Una ha cumplido su sueño tras estar 33 años en el Congreso. Dos pensaron que podían luchar por la presidencia de Estados Unidos. La última, la más joven, tiene cuatro años por delante para intentarlo. Las cuatro han llevado a Donald Trump a un callejón sin salida y le han vencido.
Trump despreció el poder de Nancy Pelosi pese a que lideraba el Partido Demócrata y era la presidenta del Congreso. Se burló de Elizabeth Warren llamándola Pocahontas. Creyó que Kamala Harris se había quedado en la cuneta de las primarias y que Alexandria Ocasio-Cortez era una simple aprendiz de congresista.
Suma de errores, prueba de la mayor de las vanidades, y ego machista muy mal administrado. El empresario inmobiliario y hotelero, el showman televisivo, el organizador del concurso de Miss Universo capaz de perder la mitad de su fortuna en un divorcio de telenovela, se impuso al político que conquistó la Casa Blanca.
En 2015, cargado de deudas (más de 200 millones con el Deutsche Bank), Trump decidió pelear por la nominación republicana pensando que el gran paraguas del poder político podría tapar todos los agujeros de su imperio, desde la Trump Tower en Nueva York al resort de lujo de Mar-a-Lago en Palm Beach. Lo consiguió.
Pisó un territorio que conocía por fuera, pero no por dentro. Comenzaron las equivocaciones de todo tipo. Y la más importante, no comprender que las mujeres a las que se iba a enfrentar no se habían presentado a un concurso de belleza.
Trump era una anormalidad en el cerrado esquema del bipartidismo americano. Puede que esa fuera la razón por la que en 2016 logró 62.984.829 votos. Tres millones menos que su rival, Hillary Clinton, pero que se transformaron en 304 votos electorales mientras la exprimera dama y secretaria de Estado con Barack Obama se quedaba en 227. Trump se sintió tan seguro de sí mismo que convirtió los escenarios políticos en platós de televisión.
El 20 de enero de 2017, mientras juraba su cargo de presidente de la nación más poderosa del planeta acompañado de Melania y ante la mirada de Obama, Trump no pudo impedir que su enorme ego le recordara que había conseguido lo que otros dos empresarios y millonarios, Ross Perot y Michael Bloomberg, no lograron.
Han sido cuatro años de plantes y desplantes a nivel mundial. Le daba igual hacérselos a Vladimir Putin que a Pedro Sánchez o a la mismísima Reina de Inglaterra.
Pactaba y deshacía lo pactado con la misma facilidad y rapidez que empleaba en sus negocios. Lo había aprendido de su padre, al igual que entablar juicios y llevar hasta el límite a sus rivales. Lo sintieron en sus carnes Nancy, Elizabeth, Kamala y Alexandria.
Todas ellas tienen hoy entre las manos la soga que atenaza a Donald Trump hasta cortarle el aliento político. 1. Mano de hierro en sonrisa de seda Trump no quiso darle la mano durante una de sus comparecencias en el Capitolio y ella le aplaudió desde la presidencia de la Cámara con media sonrisa y toda la sorna que podía expresar. Nancy Pelosi ha demostrado que tiene oculta una mano de hierro tras una sonrisa de seda.
Cumplió ochenta años el 26 de marzo y tiene el nivel más alto de alcohol político en sangre que se pueda tener en la vida pública norteamericana.
Hija de Thomas D’Alesandro Jr., el alcalde de Baltimore que más veces ha ganado las elecciones, y hermana de uno de sus sucesores, conoce lo que es vivir en la ciudad que más crímenes registra en todo el país (por encima de los 300 anuales en los últimos cinco años).
A los 19 años, Nancy se casó con Paul Pelosi, compañero de estudios en el Trinity College. Luego, esperó a que sus cinco hijos crecieran para dar el salto a la política. En 1987, logra su escaño por Florida y comienza una larga travesía en el Capitolio hasta llegar a su presidencia.
A la enorme experiencia política de su familia, Nancy unió la habilidad empresarial de su marido en el sector inmobiliario, algo que la unía con Trump. Peldaño a peldaño y dólar a dólar, los Pelosi se convirtieron en una de las familias aristócratas de Washington.
