La que les voy a contar es una historia increíble.
Érase una vez un profesor de Filosofía —Didier Lemaire, porque es importante decir su nombre— que, desde hace años, cumplía con su deber de centinela de la República en la ciudad de Trappes. Un día, ya no puede más.
Dice que cada mañana va al instituto con el miedo en el cuerpo. Confiesa que ha dejado de creer, que los incendiarios de mentes están a punto de ganar la partida. Confirma lo que ya sabemos desde el libro de Raphaëlle Bacqué y Ariane Chemin, La Communauté: que su ciudad, Trappes, no solo es el lugar de nacimiento del actor Jamel Debbouze y de su ejemplar historia de éxito —de unos trágicos inicios vitales a ser una estrella del cine y la tele—, sino también una de las comunas de Francia donde la influencia de los salafistas es más fuerte.
El profesor recuerda, de paso, un acontecimiento considerable, pero que nuestra memoria de pez casi había olvidado: el incendio, en octubre del año 2000, de la sinagoga; la chapuza de investigación; que cayese en el olvido; la confesión, 15 años después, pero ante la indiferencia general, de un cantante de rap que incriminaba a unos jóvenes que habían permitido que unos "islamistas de pandereta" les "lavasen el cerebro", los judíos de la ciudad, igual que sucede hoy con los musulmanes moderados, pasaron de puntillas sobre el asunto.
Lemaire también subraya algo que yo mismo pude constatar, hace un año, en las prisiones de la Rojava: que Trappes ha sido el lugar que ha proporcionado, tanto a Irak como a Siria, el mayor número de yihadistas franceses. Por decirlo con otras palabras, Didier Lemaire ha sido un buen avistador del fuego. Nos ruega que abramos los ojos antes y ante un desastre por el que después ya no se podrá llorar, el día en que, Dios no lo quiera, otro Samuel Paty sea el objetivo.
¿Y cómo se le ha respondido desde las instituciones y desde los mentideros de la opinión? Se le ha tratado de loco. De majadero. Han corrido ríos de tinta por la manera de articular su testimonio. Las nimias confusiones que se le perdonan a cualquier periodista, en su caso, se convierten en sospechas, en cargos contra su persona. Se burlan de su aspecto y de su peinado. Se cuestiona su equilibrio mental, se le psicoanaliza.
Su director habla de él como se suele hacer con el vecino anónimo que se ha radicalizado: era educado, siempre saludaba, nunca ha dado problemas, estaba implicado en la vida asociativa de su instituto. El alcalde, esa otra figura que debería estar ahí para escucharlo y defenderlo, prefiere hacerlo callar y defender "su" ciudad ante una pérfida Casandra a la que querría mandar al ostracismo, hacer desaparecer, invalidar, mancillar su reputación: señor alcalde, ¿acaso ignora, o finge ignorar, que él, Didier Lemaire, y no solo desde las elecciones municipales del año pasado, sino desde hace casi más de 20 años, sirve de verdad y con entrega a los niños perdidos de las barriadas?
En la ciudad hay islamistas, pero guardémonos de no meterlos a todos en el mismo saco y estigmatizar a las gentes de Trappes
El prefecto, Jean-Jacques Brot, cuya resistencia ante el islamismo se ha desdibujado desde hace tiempo en las aguas del clientelismo y que, en este asunto, solo tenía una cosa que hacer, es decir, proteger al profesor-coraje, también carga contra las "inexactitudes" de sus afirmaciones. Con toda irresponsabilidad, precisa que, por el momento, solamente lo protegen "patrullas policiales aleatorias"; y se lamenta de que "Trappes es un terreno difícil y delicado", que tanto él como sus efectivos "hacen encaje de bolillos" (me gustaría saber a qué se refiere con esa expresión en estas circunstancias), y que "el señor Lemaire", con su "apisonadora" de palabras "echa por tierra" todos sus esfuerzos.
Y, cómo no, una parte de los medios de comunicación, después de haberlo puesto por las nubes en su cuarto de hora de ritual warholiano, bajan a tierra y orquestan la terrible tonadilla, en dos tiempos y tres movimientos bien serenos, del cinismo y la renuncia.
1. "Nada que ver": sí, en Trappes hay problemas, pero estos no tienen nada, absolutamente nada que ver con el salafismo.
2. "Ojo, cuidado": sí, en la ciudad hay islamistas, pero guardémonos de no meterlos a todos en el mismo saco y estigmatizar a las gentes de Trappes.
¡Ojo con los "integristas del laicismo" que echan por tierra el hermoso encaje del comunitarismo a la francesa!
3. "No echemos más leña al fuego": la situación ya es bastante "explosiva", ¿es necesario caldear todavía más el ambiente? ¿Quién es el verdadero pirómano, quien prende el fuego o quien lo ve venir?
4. Hay que preservar "la convivencia": ¿incluso pagando el precio de la abdicación de la República? ¿Tratando con paños calientes a quienes, unos kilómetros más lejos, en Poissy, gritan que quieren matar a la poli? ¡Sí, incluso a ese precio! ¡Ojo con los "integristas del laicismo" que echan por tierra el hermoso encaje del comunitarismo a la francesa!
5. Por último, el argumento que se lleva la palma, el famoso "nada de escándalos" que ha servido como mantra a las autoridades que no quisieron ver venir el martirio de Samuel Paty: nada de escándalos, no; lo mejor es hablar lo menos posible sobre lo que se oye y se presiente en el ambiente; la eterna política de esconder la cabeza como las avestruces ante los decolonialistas, los islamistas más o menos radicales y otros islamoizquierdistas con la manida técnica de los pequeños acuerdos silenciosos.
No conozco a Didier Lemaire. Pero frente a esta alianza obscena del "nada de escándalos", del "seamos razonables", del "no echemos más leña al fuego", de "ay, la convivencia" y la increíble ceguera, frente a la coalición de la mezquindad y la cobardía que vemos organizarse contra él, que requiere un sistema nervioso de acero para vencerla o ignorarla, desde aquí quiero expresarle mi solidaridad como filósofo y como ciudadano.