Tras la tensa reunión por videoconferencia del pasado martes entre los presidentes Joe Biden y Vladimir Putin, el consejero de Seguridad Nacional de EEUU, Jake Sullivan salió ante los medios para declarar: "Si Putin quiere ver cómo el gas fluye por su país, igual no le conviene arriesgarse a invadir Ucrania", en referencia al gasoducto Nord Stream 2, aún en construcción y que debería unir próximamente Rusia con Alemania.
Ya se sabe que buena parte de la riqueza rusa parte de sus recursos naturales y, en concreto, del negocio del gas. A continuación, Sullivan enfatizaba: "Estamos dispuestos a hacer ahora cosas que no pudimos hacer en 2014".
Sorprende, desde hace semanas, no ya la sospecha o la acusación velada sino el convencimiento filtrado por parte de la inteligencia estadounidense de que Rusia va a invadir Ucrania.
En nuestros días, afortunadamente, la propia palabra invasión chirría ya de por sí, pero mucho más cuando se trata de un país de cuarenta y cinco millones de habitantes, una vastísima extensión, forma parte de Europa y es un aliado estratégico de la OTAN y la Unión Europea.
Especialmente, en una zona que, como hemos visto recientemente con los problemas fronterizos entre Bielorrusia y Polonia, va camino de convertirse en un polvorín.
Por supuesto, no hace tanto que hemos visto incursiones rusas en territorio ucraniano ante la —como mencionaba el propio Sullivan— complacencia de la comunidad internacional, pero el amago de guerra de Crimea —que más bien fue un paseo ruso— estuvo bien argumentado y bien vendido: era difícil no ver a la Península de Crimea como un territorio históricamente ruso y, en principio, la petición había partido desde dentro: frente a un Gobierno de Viktor Yanukovich que hacía aguas por todos lados, las manifestaciones de febrero de 2014 en Sebastopol y otras ciudades vecinas sirvieron de perfecta excusa para que Putin reivindicara la independencia de la región como paso previo a su anexión por las bravas.
Una escala hasta ahora desconocida
Ahora bien, según el conteo oficial, aquel enfrentamiento que suponía un ataque a la soberanía de Ucrania y aun así se dejó estar, apenas dejó dos soldados y tres civiles muertos.
Son cifras extrañamente bajas, pero que hablan a las claras de lo que fue aquello: Putin movilizó a los agentes internos y luego mandó a unas treinta mil tropas que hicieron lo que quisieron, sin que nadie saliera a su camino salvo por algunas divisiones de tártaros autóctonos, hartos de que los demás países jugaran al Risk con ellos.
Lo de ahora —de producirse, según la inteligencia estadounidense, el ataque está previsto para los primeros meses de 2022— es, en apariencia, distinto. Aquí no hay una vieja cuenta pendiente que se quiera solucionar de forma quirúrgica.
Aquí hay noventa mil tropas rusas en la frontera este de Ucrania dispuestas a entrar en cualquier momento. Estados Unidos calcula que pueden juntarse hasta ciento setenta y cinco mil —contando con una posible ayuda bielorrusa— antes de empezar el ataque. Ahora bien, ¿qué ataque? ¿De qué hablamos cuando hablamos de invasión?
En principio, no se trataría de una invasión total del país con la consecuente anulación de su soberanía nacional, es decir, el objetivo no es llegar a Kiev, destituir a Volodímir Zelenski y anexionarse el país, menos aún en el 30º aniversario de la firma del Tratado de Belavezha, que supuso la disolución de la Unión Soviética y fijó los criterios de unión comercial y política de las distintas repúblicas, basados en el respeto a la integridad territorial de todas y cada una de ellas.
Aunque es imposible saber qué tiene Putin en mente, los expertos barajan distintas hipótesis: una incursión en Ucrania Oriental suficientemente larga como para que Kiev acepte una especie de protectorado político ruso —a la manera, precisamente, de Bielorrusia— o la conquista de determinados territorios concretos, con el riesgo que eso supone al intentar establecer un dominio militar sobre una población civil.
El imperialismo ruso y la excusa de la OTAN
En cualquier caso, la pregunta que se hace cualquier europeo occidental, acostumbrado a sus ya setenta y cinco años de paz interior, es: "¿Por qué invadir otro país y por qué invadirlo ahora?". Aparte de esta otra: "¿Qué consecuencias tendrá para el equilibrio geopolítico de fuerzas?".