Cuando llegó a dominar el Partido Demócrata en el Capitolio, ya se sabía de memoria las intrigas grandes y pequeñas de sus compañeros de ambos partidos. Aceptó el triunfo de Trump y desde el primer momento dejó bien claro que odiaba sus formas. Había criticado con dureza al presidente Bush por la guerra de Irak, pero evitó que los deseos de su grupo de proponer un impeachment por mentir sobre las armas de destrucción masiva y el control de las conversaciones telefónicas se convirtiera en realidad.
El 6 de enero de 2020, de regreso a su violentado despacho, Pelosi se convirtió en la presidenta de facto de los Estados Unidos cuando llamó al general Mark Miller, jefe del estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, para pedirle que le quitara al todavía presidente la capacidad de controlar el botón nuclear.
También exigió al vicepresidente Mike Pence que derrocara a través de la 25ª Enmienda a Donald Trump bajo la amenaza de poner en marcha el impeachment del Congreso contra el doblemente derrotado presidente.
Ya no había guantes y sonrisas de seda. Sólo dos manos de hierro cerradas sobre la garganta del hombre que la había humillado en público. 2. Un martillo para Wall Street Al igual que la reina del Capitolio, Elizabeth Warren se casó a los 19 años y entró a competir políticamente con los 40 bien cumplidos. Si Pelosi es suave en el trato, Warren es como un martillo.
Por esa razón y por sus constantes denuncias hacia el sistema financiero norteamericano, que había propiciado en 2007 la gigantesca crisis de las hipotecas basura, la revista Time la llamó “el nuevo sheriff de Wall Street”, un apodo que han recibido más pronto que tarde todos los políticos que se han enfrentado al núcleo de poder del sistema financiero pidiendo más regulación y control de las entidades bancarias.
Senadora por Massachusetts, el mismo distrito que mantuvo como representante a Ted Kennedy durante 47 años, es experta en Derecho Mercantil y profesora en algunas de las mejores universidades de los Estados Unidos.
Situada en el ala izquierda del Partido Demócrata desde 1996, no le gusta que le recuerden que antes estuvo cinco años en el Partido Republicano. Cambiar es de sabios, sobre todo cuando la ambición te lleva a pelear por el sillón del Despacho Oval de la Casa Blanca.
Anunció su candidatura presidencial en febrero de 2019 y trece meses más tarde se retiró de la carrera por falta de apoyos en las primarias demócratas. Derrotada Hillary Clinton, y con Trump como dueño del ansiado sillón, Elizabeth no dudó en situar al presidente en el centro de su diana parlamentaria y pública. Posición que llevó al lenguaraz dueño del imperio Trump a devolver en Twitter cada ataque con descalificaciones personales sobre su supuesta genealogía familiar, que él caricaturizó llamándola Pocahontas, que para la tribu de los powhatan significa niña traviesa.
Ni niña, ni traviesa. Warren se ha conformado con su puesto en el Senado, pero es difícil que olvide su gran sueño: ser presidenta. Con 71 años, dentro de cuatro aún será más joven que Joe Biden o Donald Trump cuando llegaron al poder.
No será ese el problema, al igual que no lo ha sido para Nancy Pelosi. Porque desde el día 20 de enero, el nuevo presidente empezará su propia cuenta de permanencia. ¿Querrá presentarse con 82 años? ¿Le apoyará su propio partido?
El futuro no está escrito, pero tanto Kamala Harris, desde la vicepresidencia, como Alexandria Ocasio-Cortez, desde su puesto de congresista, tienen el mismo sueño y la misma ambición. 3. La diosa hindú de la fortuna Su madre, Shyamala Gopalan, presume de dos cosas: de ser tamil y de estar considerada como toda una especialista en cáncer de mama. Su padre, Donald, presume de su origen jamaicano y de ejercer de profesor de Economía en Stanford.
Ella, Kamala Harris, de ser la primera mujer negra que llega a la vicepresidencia de Estados Unidos. También de haber sido fiscal general de California. Y, por supuesto, de haber recibido los mayores insultos de Donald Trump desde que en agosto de 2020 Joe Biden la eligiera como compañera de candidatura.
