Cuando, dentro de unas décadas, los investigadores quieran acceder a los documentos que revelen lo que pensaban los líderes mundiales en momentos de crisis como el actual, lo tendrán realmente fácil en el caso de EEUU: bastará con revisar la cronología de los tuits de Donald Trump.
La diplomacia -o falta de ella- que el presidente norteamericano ejerce en las redes sociales incluye contradicciones, insultos, acusaciones y provocaciones que raramente han encontrado respuesta en otros líderes o gobiernos a través de los mismos medios. Hasta ahora.
Lijian Zhao, portavoz del Ministerio de Exteriores chino, no solo recoge el guante cuando Trump ataca a su país, sino que, además, no tiene problema en encender la mecha usando un lenguaje parecido al del presidente norteamericano.
Por un lado, los mensajes sobre el “virus chino” y la “lucha por la democracia en Hong Kong”; por el otro, “I can´t breathe” (última frase de George Floyd), y “Black Lives Matter” (“las vidas negras importan”). Esta guerra de puyas con sabor a revancha, en la que hasta ahora China no se había enzarzado, es una expresión más de la propaganda, información selectiva, censura y manipulación que casi consigue ocultar la realidad.
Hasta hace un año, solo 40 miembros del gobierno chino tenían, como Lijian Zhao, una cuenta oficial en Twitter. Hoy son 135. La fundación norteamericana Alianza para Asegurar la Democracia asegura que dese abril, esas cuentas han publicado casi 100.000 mensajes acerca del coronavirus.
“Son mensajes cada vez más agresivos, usan idiomas locales en cada país y consiguen una audiencia cada vez más fiel y mayor”, dice el informe. La maraña de mensajes rebotados, cuentas vinculadas y granjas de “bots” o usuarios falsos es tal que no es exagerado decir que la ciber-propaganda ya un factor más en las relaciones entre EEUU y China.
China y las 'fake news'
Pero, al igual que China lleva décadas desarrollando su propia tecnología militar para postular su candidatura a superpotencia mundial, en los últimos meses está mostrando su capacidad en el campo de batalla de la (des)información. Y, como en el diseño de cualquier otro tipo de armas, está progresando rápidamente.
Hace poco, las protestas de Hong Kong eran la excusa norteamericana para enervar a la diplomacia china. Cuando el verano pasado las protestas de Hong Kong estaban en uno de sus momentos más violentos, Nancy Pelosi dijo que era “una estampa maravillosa, la de una lucha por la democracia y la libertad”.
El 20 de mayo, el Secretario de Estado Mike Pompeo abrió una conferencia de prensa de esta manera: “Primero los hechos básicos: China está bajo un régimen brutal y autoritario. Pekín es ideológica y políticamente hostil hacia las naciones libres”. A continuación, siguió una ristra de quejas hacia la gestión que China ha hecho de la crisis del coronavirus –“destruyendo muestras” y “denegando el acceso a investigadores”-.
Tras el chaparrón de críticas y la campaña internacional liderada por Washington contra la represión china en Hong Kong, la crisis del coronavirus marcó un punto de inflexión en este pulso particular entre ambos países. Para la mayor parte de los países, China compuso un relato en el que se mostraba como el gigante amable, que repartía equipos y mascarillas a todo el mundo de manera desinteresada.
Para Estados Unidos, se hicieron vídeos en los que se ridiculizaba la lenta e ineficiente respuesta de ese país ante el virus, se alimentaban teorías sobre conspiraciones y el propio Lijian Zhao llegó a asegurar que fue el ejército norteamericano quien inició la pandemia. “EEUU nos debe una explicación”, tuiteaba hace poco. Progresivamente, China había pasado de ofrecer su colaboración a pedir respeto (“no lo llamen virus chino”) y después castigar cualquier réplica.
