Mientras los distintos gobiernos europeos afinan sus estrategias para hacer frente al coronavirus, en el punto en el que empezó todo se contempla ahora con recelo lo que sucede en Occidente. En Wuhan, capital de la provincia china de Hubei, la vida comienza estos días a recuperar la normalidad perdida por la pandemia. Su población ha sufrido semanas de restricciones y confinamiento para reducir las cifras de afectados por el covid-19, dejando en la zona la mayoría de los 81.000 casos y más de 3.200 muertos que se han registrado en el país.
Sin embargo, si China mira a Occidente con extrañeza por la tardanza en poner en marcha medidas efectivas o incluso por la escasa seriedad con la que los europeos, días atrás y pese a la situación, aún se tomaban las medidas de contención en los lugares más afectados, la comunidad internacional tampoco acaba de fiarse de los números de víctimas del gigante asiático.
Solo ahora que la enfermedad ha golpeado con fuerza a la mayoría de países más industrializados se entiende que las cuentas del gobierno chino resultan al menos sospechosas. ¿Se han maquillado estas cifras?
Oficialmente, Pekín reconoce 81.470 casos, con 3.304 fallecidos. El balance resulta estremecedor, sin duda. Pero dado que son varios los países que han superado a China en esta macabra estadística muchos caen en la cuenta del por qué con poblaciones muy inferiores a la del país asiático, naciones como Italia o España ya superan esta dramática cuenta.
Además, hay una pequeña trampa numérica al abordar los datos que suma a la desconfianza: ni siquiera hay que ir a los 1.400 millones de habitantes que tiene el país, sino que basta con tener en cuenta que la mayor parte de fallecimientos de China se han producido cerca del foco inicial de la patología, la provincia, la de Hubei, que tiene una población aproximada de 59 millones de personas, muy similar a la de estos países europeos.
Denuncias anónimas
Al recelo hacia las cifras del Gobierno tampoco ayudan los testimonios anónimos que, desde dentro del país, dudan de las mismas y así lo manifiestan a medios extranjeros. Pero sobre todo, las teorías más o menos peregrinas sobre el cómo, durante los peores días de la pandemia en Hubei, se intensificó hasta tal punto la actividad en los hornos crematorios que solo podía deberse a una actividad frenética en los mismos que enmascarase una cantidad de cadáveres muy superior a la que dictaba la lógica 'oficial'.
Esta teoría, sin embargo, ha recobrado actualidad en los últimos días, aireada por medios abiertamente contrarios al Ejecutivo chino, como Radio Free Asia. Este medio, subvencionado por instituciones próximas al gobierno estadounidense, señala que estas instalaciones funerarias han estado funcionando sin descanso y han alcanzado picos de hasta 3.500 cuerpos al día entre los siete centros dedicados que estarían en funcionamiento. Son especulaciones que elevarían la cantidad de fallecidos hasta los 45.000 muertos aproximadamente.
Tal habría sido la actividad allí que incluso los que defienden estas teorías lograron hacer viral una imagen de satélite del cómo estarían afectando las emisiones a la atmósfera de estos sitios. Esas imágenes serían, según sus ideólogos, una clara señal de que habría más víctimas de las que se dijeron y, por supuesto, una prueba de la opacidad del régimen chino.
Ante este rumor espoleado por las redes sociales hubo quienes, desde el amparo de la ciencia, se aprestaron a desmentir el bulo, denotando también en este tema una suerte de guerra propagandística en la que los hechos objetivos, al menos esta vez, no acompañan a los más críticos del régimen.
Se daba por hecho que China desmentiría la noticia, como así sucedió. Pero, aun reconociendo el incremento de dióxido de azufre en el aire durante aquellos días, la misma Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que el SO2 se produce en la quema de residuos y la descomposición de materia orgánica, pero la principal fuente humana de emisiones de este tipo es la "combustión de fósiles que contienen azufre usados para la calefacción doméstica, la generación de electricidad y los vehículos a motor", como recoge Euronews.
Incluso este mismo medio recoge que el principal sistema para recoger los datos se basa en criterios estadísticos que suelen devolver valores superiores a los reales. Y que de hecho las emisiones en la zona han sido más altas en otras épocas anteriores a la explosión del coronavirus y hasta recurrentes.
Dicho de otro modo, y como se señala en la misma fuente, para alcanzar tales niveles de contaminación se tendrían que haber quemado unos 30 millones de cadáveres, según Open, una página web italiana dedicada al fact-checking. En la misma línea se manifestaron sites similares con otro de los 'clásicos' de las primeras semanas, los informes que hablaban de más de 10.000 muertos en la zona pero que, sin embargo, tampoco ofrecían ninguna evidencia.
Cifras, la polémica colateral
Pese a todo, lo que sí resulta evidente es que la batalla de las cifras se ha convertido en una de las polémicas colaterales de esta crisis mundial. Y es que, más allá de la desconfianza hacia los datos chinos, se añaden las distintas formas de contabilizar casos y víctimas, que están arrojando tasas de mortalidad muy diferentes según el país.
En este sentido, nuevamente China fue pionera en este episodio del coronavirus. Lo que empezó siendo una nueva enfermedad con un crecimiento gradual pasó a ser una patología casi descontrolada después de la subida repentina y brusca del número de casos recogidos. Eso sucedió cuando las autoridades variaron la forma de contabilizar los casos, lo que redundó en unas cifras que, por entonces, ya anticipaban la gravedad del suceso. Sin embargo, la OMS no censuró entonces la actitud de las autoridades chinas.
Tampoco se espera que reaccione de otra manera con otras contabilidades que ponen en entredicho las cifras oficiales. Por ejemplo, hasta la semana pasada Francia no contabilizaba los fallecidos fuera de los hospitales; en Reino Unido tampoco computaban los muertos que tuvieran patologías previas; y en otros países, incluido España, la incapacidad de hacer test a todos las personas con síntomas impide precisar el verdadero número de afectados y, lo que es casi más importante, la letalidad real del coronavirus. Son aspectos técnicos que difieren de la intención que muchos achacan al gobierno chino para maquillar sus cifras: la de dar una sensación de mayor efectividad y de control dentro y fuera del país.