Harris ha logrado que la revista Vogue le dedique dos portadas, tan polémicas como ella misma desde que comenzó su carrera de fiscal (con fama de dura) en California. Creyó llegada su hora al inicio de la carrera presidencial de 2020. Resultados irregulares y una oferta de Biden en el mes de agosto la convencieron: mejor alcanzar la vicepresidencia y esperar otros cuatro años.
Un detalle curioso. La diosa hindú de la fortuna, que es lo que quiere decir su nombre, está escoltada por dos elefantes (el animal que Abraham Lincoln adoptó como emblema del Partido Republicano; Andrew Jackson, otro presidente, eligió el burro para los demócratas).
En 2004, cuando Harris tenía 40 años recién cumplidos, Nancy Pelosi se acercó a la prometedora fiscal de San Francisco para animarla a iniciar una carrera política. Harris esperó diez años, consiguió los apoyos necesarios entre las diversas minorías que pueblan California y en 2014 consiguió su escaño en el Senado. La flecha de Washington le señalaba la Casa Blanca como sucesora de Barack Obama.
El miedo de Trump hacia ella durante toda la campaña se demostró con los ataques que salían de su boca y de su cuenta de Twitter: “Extremista, indigna, fiscal rabiosa, monstruo, la más mala, horrible e irrespetuosa del Senado”. El presidente dejó a un lado a Biden y se centró en la segunda del binomio demócrata buscando una ruptura en su electorado.
Pero Harris tendrá que esperar cuatro años para intentar conquistar el número uno. Muchos creen que será antes, dada la frágil salud de Joe Biden. En el camino, y con sus 55 años cargados de experiencia, Harris quiere legalizar el cannabis, implantar una reforma fiscal progresiva, prohibir la venta de armas de asalto y reformar (de verdad) el sistema de salud.
Casi, casi lo mismo que defiende y proclama la que será, sin duda alguna, su gran rival dentro del Partido Demócrata, Alexandria Ocasio-Cortez. 4. El asteroide 23238 con nombre de mujer 23 días después de cumplir 29 años, Alexandria Ocasio-Cortez logró sentarse por primera vez en un escaño en el Capitolio en representación de la ciudad de Nueva York. Dejaba atrás su trabajo de camarera en un bar y una taquería de Manhattan, unos estudios universitarios cerrados con cum laude y una tesis que le valió para que la Unión Astronómica Internacional le pusiera su nombre a un pequeño asteroide, el 23238 Ocasio-Cortez.
Ocasio-Cortez ayudó a Bernie Sanders en su candidatura hasta que este cayó derrotado. Pero la experiencia le sirvió para recorrer Estados Unidos y hacer aún más fuerte su creencia en la necesidad de un cambio generacional en las direcciones políticas de los partidos y la Administración pública. Ocasio-Cortez lo dijo en público muchas veces, aunque Nancy Pelosi no le tomó la palabra: a sus ochenta años, se mantiene como presidenta del Congreso.
La más joven congresista en la historia de Estados Unidos no está sola en su lucha contra la casta que domina la política de su país. Es miembro del grupo The Squad (la brigada, en español) en el que militan individuos de orígenes distintos y religiones distintas, pero con un mismo objetivo: cambiar de forma radical el sistema. Desde la abolición de las armas a los derechos de los inquilinos, desde la apertura de fronteras a los emigrantes a la crítica directa y dura por las intervenciones bélicas o políticas en otros países, ya sean estos Irak o Venezuela.
Becaria en la oficina del senador Ted Kennedy durante sus estudios universitarios, Alexandria no quería a Nancy Pelosi en la presidencia del Congreso. A Ocasio-Cortez, todo lo que le recuerda a los tiempos de Bill Clinton le parece demasiado lejano. Junto a Ilhan Omar, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley defiende a ultranza que los cambios necesarios en el Partido Demócrata y en la política americana no los pueden hacer los que llevan “toda su vida” en el Congreso, el Senado o la Administración pública.
*** Raúl Heras es periodista.