Racismo y Covid-19
Lo cierto es que no resulta muy difícil poner en evidencia a un país cuyo presidente recomendó lejía como remedio contra el Covid-19, que prometió “cosas maravillosas” para esta primavera o que alabó en repetidas ocasiones la gestión china el 25 de enero y el 13 de marzo en sendos tuits para luego asegurar que había visto con sus propios ojos pruebas de que el virus se había creado en un laboratorio chino y terminó diciendo que China era “responsable de matanzas mundiales masivas debido a su incompetencia” frente al coronavirus. Pero entonces llegó el caso George Floyd. China vio la ocasión perfecta para pasar al contraataque.
El pasado 30 de mayo, Hua Chunying, otro portavoz de Exteriores chino, tuiteaba las últimas palabras de Floyd (“No puedo respirar”) junto a una cita de la portavoz de Washington Morgan Ortegus que criticaba la ley de deportación de Hong Kong.
Mientras las imágenes llegadas de Estados Unidos mostraban a una fotógrafa de prensa que perdió un ojo por disparos de la policía, saqueos indiscriminados, brutalidad policial y disturbios junto a la Casa Blanca, China continuaba difundiendo fotos de ciudadanos disciplinados, haciendo cola para ser testados, calles impolutas y números que hablaban del fin de la pandemia dentro de sus fronteras.
En tres meses de protestas en Hong Kong se arrestó a menos gente que en la semana de disturbios en Norteamérica, donde han muerto al menos 13 personas. A los rumores sobre la muerte del médico chino que intentó llamar la atención al mundo al comienzo de la pandemia, China repuso que Faucci, el doctor al mando de combatir el coronavirus en EEUU y que ha contradicho a Trump en más de una ocasión, pidió protección policial personal y en su casa por miedo a las amenazas ultras.
Contra cualquier crítica
No solo EEUU, cualquier país que critique a Pekín de manera abierta o que vaya en contra de su relato se convierte en enemigo: cuando Australia pidió públicamente una investigación sobre el origen del virus en China, Hu Xijin, editor del informativo pro gubernamental chino Global Times comparó a Australia con “un chicle que se queda pegado en el zapato; simplemente coges una piedra y lo despegas (…) China es cada vez más y más fuerte, mientras que el futuro de EEUU es incierto. Cuando ellos nos atacan continuamente y se burlan de nosotros, ¿esperan que no digamos nada?”
El aprovechamiento de los problemas de un país para atacar al otro viene a certificar la hostilidad sin tapujos que a partir de ahora polarizará el mundo entre un imperio en decadencia y un aspirante a nueva superpotencia.
Hong Kong y Minneapolis son ahora mismo ciudades-Aleph, ventanas desde las que es posible ver el interior de sus respectivos países. Los paralelismos (ataques a periodistas, despliegues de autoritarismo) y diferencias (saqueos oportunistas en EEUU, ataques a comercios de chinos continentales en HK; revueltas desorganizadas en América y comandos urbanos bien adiestrados en China) tienen un denominador común: la actual crisis es el heraldo de un cambio, y uno de esos cambios puede producirse en el escalafón geopolítico mundial; un relevo de liderazgo es por ahora impensable, pero al menos es patente el desafío, el precedente.
Carrie Lam, la Jefa Ejecutiva de Hong Kong, ha criticado en público el “doble rasero” de los países occidentales y su tibia reacción ante la represión policial en EEUU estos días y los virulentos ataques a Pekín por hacer lo mismo en Hong Kong. Por ejemplo, la embajada norteamericana en Varsovia prohibió que se depositaran flores en apoyo a los afroamericanos frente a su puerta.
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la era de la sabiduría, la era de la inconsciencia, de la fe y la incredulidad…”. Así empezaba la famosa novela de Charles Dickens “Historia de Dos Ciudades” hace 110 años. Hoy, Hong Kong y Minneápolis, Wuhan y Washington son protagonistas, testigos y víctimas del peor y el mejor de los tiempos.