Vamos a intentar explicar la primera parte: obviamente, hay una tendencia imperialista en Rusia que viene de muy lejos. Rusia siempre va a reclamar su espacio vital y su papel de referente de todas las comunidades eslavas. Es algo que va casi con su naturaleza desde los tiempos de los zares y Ucrania ha sido una extensión de su imperio durante demasiadas ocasiones.
En ese sentido, Rusia puede tolerar que haya un país que se llame Ucrania y tenga sus símbolos propios… pero lleva peor que ese país tome sus propias decisiones y que esas decisiones puedan no coincidir con los intereses del hermano mayor. En este caso que nos ocupa, la excusa parece ser el coqueteo constante entre Ucrania y la OTAN.
Rusia no quiere tener a Estados Unidos en su frontera bajo ningún concepto. Si tolera la excentricidad báltica es porque Letonia, Lituania y Estonia siempre han tenido un estatus distinto de relación con Rusia… y porque sabe que son países pequeños y fácilmente aislables con solo cerrar el corredor Suwalki que une Bielorrusia con la ciudad rusa de Kaliningrado a través de territorio polaco.
Ucrania sería otra cosa… y por mucho que ambas partes nieguen una unión inmediata, es cierto que, para el gobierno de Zelenski, contar con la ayuda de aliados tan poderosos en su continuo enfrentamiento con Putin sería importantísimo. Una acción militar rápida y contundente dejaría a Kiev sin ganas de más aventuras.
A su vez, el intento de defender a Ucrania por parte de la OTAN justificaría a su vez el ataque y aumentaría, probablemente, su virulencia. Ucrania ha recibido durante estos años la ayuda de la Unión Europea y de las fuerzas occidentales, pero una cosa es vender armas y otra es colocar tus propias tropas para defender una frontera ajena.
Aprovechando la debilidad de Biden
Lo que nos lleva a la última pregunta: "¿Qué consecuencias tendría una invasión rusa de territorio ucraniano?" Me temo que depende por completo de las ganas de luchar que tenga Ucrania. Pese a que la situación no es la misma que en 2014, el ejército ruso sigue siendo mucho más poderoso que el de su vecino.
Ofrecer resistencia parece un deber, pero a su vez puede ser un deber que se traduzca en mucho más que unos cuantos muertos casi accidentales. No hay posibilidad de que el ejército actual repela una agresión rusa, como mucho puede incordiarla y complicar mucho la estancia de las tropas rusas en territorio ajeno mientras se soluciona el conflicto… aunque también es cierto que, igual que pasó en Crimea, determinadas zonas del este de Ucrania se consideran más afines a la madre Rusia que al gobierno de Kiev.
¿Podría actuar la OTAN o Estados Unidos de manera individual? Esto sí que es totalmente descartable. Biden puede poner todos los gestos de seriedad que quiera, pero tiene las manos atadas: no va a entrar en guerra con una potencia nuclear por un territorio que ni siquiera es aliado formal.
Todo quedará en sanciones económicas y rasgaduras de vestiduras, pero poco más. Aparte, hay que recordar que Estados Unidos no está viviendo su mejor momento en términos de policía mundial: los desastres de Irak y Afganistán están demasiado recientes… y tanto China como Rusia parecen estar ahora mismo un paso por delante en términos de presión diplomática.
Exactamente, lo mismo que se está viviendo entre Rusia y Ucrania puede vivirse en cualquier momento entre la República Popular China y Taiwán.
En ese sentido, asolado por dos años ya de pandemia y dividido políticamente en dos, Estados Unidos puede avisar todo lo que quiera, pero poco puede actuar. Biden es un líder débil y tanto Putin como Xi lo saben. Están actuando en consecuencia y presionando en sus zonas de influencia para así ampliarlas.
Hablamos de potencias militares de altísimo nivel a las que es difícil disuadir de que no utilicen la fuerza cuando ya se han decidido a ello. Aquí, las opciones son: ceder y ofrecer algo a cambio, como se hace ante el matón de clase… o, al contrario, esperar a que actúen y luego amenazar con medidas económicas. Lo segundo parece, ahora mismo, lo más probable.
Recientemente, el presidente Zelenski aseguraba haber parado un golpe de estado preparado desde Rusia para el 1 o el 2 de diciembre. Quizá, después de todo, Kiev sí se convierta en una nueva Crimea: una supuesta divergencia interna, un gobierno derrocado por las fuerzas opositoras, un clima de inseguridad y zozobra… y ciento setenta y cinco mil militares rusos dispuestos a ayudar a establecer un nuevo gobierno de concordia. Todo muy soviético, si se piensa, pero, al fin y al cabo, ¿dónde aprendió Putin todo lo que sabe?