un poco más allá, un poco más acá, pero hay que trazarla. Pero eso será imposible si los grandes poderes occidentales, Estados Unidos y la Unión Europea, continúan permitiendo que intereses contrapuestos a los suyos los dividan. Una apuesta que espero perder: el régimen chino saldrá liso de ésta.
*** Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.