Aun a riesgo de elevar la anécdota a categoría, había algo de hombre superado en el Joe Biden que el pasado lunes farfullaba entre dientes aquello de "estúpido hijo de puta" dirigido al periodista de la FOX, Peter Doocy. Micrófonos abiertos aparte, un comentario de ese tipo denota una enorme crispación: Biden, que llegó al cargo hace poco más de un año con la vocación de ser "un gran presidente" en clave interna y recuperar el "alma" de los Estados Unidos después de cuatro años de administración Trump, se encuentra ahora mismo con unos índices de aprobación paupérrimos, un país cada vez más dividido en dos… y una situación mundial que exige de él más, quizá, de lo que puede dar.
Si Trump ya se había desentendido de su papel de gendarme mundial -siempre quiso sacar a Estados Unidos de Oriente Medio y se desligó diplomáticamente de sus aliados europeos de la OTAN-, Biden ha hecho poco por recuperar ese estatus. Estados Unidos se encuentra en plena terapia de psicoanálisis sobre qué es y qué debería ser. Eso deja poco tiempo (y dinero) para mantener tropas en Afganistán y pelearse a la vez con China, Irán y Rusia, los tradicionales tres enemigos de América en tiempos recientes.
También es probable que Biden, quien se recorrió medio mundo como vicepresidente de Obama, no se imaginara del todo que la cosa iba a estar tan mal: que China iba a amenazar continuamente con invadir Taiwán, que Rusia iba a colocar tropas en la frontera con Ucrania o que los talibanes iban a tomar todo el país en dos semanas.
Son demasiados frentes para un hombre con vocación de no hacer nada. Antes que Trump, Biden fue el primero -ya en 2009, es decir, antes incluso de la captura de Osama Bin Laden- en defender abiertamente dentro de la Casa Blanca la necesidad de acabar con la ocupación militar de Afganistán e Irak. Biden, desde luego, ni es un "águila", ni nada parecido. Trump podía poner nerviosos a sus enemigos e intimidarlos de tanto sacar pecho, pero Biden no tiene el gatillo fácil en Twitter y su diplomacia abusa del perfil bajo y de la declaración pública esporádica y exagerada, como cuando llamó a Putin "asesino" para escándalo de los medios de propaganda rusos.
No es que le faltara razón a Biden, pero desde luego le faltó diplomacia. Es importante dar la sensación de que uno sabe lo que está haciendo y lo hace dentro de un contexto. Este tipo de posturas pasivo-agresivas son poco recomendables cuando tienes tantos agujeros que rellenar y no vas a llegar a todos con palabras sin hechos. En el tablero geopolítico mundial, si alguien huele sangre, va a degüello. En medio de la crisis con Rusia, la crisis con China y la crisis continua en oriente medio, algo ha debido oler Kim Jong-Un para unirse a la fiesta con un incremento inusual de sus pruebas armamentísticas, según ha denunciado esta misma semana Corea del Sur.
Corea del Norte: del "romance" con Trump al desdén de Biden
Desde el 5 de enero, Corea del Norte ha lanzado el mismo número de misiles -seis- que en todo 2021. ¿Qué pretende Kim Jong-Un elevando el tono en un momento tan delicado? Puede que parte de la clave sea interna, es decir, una demostración de fuerza para agrado de los sectores más militaristas del régimen norcoreano. También puede ser una señal para Corea del Sur, un recuerdo de que ahí sigue el problema y aún no se ha resuelto. Sería extraño en un momento en el que las dos Coreas viven una cierta tregua, de ahí los continuos esfuerzos del presidente Moon-Jae por reavivar conversaciones y renegociar tratados.
Ahora bien, otra cosa es la relación con Estados Unidos, que nadie sabe muy bien en qué términos está. Recordemos que Trump se pasó dos años de su mandato llamando gordo a Kim Jong-Un por Twitter hasta que de repente descubrió que era un tipo fantástico y que quería conocerlo y se convirtió en el primer presidente estadounidense en pisar Corea del Norte, aunque fueran unos pequeños pasos más allá de la zona desmilitarizada. Aquel entusiasmo remitió cuando se chocó con la realidad: ni Corea del Norte iba a dar un solo paso atrás en su escalada nuclear ni Estados Unidos podía ser suficientemente disuasorio sin poner en riesgo su propia seguridad.
