En la época de Lamartine y de Chateaubriand, se decía que Turquía era el “ser enfermo de Europa”.
Dos siglos más tarde, está convirtiéndose en el ser que hace enfermar a Europa y, más allá de sus fronteras, también a la zona del Mediterráneo y de Oriente Próximo.
Los síntomas de esta enfermedad son sobradamente conocidos: la sangrante invasión del Kurdistán sirio; la represión de toda veleidad democrática en la zona oeste de Libia; la confrontación con Chipre y, también, con Grecia en las costas de Kastelórizo; el episodio del ataque a una fragata francesa el pasado 12 de junio, en la zona costera de Trípoli, por no hablar de la guerra casi abierta, vía Azerbaiyán, con la pequeña República de Armenia.
El origen de todo esto es, igualmente, cristalino, y hace tres años ya le dediqué toda una parte de mi libro El imperio los cinco reyes: el despertar del paradigma otomano y la nostalgia de un tiempo en que la Sublime Puerta reinaba sobre la patria de Cristo y la de Sócrates; la conexión de este proyecto imperial con el del islamismo radical, de la mano de la versión de los hermanos musulmanes, ya que Ankara quiere ser una nueva Meca; sin contar con la personalidad singular, por no decir temperamental, del hombre que, hasta nueva orden, encarna esa explosiva combinación.
De tal manera que la verdadera cuestión ya no es la del diagnóstico, sino la de los remedios de los que disponemos para, con nuestros aliados estadounidenses, contener la amenaza.
A corto y a medio plazo, veo tres vías de acción:
1. Turquía es miembro de la OTAN. Lo es desde 1952. Sé que, dentro del Tratado, no hay ninguna disposición prevista para excluir a uno de sus miembros, pero ¿acaso hay alguna razón para aceptar, como algo inevitable, esa cercanía con un régimen que masacra, en el Kurdistán, a nuestros aliados más fiables en la lucha contra el Dáesh
¿Acaso no cabe al menos cuestionarse el doble juego de un país que compra sus cazas F16 a Estados Unidos y sus antimisiles S-400 a Rusia? ¿Qué valor tiene el eterno argumento según el cual habría que evitar lanzar a este país a los brazos de Putin cuando ya vemos que, él solito, multiplica sus gestos amistosos no solo con el presidente ruso, sino con la Organización de Cooperación de Shanghái, la alianza rival a la OTAN? Hay que excluir a Turquía. O, minimum minimorum, llamarla al orden con arreglo a los artículos primero y segundo del Tratado, que instan a sus miembros a "resolver pacíficamente las diferencias internacionales" en las que puedan verse implicados.
2. Esta Turquía autoritaria y belicista tiene un aliado de peso que financia sus provocaciones y que, por ejemplo, acudió a auxiliarla cuando, en verano de 2018, Erdogan tomó como rehén al pastor Andrew Brunson y las sanciones americanas no consiguieron arruinar su moneda nacional: Qatar. Ahora bien, la misma Administración estadounidense acaba de anunciar, mediante uno de sus subsecretarios de Estado, que le ofrecerá a Qatar el deseado estatus de "aliado preferente fuera de la OTAN". Ese estatus, si hacemos memoria, concede un acceso privilegiado a las instalaciones militares del Pentágono y a las tecnologías de las que allí disponen.
Por no hablar de los 3000 millones en subvenciones que Turquía ha obtenido de la Unión gracias al repugnante chantaje con los migrantes
Por el momento, se benefician de esta credencial países como Israel, Australia, Japón, Corea del Sur, Taiwán, Nueva Zelanda o Ucrania. ¿El emirato que gasta sin mirar, de la mano de Ankara, para desestabilizar a Egipto, torpedear el acuerdo de paz entre Abu Dabi y Jerusalén o apoyar la iniciativa bélica de Hamás y de Hizbulá tiene cabida en ese club? Cuando sabemos perfectamente el papel que ha desempeñado de manera insistente —a pesar de que cobija una de las bases estadounidenses más importantes de la región— para que Irán se haya zafado de las sanciones, ¿no es irracionalmente imprudente sellar con este país una alianza de la que nos podemos imaginar qué uso se hará si empeoran las relaciones con Turquía? ¿Cómo no íbamos a formular el deseo de que las últimas mentes responsables de Washington retrasen una decisión que, tomada de esta manera, deprisa y corriendo, y sin contrapartidas, lo único que consigue es darle alas al que es, junto con Putin, el enemigo público número uno de las democracias? Consejo para el próximo presidente de Estados Unidos: si queremos frenar a Turquía, hay que marcar distancias con Qatar.
3. Por último, también tenemos el asunto de su inclusión en la Unión Europea. La gente no habla mucho del tema. Tampoco tengo muy claro que los dirigentes europeos lo tengan presente, pero el proceso de convertirse en miembro de la Unión Europea, iniciado en 2005, sigue su curso. 16 capítulos de una negociación que, en términos estatutarios, cuenta con 32 y, salvo uno, todos siguen abiertos. Los funcionarios funcionan. Hay una entidad llamada "Consejo de asociación" que se reunió en 2019. Por no hablar de los 3000 millones en subvenciones que Turquía ha obtenido de la Unión gracias al repugnante chantaje con los migrantes; así, centenares de millones en ayudas llegan a Ankara anualmente bajo la premisa de su situación de "premiembro". Está claro que siempre se podrá decir que nadie en Europa cree verdaderamente en que esta unión sea posible, que es una aberración o, tal vez, fruto de la inercia cuyo secreto tan bien conoce la burocracia comunitaria. Puede ser.
Pero en Turquía las cosas funcionan de otra manera. Y, para quien se tome la molestia de leer un mapamundi con los ojos de los ideólogos panturianos, neohititas o neobizantinos que le dieron a este proyecto neootomano su armazón imaginario y que, como en época de Solimán, Mehmed II o Enver Bajá, ven Europa como una tierra de conquista; si lo vemos con esa óptica, el asunto cobra una dimensión simbólica completamente nueva… Teniendo en cuenta ese símbolo, no sé por qué habría que hacerle ningún regalo a Ankara. Sería suicida dejar que sus lobos grises metan un pie en la puerta entreabierta de la UE para hacerla saltar por los aires de manera más efectiva. Las puertas o se abren o se cierran, le dijo Churchill a Inönü en enero de 1943. Entre los valores de Europa y el pacto de no agresión que había firmado con los nazis dos años antes, era menester que eligiera. Así es como hay que hablarle hoy a Erdogan. Así se demuestra respeto.