El episodio más reciente de la tragicomedia madurista es la llegada de los barcos iraníes cargados de gasolina. La propaganda del régimen, moldeada a imagen y semejanza de sus profesores cubanos, pretende mostrar como una victoria anti-imperialista la dolorosa paradoja de que el país con las principales reservas petroleras del mundo, tradicional refinador de gasolina, traiga del otro lado del planeta el combustible necesario para medio abastecer a sus habitantes durante unos pocos días.
La deformación de la realidad llega a pretender que esta humillante importación de lo que Venezuela siempre produjo es un triunfo frente a las sanciones y el patrullaje internacional en el Caribe.
Ocultan que Irán puede seguir tanto produciendo como exportando gasolina a pesar de que también está sancionado, y que la patrulla internacional frente a Venezuela está en una misión anti narcóticos, no anti combustible, luego no está autorizada para incautar un cargamento de combustible, como por cierto no lo estaría si se tratase de alimentos y medicinas.
Los dan un ridículo matiz militar al arribo de los pacíficos tanqueros iraníes, como si del desembarco en Normandía se tratara. Los generales chavistas, héroes de batallas contra la población desarmada, se calaron sus uniformes de opereta. Heroicamente anunciaron que escoltarían los barcos con la gasolina, como si Estados Unidos estuviera presto a entromparlos para impedir su llegada a Venezuela.
¿A quién se le ocurre pretender que la flota de Estados Unidos y sus aliados actúan en esta operación como una patrulla personal de Guaidó?
Los servicios de información del régimen transmitieron la gesta con un despliegue dolorosamente bufo. El radicalismo opositor alimentó las fantasías de su público anunciando el inminente estallido de la Tercera Guerra Mundial. Todo esto muy normal dentro de la realidad paralela que la dictadura quiere imponer a los venezolanos. Lo que no es normal es que el entorno del gobierno interino de Juan Guaidó se haya incorporado a la pantomima.
¿A quién se le ocurre pretender que la flota de Estados Unidos y sus aliados actúan en esta operación como una patrulla personal de Guaidó? Hay que ser demasiado ombliguista para ignorar que Venezuela es un peón, si acaso un caballo, en este ajedrez que juegan los tres pesos maestros: Washington, Beijing y Moscú. En las aguas cercanas a Venezuela lo que hay es una flota anti narcotráfico para toda la región, no un bloqueo naval o algo parecido.
Lo de que iban a interceptar a los barcos persas sólo puede estar en la cabeza de los chavistas y de los frenéticos y desorejados radicales antiMaduro. Esos tanqueros no se podían interceptar, salvo que llevaran droga, transporte que los iraníes son muy capaces de hacer, pero no con la policía vigilando el barrio.
Para llegar a esta conclusión no hay que ser experto en Derecho Internacional. Es cuestión de sentido común, lo que esta vez no hubo en la estrategia comunicacional del gobierno interino. “Anteponen la comunicación a la política, y si no tienes una política clara no puedes tener comunicación”, nos comentó un consultor político cercano a uno de los principales partidos que respaldan a Guaidó.
Guaidó tiene a poderosos intereses en su contra, en su misma acera y por ambos costados. Corre el riesgo de que lo enjaulen
La culpa no es de quienes delinean la estrategia comunicacional sino de quienes delinean la estrategia política. Pero, ¿es que hay una estrategia para salir del régimen madurista? Si la hay, ¿hay convicción, o al menos disciplina, de que esa es la estrategia correcta? Si hay esa convicción, o al menos disciplina, ¿por qué hay que estarle haciendo carantoñas a unos pastores de nubes que venden soluciones mágicas?
Un líder no puede contentar a todo el mundo. Guaidó tiene a poderosos intereses en su contra, en su misma acera y por ambos costados. Corre el riesgo de que lo enjaulen y la única forma de no caer en esa trampa es hablarle claro a la gente, aunque eso incomode a los voraces financiadores, unos con disfraz progresista y otros con disfraz conservador.
La flauta de la invasión militar no va a sonar. El flautista Trump no quiere soplar el instrumento, y punto. En cuanto a la flauta de la cohabitación, esa sí que puede sonar, y quizás lo haga si el presidente no espabila. La carrera es contra el tiempo, el cual se acaba. No más humo, no más bluff, no más indisciplina.