Fue Trump quien lo soñó. Pero es Biden quien lo ha materializado. Los historiadores aún se preguntan qué ha podido empujar al 46º presidente de Estados Unidos a cometer semejante acto de traición.

¿Ha sido por la ingenuidad de un político que no tiene sentido ni histórico ni trágico y que ha creído en la palabra de los talibanes, que dijeron en Doha que tenían intenciones pacíficas?

¿Ha sido el cinismo de un presidente que ya está pensando en su reelección y en ganarse el favor de los red-neck, los blue-collar workers y otros colectivos deplorables que, en Kansas u Ohio, están cansados de las supuestas “guerras interminables”?

¿Es el péndulo que vuelve y que siempre está entre las cuatro grandes tendencias que caracterizó Walter Russell Mead en su célebre clasificación casi tan conocida para la diplomacia estadounidense como la de René Rémond para la derecha francesa?

Unas veces, el wilsonismo y su mesianismo democrático; otras, el jeffersonismo y su aislacionismo de línea dura; a veces, el jacksonismo y su decisión de devolver cada golpe, pero solo cuando han atacado el corazón de los intereses del país, u otras, como en este caso, el hamiltonismo, que recibe este nombre por el primer secretario del Tesoro estadounidense que teorizó, a finales del siglo XVIII, que los únicos intereses vitales de Estados Unidos son los del comercio amable...

O, por el contrario, ¿se trata de una nueva tendencia, inaugurada por Barack Obama, cuando permitió, en Siria, que no se respetara la línea roja que él mismo dijo que se habría cruzado si Al-Assad recurría a las armas químicas; tendencia abrazada por Donald Trump cuando sacrificó a sus aliados kurdos en Irak y luego en Siria, y que ha culminado con esta desbandada en Afganistán, esta retirada a campo abierto y ante la mirada de todo el mundo?

Reuters

Mientras escribo estas líneas, las escenas de caos del aeropuerto de Kabul se parecen a las de Saigón en 1975.

Dicho de otro modo, ¿acaso esta situación confirma la hipótesis que formulé en El Imperio y los cinco reyes: adiós a la gran potencia; se ha roto el bello hilo virgiliano que hizo de la invención de América una nueva Eneida cuyo desafío ya no era volver a erigir Troya en Roma, o Roma en Europa, sino reinventar Europa y hacerla mejor?

Y, de ahora en adelante, ¿acaso es cierto que el país va hacia un nuevo orden precolombino en el que el viejo imperio, a fuerza de retroceder, cederá totalmente su poder a los neootomanos, a los grandes persas y a los grandes rusos, al imperialismo chino o, como aquí, a los partidarios de la umma?

Es demasiado pronto para decirlo. Y, sin duda alguna, cada una de estas explicaciones tiene su parte de verdad. Pero ha llegado el momento de hacer balance. Y el balance es terrible.

1. Los lobos han entrado en las ciudades. Dan caza a los republicanos. Han vuelto a meter a las mujeres en sus prisiones de tela; infinitas mujeres que le habían cogido el gusto a la igualdad. Se proclama la sharía. Las listas de proscritos se cuelgan a la entrada de los distritos, como para anunciarlos a bombo y platillo.

Las escenas de lapidaciones filmadas durante los últimos meses en las aldeas remotas del país ahora las veremos en el corazón de Herat, Kandahar, Mazar-e Sharif, Kabul; ciudades de elevada civilización donde el pueblo de los caballeros había abrazado el sueño democrático.

Reuters

La agonía de un pueblo. El triunfo de una barbarie que aplastamos sin dificultad hace veinte años y cuyas legiones de soldados de segunda montados en motocicleta no son más temibles hoy que entonces. Peor que un crimen, una falta. Y, mejor que un error, una mácula en el mandato de Joe Biden, pero, más allá de en su Gobierno, en la conciencia contemporánea.

2. La palabra de Estados Unidos, ya desacreditada por el abandono de los kurdos, de golpe y porrazo, deja de tener valor. Pensemos en un ucraniano. En un armenio. Por supuesto, en un taiwanés o un coreano. Por no hablar de un báltico, un polaco, un checo, en fin, un europeo que ha vivido, desde la generación de sus padres, con la convicción de que los antiguos tratados los protegían.

¿Ahora, qué pensarán de este Saigón autoinfligido? ¿De este suicidio geopolítico? ¿Cómo no pensar en la traición y la masacre de los aliados púnicos de Cartago que nos relató Flaubert? Y, ante esta debacle de una diplomacia que, a pocos días del aniversario del 11 de septiembre, ha tomado la inexplicable decisión de permitir la creación de un nido de víboras para Al Qaeda y sus afines, ante este abandono, en vivo y en directo, de un pueblo que, como los kurdos, era un baluarte contra el islamismo.

¿Cómo no plantearse que, si a un Putin, a un Erdogan o a un Xi Jinping se les ocurriese llenar una pequeña parte del vacío creado por la retirada estadounidense, por pequeña que fuera, no habría nadie que se opusiera? Vértigo. Anschluss afgano. Múnich en todos los frentes. Es aterrador.

3. Queda el Panshir. Queda un joven, Ahmad Masud, hijo del legendario comandante Masud, que consiguió, tras la toma de Kabul, escapar de los asesinos que le pisaban los talones, y se ha refugiado en su bastión del Panshir.

El lunes 16 de agosto, me escribió: “Estamos viviendo la situación que vivió Europa en 1940. La debacle es total. El espíritu de colaboración se ve en todas partes. Pero, a pesar de los reveses e incluso de la catástrofe, no lo hemos perdido todo y tengo la intención, con mis muyahidines, de retomar la lucha”.

Son las palabras de los republicanos españoles de 1936. Las palabras del presidente Benes en 1939 y, en 1992, en Sarajevo, de Alija Izetbegovic. Son, casi palabra por palabra, como el discurso del general De Gaulle a los abatidos franceses de junio de 1940, instándoles a seguir adelante con la lucha. Con la salvedad de que los afganos, dice Masud, han sido traicionados. Los han entregado. Pero no han sido derrotados. Porque, de hecho, ¡ni siquiera han presentado batalla!

Conozco a este joven. Al igual que a su padre, lo filmé durante mucho tiempo en esas montañas donde, durante un año, se había preparado para lo peor. Confío en él. Y la Francia del presidente Macron, que lo recibió en el Palacio del Elíseo el pasado 26 de marzo, tiene un gran papel que desempeñar en este nuevo Gran Juego del que será una pieza clave. O eso espero.

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