Afganos en París pidiendo apoyo internacional.

Afganos en París pidiendo apoyo internacional. Efe

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Por qué nos empeñamos en no ver a los 'nuevos' talibanes como una banda de asesinos

Los talibanes siguen siendo asesinos despiadados que han aprendido de Al Qaeda cuando la organización terrorista lideraba el terror internacional. 

23 agosto, 2021 02:17

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“No huyáis, somos vuestros amigos”. Estas eran las palabras que repetían los alienígenas de la película Mars Attacks! mientras lanzaban rayos destructores a todo lo que se les cruzaba por delante en su invasión del planeta Tierra. Este, más o menos, era el mensaje de Sirajudin Haqqani en su extenso editorial publicado por el New York Times el 20 de febrero de 2020. Las conversaciones de Doha, lideradas por el mulá Abdul Ghani Baradar, llevaban ya dieciocho meses en pie, con sus idas y venidas. Haqqani, bajo el sugerente título de “Lo que nosotros, los talibanes, queremos”, nos explicaba que el futuro de Afganistán pasaba por la negociación de todos, la integración de las distintas facciones y la paz. Escucharse y entenderse.

Haqqani era presentado por el New York Times como el líder adjunto de los talibanes, aunque a mucha distancia de Baradar, cofundador de la milicia talibán allá por 1993-94. No se mencionaba, en ese tono dialogante y de optimismo, que Sirajudin era uno de los jefes de la 'red Haqqani', una de las milicias más sanguinarias de Afganistán. Que sus bombas y sus atentados masivos habían matado a miles de afganos: hombres, mujeres y niños. Que los estaban matando, de hecho, en el mismo momento en el que Sirajudin escribía esas líneas para tranquilizar a la opinión pública estadounidense.

'La red Haqqani' tiene una historia detrás que merece la pena contarse. Todo parte del padre, Jalaludin Haqqani, un muyahidín de primera hornada, de los que se enfrentó durante años a los soviéticos, fue financiado por la CIA en tiempos de Ronald Reagan, y luego extendió vínculos con el yihadismo local e internacional hasta hacerse íntimo amigo de Osama Bin Laden. Los Haqqani se llaman a sí mismos talibanes porque es el nombre genérico, pero son “señores de la guerra” que han abrazado el fanatismo religioso y el totalitarismo.

A la muerte de Jalaludin, en 2018, sus hijos ya estaban bien colocados: Sirajudin pronto se convirtió en el principal apoyo de Baradar, mientras su hermano Anas -encarcelado y sentenciado a muerte con solo veinte años para después ser liberado de un intercambio de prisioneros- se había instalado en Doha, protegido entre el grupo de líderes talibanes acogidos por el emir.

Cuando 'la seguridad' implica 'el terror'

Anas Haqqani, que aún no ha cumplido los treinta, es el encargado ahora mismo de llevar las negociaciones con Hamid Karzai, el presidente electo de Afganistán de 2004 a 2014. Su hermano mayor, Sirajudin, pinta a número dos del posible nuevo gobierno. Ellos representan, de alguna manera, la cara amable del movimiento talibán, la más ligada a Catar, la que encandiló a Mike Pompeo, por entonces secretario de Estado bajo la administración Trump, cuando dio el visto bueno a los 'acuerdos de Doha'. Pompeo, exdirector de la CIA, tenía que conocer bien a esa gente, con la que se reunió incluso en noviembre, días antes de la derrota de Trump en las elecciones. Nada cambió después, por otro lado.

El trabajo sucio se lo dejan a su tío Khalil, de 58 años. Considerado uno de los terroristas más violentos del mundo, Khalil Haqqani se pasea a sus anchas por Kabul desde hace una semana, un presagio de lo que puede estar por venir. El discurso de Haqqani, un asesino con todas las letras, está siendo de momento de lo más moderado. Su prioridad, afirma, es “la seguridad”, un eufemismo para imponer el terror en las calles en cuanto se perciba la más mínima hostilidad.

Estos años de manejo de las relaciones públicas internacionales han hecho a estas cabezas visibles más prudentes. Nos conocen. Nada más acabar una interlocución en la principal mezquita de Kabul, se preocupó de localizar al fotógrafo del New York Times y asegurarle de que “la prensa, con nosotros, está segura, no hay nada que temer”.

Dos talibanes haciendo guardia delante del Ministerio del Interior en Kabul.

Dos talibanes haciendo guardia delante del Ministerio del Interior en Kabul. Reuters

Esto fue horas después de que se conociera el tiroteo contra al menos dos de los familiares de un colaborador afgano del periódico alemán Deutsche Welle. Sabemos que fuera de Kabul, las matanzas han sido una constante y que todos aquellos que han colaborado con las fuerzas internacionales -que no son difíciles de identificar en un escenario post-bélico- están siendo víctimas de amenazas cuando no directamente represalias. Puede que el Times, como en su momento la CNN, estén seguros. Pero no les va a durar mucho.