Aunque la administración Biden ha insistido en que Kim vuelva a las mesas de negociaciones, en realidad los avances en este último año han sido nulos. De hecho, no es improbable que, en este escenario de continuo conflicto, el dictador norcoreano sienta incluso que le hacen de menos. Corea del Norte ha pasado a ser un problema menor para los Estados Unidos en su política exterior y aunque, por un lado, esa desidia le viene bien al régimen para hacer y deshacer a su gusto; por el otro, la relega a una posición en la que no se siente cómodo: Corea del Norte, un país empobrecido por sus propias políticas y las severas sanciones ajenas, necesita el conflicto como modo de distracción. Y si dos no se pelean cuando uno no quiere, quizá haya llegado el momento de llamar la atención de Biden por todos los modos posibles.
Los misiles intercontinentales como gran amenaza
Tal vez en esa clave haya que interpretar los últimos tests armamentísticos. Una mezcla, probablemente, entre el recordatorio y el tanteo. ¿Hasta dónde puede llegar Corea del Norte en este convulso orden mundial? Mientras las superpotencias se vigilan entre sí, Kim sueña con aumentar su arsenal nuclear y con volver a probar sus misiles intercontinentales. Sabe que la fortaleza militar es la que le hace un enemigo a respetar y no va a dudar en hacerse notar si es necesario.
Estos misiles intercontinentales son los que realmente preocupan a Estados Unidos, pues son una amenaza directa: Trump hizo mucho énfasis en la necesidad de detener las pruebas y Kim aceptó a cambio de una reducción de las sanciones. En 2019, al no ver avances, ya dejó claro que "no se sentía obligado" a mantener el acuerdo, al finalizar sin éxito las negociaciones con Estados Unidos. Algunos expertos apuntan a que 2022 pueda ser el año en el que dichas pruebas se retomen.
No son solo misiles aéreos. Kim Jong-Un está ensayando lanzamientos desde submarinos y contempla la posibilidad de volver a probar bombas termonucleares después de cinco años de relativo silencio. Si no le hacen caso en Occidente, ellos sabrán. Cada año que pase es un año con un proyecto militar más complejo y más difícil de enfrentar. Si le hacen caso, seguro que sabrá negociar algo a cambio. Corea del Norte, insisto, necesita estas negociaciones porque sin ellas el país no sale adelante por mucho apoyo de China que tenga. Más aún ahora que China está en plena agitación cultural con la organización de los Juegos Olímpicos de Invierno y centrada en la posible invasión de la isla de Taiwán.
En sus diez años como líder supremo del país, Kim Jong-Un ha organizado 130 pruebas de lanzamiento de misiles, por 16 de su padre Kim Jong-Il y 15 de su abuelo Kim Il-Sung. De momento, ya ha conseguido abreviar el tiempo de demora entre un lanzamiento y otro hasta los cuatro minutos, desde plataformas móviles indetectables, lo que haría imposible -o muy improbable- la reacción del potencial enemigo y su contraataque. Mientras todo el mundo mira a Ucrania, Kim se prepara para un año agitado tras un 2021 de cierta tranquilidad.
Puede que entienda que lo necesita para estar a la altura de un mundo cada vez más tenso y puede, simplemente, que considere que está en mejor posición que nunca para negociar: Biden no quiere líos y va a uno por mes. En esas condiciones, no es improbable llegar a un acuerdo casi por pereza. Como al niño al que se le acaba comprando un paquete de cromos con tal de que deje de molestar.
Durante décadas, el objetivo de Occidente era convencer a Corea del Norte de que no tenía sentido convertirse en una potencia nuclear y que se podía llegar a acuerdos económicos con tal de olvidarse de la idea. Ahora, ya es demasiado tarde. Corea del Norte ya no quiere esos acuerdos para no desarrollar armas, sino para no utilizarlas. Si eres Estados Unidos, al otro lado del Pacífico, te puede preocupar. Ahora bien, si eres Japón o Corea del Sur, la diferencia es abismal.
Toda la carga del posible ataque está en manos de un régimen sangriento y continuamente fuera de sí. En esencia, impredecible. Otro problema diplomático que resulta imposible de ignorar justo cuando Joe Biden parece estar al límite de sus fuerzas.