La rodilla que acabó con la vida de George Floyd sacude las placas espirituales del mundo. La muerte de este hombre toca muchas fibras, buenas y malas, dependiendo de cada quién. Está sacando lo mejor y lo peor de muchos, lo verdadero y lo falso. Nos ha vuelto transparentes. ¿Por qué? Porque Floyd era negro, con todo lo que eso significa.
Nos repetimos que todos somos iguales. Que todos somos seres humanos. Que todos tenemos el mismo destino: seis metros bajo tierra. Pero, ¿de verdad nos lo creemos? Esto es algo estructural. No es un conflicto político parte del revoltillo coyuntural. El racismo existe, y existe en todo el mundo, no sólo en Estados Unidos. Comiendo en Madrid hace menos de un año con un buen amigo -español, periodista y muy liberal- pusimos sobre la mesa un tema que ha establecido tienda en la mente de este cronista. Al momento de la comida en cuestión, estaban recién salidas del horno las cifras de la ONU sobre los refugiados venezolanos, ya casi cabeza a cabeza con los sirios que huyen de al-Assad.
Por esa mala costumbre de buscarle la quinta pata al gato, hicimos hincapié en la letra pequeña: mientras a cada sirio, en promedio, se les dedica una gran cantidad de dinero, a los venezolanos les toca mucho menos. Tras dar un sorbo a su cerveza, el buen amigo, muy apenado, casi con sentimiento de culpa, dijo a modo de respuesta a esa injusticia algo así como “yo a ti, si no te conozco, te veo por la calle y creo que eres tan españolazo como yo. En cambio, a un sirio…bueno, no, y eso a muchos les molesta muchísimo”. Entendí por qué un problema debía ser resuelto más rápidamente que el otro. Cuestión de cómo se ve, literalmente.
Algo tan superficial como el color de la piel nos afecta profundamente. El racismo es un problema estructural y particular. Es necesario haber crecido con ese toro para saberlo lidiar. En tierras como la del Tío Sam el asunto es, además, institucional. No es una polémica de barra. Si no se es culturalmente estadounidense, la mejor decisión es ver ese toro desde la barrera, limitándose a principios universales como el rechazo a la discriminación y a la violencia, tanto de los policías como de los vándalos. Como compañeros de tribuna, podemos comentar que el racismo en Estados Unidos no murió con la abolición de la esclavitud en 1865, hecho tan traumático que desembocó en una guerra civil que casi rompe físicamente al país entre el norte y el sur.
George Floyd era negro y estadounidense, sí, pero sobre todas las cosas era un ser humano, un valor que no conoce de fronteras
Tampoco hablamos de un tema en el cual nos podamos arrellanar en la comodidad de nuestra ideología para disparar. Como es la izquierda moderna la que toma la bandera de la defensa de las minorías, puede caerse en el simplismo de verlo como una partida más entre liberales y conservadores. No. Primero, tengamos en cuenta que la segregación de iure fue abolida tan recientemente como en 1965. Eso, en términos históricos, es ayer. Esas leyes, que impedían a los negros, entre otras cosas, usar los mismos baños o el mismo transporte que los blancos, emanaron de las legislaturas locales controladas por el liberal Partido Demócrata. De hecho, quien consiguió, con la espada, derogar el derecho de un ser humano a ser dueño de otro fue el presidente Abraham Lincoln, del conservador Partido Republicano.
Nada de esto quiere decir que no nos ocupemos del tema, pero con cuidado. No estamos en una barra tomándonos una caña mientras hablamos de las elecciones o del fútbol. George Floyd era negro y estadounidense, sí, pero sobre todas las cosas era un ser humano, un valor que no conoce de fronteras. En esas dimensiones debemos evaluar el tema quienes no somos culturalmente estadounidenses.
Mejor lo dijo John Donne, por allá en 1624, porque ningún problema es realmente nuevo:
Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntas por quién doblan las campanas: doblan por ti.
*** Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.