Francia roza los 15.000 muertos por coronavirus; Reino Unido sobrepasa los 12.000. Bélgica supera con holgura los 4.000 y Holanda puede alcanzar en horas la barrera de los 3.000. Son los números provisionales que remarcan la gravedad de la pandemia en la mayor parte de Europa. Y no hace falta ni siquiera irse a contemplar los datos de España e Italia que, con 18 y 21.000 fallecidos por el Covid-19, están a la cabeza de este macabro ránking que pone en jaque a todo el mundo.
Pero en este contexto de dramática homogeneización continental, cada país ha optado por combatir el covid-19 a su manera, de una forma individual y en una especie de sálvese quién pueda. Se han impuesto medidas más o menos similares pero con resultados muy diferentes de acuerdo al momento en el que fueron aplicadas. De ahí que, dadas las circunstancias, llame la atención el caso de Grecia.
A día de hoy, sus estadísticas parecen haberse detenido en lo que sus vecinos vivieron los primeros días de la pandemia, con la salvedad de que la tan traída "curva" nunca ha mostrado en tierras griegas el comportamiento de otras naciones: el número de afectados es de poco más de 2.000 y 'sólo' 99 personas han perdido la vida.
¿Cómo se gana la guerra al coronavirus?
En el comienzo de la epidemia, muchos miraban al norte de Europa y, en concreto, a Alemania y a la sorprendente baja letalidad que tenía el virus allí, a tenor de los números. Hoy, con la mayor parte del continente confinado, el foco de atención se sitúa en Grecia. ¿Qué se ha hecho allí para decir, con propiedad, que el país está ganando la guerra contra el coronavirus?
Rapidez. El secreto fue la rapidez y la determinación del gobierno en aplicar medidas. El detonante fue el primer fallecido. Desde entonces, no se dudó: se impusieron estrictas normas de distanciamiento social y, muy poco después, todo el país se bloqueó para contener la circulación del virus. Ahora mismo no parecen ideas excepcionales, pero sí lo fueron tanto la premura en ponerlas en marcha, como el cumplimiento por parte de la población, "algo que nos llena de orgullo", según el primer ministro, Kyriakos Mitsotakis.
Pero la mecha que apremió a los gobernantes locales a no perder tiempo en debates y a actuar con inmediatez sí responde a una excepcionalidad helena. Desde hace una década, Grecia arrastra los feroces efectos de una crisis económica que se tradujo en recortes en todos los ámbitos. Y el sector sanitario, como tantos otros, resultó especialmente dañado. Tanto, que ni siquiera hoy ha recuperado su nivel previo a 2008 en este campo.
Esto ha resultado -resulta- trascendental para que se decidiera no tomar el más mínimo riesgo que pudiera desembocar en un colapso de los hospitales y, por extensión, de la Sanidad pública. Y dado que buena parte de los casi 11 millones de griegos tienen una edad avanzada (se estima que son el 21%), apostar por estrategias más conservadoras o mantener cierta pasividad hubiera constituido un peligro inasumible en todos los frentes, especialmente en cuanto a vidas.
"Falsa sensación de seguridad"
"Sospecho que una de las razones por las cuales los países de Europa occidental y Estados Unidos no actuaron antes fue su falsa sensación de seguridad contra una posible epidemia", cuenta a BBC Filippos Filippidis, investigador y profesor de Salud Pública en el Imperial College de Londres, quien antepone la coyuntura económica griega como uno de los principales motivos que han colaborado en esta exitosa táctica.
"Había realidades y debilidades de las que éramos muy conscientes", comenta el doctor Andreas Mentis, director del Instituto Pasteur de Grecia, citado por The Guardian. "Antes de que se diagnosticara el primer caso, habíamos empezado a examinar a las personas y a aislarlas". Y añade a esta táctica la monitorización de pasajeros procedentes de zonas de riesgo como China o España, para los que se establecieron hoteles donde debían pasar una cuarentena.
La opinión de este experto, que participa en el comité que asesora al Gobierno en este tema, ha sido elogiada tanto fuera como dentro del país, donde él mismo reconoce que, por la proximidad de la crisis económica previa, "los griegos ya saben lo que es y eso, creo, les permitió adaptarse y ser estoicos", según recoge este medio.
La experiencia de Italia
A la digestión de estas medidas para la población también ayudó ver cómo, al otro lado del Adriático, Italia sufría una sangría de víctimas imparable. Mientras que en España esa experiencia italiana no tuvo consecuencias inmediatas, otros países sí tomaron nota. Es el caso de Portugal, otro ejemplo de buena gestión del tema que, como Grecia, supo aprovechar que el virus tardó algo más en llamar a sus puertas para estar preparados.
Y así, en Grecia se optó por cancelar desfiles y fiestas, prohibir reuniones, cerrar playas e incluso Atenas asumió la iglesia ortodoxa helena, cuyo clero se negó a renunciar a sus ritos. Escuelas y universidades también cerraron sus instalaciones antes de que se contara el primer fallecido y no como en otros países, según recordó el primer ministro, donde esto se produjo "una o dos semanas después, cuando ya había decenas de víctimas". Una alusión velada a España o Italia, que decretaron el cierre de centros educativos cuando ya tenían 191 y 465 muertos, respectivamente.
La orografía, un arma de doble filo
Filippidis profundiza en el caso griego aportando otra variable inesperada: la orografía tan peculiar del país, con infinidad de islas y áreas montañosas de complicado acceso. Se trata de un arma de doble filo, dado que para el virus es más difícil alcanzar estas zonas, aunque los recursos sanitarios en estos puntos tampoco son los que ofrecen las máximas garantías. Un brote allí podría suponer "una bomba de relojería", según este experto, que también recuerda en BBC que en Grecia también hay campos de refugiados que carecen de condiciones óptimas de higiene y que constituyen un riesgo potencial de expansión de esta patología.
Son retos adicionales que obligan a no bajar la guardia: "La guerra no se ha ganado todavía", añadió el primer ministro. Para acercarse más al objetivo, Mitsotakis anunció anunció que, a estas medidas de contención, se sumaría el aporte de hasta 14.000 millones de euros para apoyar a las empresas y proteger puestos de trabajo, a los que se sumarían otros 10.000 millones procedentes de fondos europeos. Son formas de paliar una crisis que, según el político, traerá un comportamiento nuevo de la gente: "Cuando la crisis termine miraremos a las personas que reponen en los supermercados o a los operarios del servicio de basura de forma diferente, ya no serán invisibles", dijo.