El orgullo herido de Macron azuza el tradicional antiamericanismo francés
Azuzar los odios ancestrales para disimular lo que es en realidad una debacle diplomática es una estrategia demasiado barata. Pero funciona.
23 septiembre, 2021 02:50Noticias relacionadas
Con sus idas y venidas, Charles de Gaulle vivió cuatro años en Londres durante la II Guerra Mundial, lo que le permitió desarrollar un conocimiento del inglés bastante extenso.
Sin embargo, cuando se reunía con altos mandatarios angloparlantes, no utilizaba nunca ese idioma común con su interlocutor. Utilizaba el francés. Era su manera de marcar distancias y de jugar con cierta ventaja: De Gaulle entendía perfectamente lo que el otro le decía. El otro, en cambio, tenía que esperar a que el traductor terminara.
Uno de los mayores empeños de la Francia de postguerra fue afirmar su identidad ante las invasiones culturales anglosajonas, especialmente estadounidenses. La caza de los anglicismos, la quema absurda de McDonald's, el rechazo a la globalización, la desconfianza absoluta hacia lo que ellos consideraban nuevos bárbaros pese a haberse dejado la vida en las playas de Normandía… han sido constantes desde 1945, año de la consolidación de Estados Unidos como gran y casi única potencia occidental.
Igual que basta con tener un mínimo conocimiento cinéfilo para darse cuenta de la admiración con la que la mayoría de los estadounidenses hablan de Francia y su cultura, lo contrario no se da apenas.
El intelectual francés, el ciudadano medio francés, el político francés ha sido siempre beligerante con Estados Unidos y sus aires de grandeza, como si grandeur, en rigor, solo pudiera haber una.
De vez en cuando, este antiamericanismo explota. Por ejemplo, en 2003, con la invasión de Iraq, a la que Jacques Chirac se opuso radicalmente. Por ejemplo, en 2021, con la firma del tratado de defensa AUKUS, ingenioso acrónimo para la unión entre Australia, United Kingdom (Reino Unido) y USA (EEUU).
¿Por qué lo llaman política cuando quieren decir euros?
De por sí, ese tratado no cambia nada. En la Unión Europea no saben muy bien cómo decirlo para no ofender a nadie, pero si estos tres países quieren hacer la pantomima de defender a Taiwán y oponer resistencia a un presunto dominio de China en el Pacífico sur, eso que se ahorran los europeos.
Por mucho que se rasguen vestiduras, lo que está en juego aquí no son ni las alianzas ni la confianza en los socios. Lo que está aquí en juego es cómo explicarles a tus ciudadanos que el llamado "contrato del siglo" por el que Francia iba a vender a Australia submarinos por valor de 30.000 millones de euros se ha ido a la basura. Y, sobre todo, como explicárselo a los trabajadores de France Naval, dependiente del ejército francés, que contaban con la adjudicación para evitar recortes.
Ahí está el quid de la cuestión: a las pocas horas de conocerse el acuerdo, Emmanuel Macron llamó a consultas a sus embajadores en Washington y Camberra. Era la primera vez que esto sucedía en la historia de la diplomacia francesa.
La sobrerreacción suele ser un síntoma de debilidad, indica que algo no se pudo hacer de la manera más fácil y que, por lo tanto, hay que retorcerlo todo en la exageración. Macron sabe que la economía de su país ha sufrido un duro golpe y no se lo esperaba.
Es normal que esté molesto. No es normal que hable de "puñaladas por la espalda" en lo que es un movimiento más del mercado. Algo había en la oferta anglosajona que resultaba más atractiva.
Ahora bien, ¿cómo explicar eso a tu propio electorado a nueve meses de las elecciones presidenciales? Macron comparte con De Gaulle muchas cosas y una de ellas es la imagen de hombre hecho a sí mismo.
Macron pretende ser duro incluso cuando no puede serlo -quiso ser pionero en la legislación contra los antivacunas y los tribunales le tumbaron medio decreto- y desde luego sabe, como el viejo general, agitar el trapo nacionalista cuando hace falta.
No es algo exclusivo de estos dos presidentes: no cabe duda de que Chirac, Mitterrand o Sarkozy habrían hecho algo parecido. No estoy tan seguro en el caso de François Hollande. Lo curioso es que, para justificar el fracaso de una negociación con Australia, se apele a la traición… estadounidense. Es un poco tramposo, pero Macron sabe que ahí juega sobre seguro.
Antiamericanismo sin fronteras
El orgullo herido del presidente de la República Francesa está llevando las cosas a un extremo diplomáticamente arriesgado.
Cabe preguntarse si otro presidente estadounidense -y a todos se nos viene a la cabeza el mismo nombre- habría soportado tan fácilmente este aluvión de epítetos.
Joe Biden, que al fin y al cabo es el que se ha quedado con el contrato y con los millones, ha preferido reaccionar con una mano izquierda admirable si se tiene en cuenta que ni él ni su país habían firmado ningún acuerdo con Francia, como sí lo había hecho Australia.
De hecho, el presidente estadounidense y el francés hablaron este miércoles a petición de la Casa Blanca, y no es de descartar que toda esta sobreactuación le valga a Macron algún tipo de compensación económica a determinar en qué forma.
Francia salió huyendo hace tiempo de Asia Pacífico y quizá por eso se sorprenda de que otros muestren interés por la zona. Macron podría pasarse el día acusando a los australianos de no respetar su palabra, pero, ¿quién compraría ese discurso en clave interna? ¿Cuántos votos da comparar a Scott Morrison con el diablo?
Desde luego, no tantos como comparar a Joe Biden con Donald Trump y hablar una vez más de unilateralismo. Tarde o temprano, Europa y sus distintos estados tendrán que entender que Estados Unidos no es ya una provincia suya sino un imperio que mira por sus intereses. Y que, efectivamente, lo hará gobierne quien gobierne.
Azuzar los odios ancestrales para disimular lo que es en realidad una debacle diplomática -¿cómo es posible que nadie lo viera venir?, ¿cómo es posible que, si alguien advirtió de la doble negociación, no se hiciera nada al respecto?- es una estrategia demasiado barata.
Ahora bien, funciona. Siempre funciona. Está medio mundo hablando de la "traición" y no de la torpeza. Al fin y al cabo, el antiamericanismo no acaba en Francia… y la puerilidad, tampoco.