Los peligros de la “doctrina Borrell”

Cuando las fuerzas talibanas entraron en Kabul fueron bastantes los que hablaron de negociar. Ellos, los primeros. El portavoz de las milicias, Zabihullah Mujahid, anunció una amnistía para cualquiera que hubiera colaborado con las fuerzas de ocupación. Nadie en Afganistán le creyó, pero fuera, sí. Las palabras de Josep Borrell, el alto representante de la Unión Europea, reconociendo la derrota y ofreciendo algo parecido a un diálogo, fueron duras de escuchar. Nadie las ha desmentido como tales, probablemente porque las grandes potencias occidentales están aún intentando no azuzar mucho el avispero para poder seguir sacando gente de ahí.

Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, fue algo más dura pero no demasiado: no habrá reconocimiento hasta que no haya aceptación de los derechos humanos. Algo que, por otro lado, todos sabemos que no sucederá jamás. Incluso la OTAN salió con el mismo adagio, pidiendo un imposible en vez de anunciar desde el inicio la beligerancia. Como ya sabemos, China y Rusia parecen deseosos de mantener relaciones con los talibanes. Entienden que ahí puede haber una pieza clave en oriente medio que les interesa cuando menos tutelar.

Ahora bien, volvemos a lo de siempre: ¿Es posible “tutelar” o “controlar” a un grupo de terroristas fanáticos? En su momento, no lo consiguió ni Arabia Saudí y solo, muy parcialmente, Pakistán. Cuando se jugó el futuro del país, es decir, cuando Estados Unidos exigió la entrega de Osama Bin Laden, los líderes talibanes desoyeron todas las peticiones más o menos sinceras de Pervez Musharraf, a su vez aliado estrecho de los estadounidenses. ¿Hay de verdad motivos para pensar en que la situación ha cambiado tanto en veinte años?

El miedo como motor de la confianza

Cuando uno coloca a tres Haqqani a manejar una transición es que no tiene ninguna intención de que esa transición sea tal. No va a haber negociaciones ni cesiones ni nada parecido. Es cierto que dentro del movimiento talibán hay algo parecido a una escisión no ya teórica sino práctica: unos vivían en Doha a todo trapo y otros se jugaban la vida en el desierto. No puedes esperar lo mismo de ambos. Puede que los primeros -los sobrinos Haqqani, incluso Baradar- hayan aprendido que conviene llevarse bien con los demás si quieres mantenerte más tiempo en el poder. Otra cosa son los segundos.

Es muy difícil que, tras veinte años de guerra y miles de muertos por el camino, pidas calma a un ejército ganador. Uno no se hace talibán por casualidad. Ser talibán, ser 'estudiante de la fe' consiste en aplicar la 'sharía' en su absoluta literalidad. Uno puede ser islamista en numerosos grados antes de convertirse en talibán. Cuando además te pasas años luchando y viendo a tus compañeros morir por esa lucha en favor de tu interpretación del islam, ¿a qué viene estar hablando de negociaciones y de transiciones pacíficas? ¿No es un contrasentido, sin más?

Los afganos entregan a sus niños a los soldados de EEUU para que los pongan a salvo en un vuelo.

Los afganos entregan a sus niños a los soldados de EEUU para que los pongan a salvo en un vuelo. Reuters

Hay veces, escuchando a determinados líderes occidentales, que pareciera que estamos ante la facción más conservadora de un partido radical. Algo así como una panda de Orbans enfurecidos. No es eso. Nunca podrá ser eso. Los talibanes son asesinos despiadados. Han huido de la lógica por decisión propia. Conocen el discurso, algo que no sucedía en los noventa, pero no pueden tener ningún interés en aplicarlo, sus propias milicias se lo echarían en cara. ¿Qué régimen pone la seguridad en manos de Khalil Haqqani y luego habla de moderación?

Aunque los discursos de los líderes venidos de Doha fueran sinceros, cosa que tenemos motivos para poner en cuarentena, les va a ser imposible controlar a sus soldados. Eso no es un ejército. Eso no es un estado. Es casi imposible imponer un gobierno más allá del poder del terror ciudad por ciudad, pueblo por pueblo. Aquí no hay halcones y palomas. Aquí hay terroristas, aquí hay gente que ha aprendido de Al Qaeda cuando Al Qaeda lideraba el terror internacional. ¿Por qué queremos pensar que esto no es así y que podremos entendernos con ellos? ¿Por qué queremos pensar que han “cambiado"? Porque tenemos miedo, punto. Y porque necesitamos ganar tiempo. Como dice la canción, jugar a que ellos crean que les creemos, y, así, evitar a corto plazo una tragedia aún mayor.