Hay algo desconcertante y desolador en el devenir de estas primeras horas de guerra abierta entre Rusia y Ucrania. Los avances del ejército ruso desde el este del país (el famoso Donbás), el sur (Crimea, pero también Odesa, tomada por mar a primera hora de este jueves) y el norte (de Belgorod a Kharkiv y de la frontera de Bielorrusia a Kiev) hacen pensar que pronto la mitad del territorio ucraniano estará en manos enemigas. Si algo había conseguido ganar la diplomacia internacional con sus reuniones y sus denuncias era tiempo. El ataque que se preveía para la segunda semana de enero ha llegado a finales de febrero. Sin embargo, retrasar los planes de Putin un mes y medio no parece haber servido de nada.
Esto tiene, a su vez, dos posibles explicaciones: la primera, que Ucrania, con el segundo ejército más grande de Europa entre soldados activos y reservistas, no se ha preparado convenientemente para este ataque relámpago desde distintas ubicaciones… pese a que era el escenario más probable desde al menos principios de febrero. La segunda, más preocupante, que, aun habiéndose preparado, aun habiendo reforzado las fronteras con Donetsk y Crimea y protegido como es debido tanto Odesa como las inmediaciones de Kiev, su esfuerzo no ha sido suficiente ante el poder arrollador del ejército ruso.
Putin ha elegido la vía rápida, la que menos alarga el conflicto y menos daño hace a su imagen pública. Con un poco de suerte, el gobierno de Zelensky dará la guerra por perdida antes incluso de que las televisiones muestren a los tanques rusos desfilar por las calles de Kiev, una imagen ignominiosa que pasaría a la historia del siglo XXI, no se sabe si como el final o el inicio de algo más grave. De momento, se puede decir que la sensación de superioridad que está dando Rusia tanto por tierra como por mar y por aire, la ausencia casi absoluta de resistencia, está sorprendiendo al mundo. Obviamente, es una pésima noticia para la comunidad internacional, pero especialmente para sus demás vecinos.
La amenaza a las Repúblicas Bálticas
Que Rusia estaba envolviendo a Ucrania con la ayuda de su siempre fiel Bielorrusia era algo sabido por todos. Nadie deseaba que de la teoría se pasara a la práctica, pero sí se esperaba que, llegado el momento, Ucrania tuviera alguna opción de defensa. Todos los motivos para justificar una agresión de este tipo son disparatados: ni Ucrania va a formar parte de la OTAN en un futuro próximo ni mucho menos de la Unión Europea. Su gobierno no tiene nada en contra de Rusia, más allá del intento de preservar su integridad territorial respetando los acuerdos de Minsk. En cuanto a la identidad de Ucrania como estado, las palabras de Putin negando constantemente tal identidad y considerando la región como un simple apéndice de la Madre Rusia son propias de un enajenado.
No hay justificación para esta invasión más allá de la megalomanía pura y dura… y cuando un megalómano consigue sus objetivos por la fuerza y con relativa facilidad, es normal que la preocupación se multiplique. Al poco de empezar la invasión, Putin mandó un mensaje claro que no parecía dirigido a Occidente:"Aquel que interfiera en esta operación, pagará las consecuencias". Desde España, esto puede sonar a una bravuconada, sin más. Desde Lituania, Letonia o Estonia, suena de manera bien distinta.
De entrada, Lituania ya ha declarado el Estado de Emergencia en todo su territorio y ha mandado tropas a la frontera con Rusia. Estonia ha manifestado públicamente su intención de "ayudar como sea" a Ucrania, saltándose así la amenaza rusa, y Letonia fue de las primeras en avisar al mundo de la entrada de tropas rusas por la frontera este. Las tres tienen motivos de sobra para el miedo y la inseguridad. La lógica invitaba a pensar que Putin jamás se atrevería con tres países miembros de la OTAN y cuyo estatus dentro de la propia Unión Soviética ya era especial. No en vano fueron las tres primeras en declarar su independencia, cuando el resto de la URSS aún se mantenía, mal que bien, en pie.
El corredor de Danzig… y el de Suwalki
Sin embargo, esta borrachera de éxito, este delirio de tanques, helicópteros y fuerzas anfibias arrasando a su paso por Ucrania ha hecho saltar la lógica por los aires. Putin no necesitaba ir a por Kiev y bombardear la capital. No necesitaba esta demostración de fuerza. Una vez hemos llegado a este punto, lo difícil es parar. Las repúblicas bálticas están rodeadas por un ejército crecido al mando de un loco imperialista. Putin sabe que pisar un metro de tierra estonia, letonia o lituana, implicaría inmediatamente la guerra con la OTAN en su totalidad. Es justo lo que el mundo intentó evitar durante cuarenta y cinco años de Guerra Fría.
Hasta cierto punto, y a riesgo de caer en la famosa Ley de Godwin, la situación recuerda a la anexión militar de Hitler de los Sudetes en 1938, previa a la invasión de Polonia apenas unos meses después. Si el ejército ruso se queda en Ucrania y en Bielorrusia, ¿cuánto va a tardar Putin en presionar a las repúblicas bálticas para, primero, que salgan de la Alianza Atlántica y, segundo, que vuelvan al amparo protector de Moscú? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que Vilnus o Riga o Tallin se conviertan en nuevos Danzig? Una simple ocupación del "corredor Suwalki", precisamente en territorio polaco, bastaría para aislar por completo a los tres países de sus aliados occidentales.
Ni siquiera en Polonia se sienten seguros en este momento. Hay que recordar que comparten 535 kilómetros de frontera con Ucrania y que parte de los bombardeos de este jueves han recaído sobre Lviv (Leópolis) a menos de una hora en coche de territorio polaco. Polonia sabe bastante del imperialismo alemán, pero mucho más del imperialismo ruso. Aunque también cuenta con el paraguas de protección de la OTAN, cuando un gobernante empieza a buscarse espacio vital en países ajenos, acaba encontrando excusa para todo.
El decisivo papel de China
Las posiciones de Rusia y de la OTAN están claras. Queda por saber qué piensa China de todo esto. De momento, el gobierno de Xi Jinping se ha puesto de lado, marcando su propia agenda en el conflicto. No quiere condenar los actos de un potencial aliado contra Occidente como es Putin, pero tampoco quiere apoyarle sin fisuras teniendo en cuenta que la base de su política internacional siempre ha sido el respeto absoluto de la soberanía territorial de los estados. Normal en un país que incluye tantas culturas y tantas naciones, a menudo al borde de la insurrección.
Probablemente, China no viera con malos ojos la toma del Donbás, pues se parecería bastante a lo que ellos en un momento dado podrían hacer con Taiwán en un futuro próximo. Otra cosa es invadir toda Ucrania. Eso es un acto de imperialismo que seguro que ha puesto en alerta a un país que comparte casi cinco mil kilómetros de frontera con Rusia. Si la reacción de Occidente en forma de sanciones puede ser decisiva a la hora de calmar los ánimos de Putin a corto plazo (no así a medio ni a largo), una posible "pinza" con China sí sería clave. Si China no sale al rescate económico, los rusos lo pueden pasar muy mal en muy poco tiempo.
En ese sentido, puede que, después de todo, el máximo aliado de las repúblicas bálticas, de Polonia y de todo el este de Europa sea Jinping y no Biden. Bajo ningún concepto toleraría China la invasión de más países, incluso de aquellos que culturalmente poco o nada tienen que ver con la tradición eslava de Rusia-Ucrania. Eso supondría un desequilibrio en el orden geopolítico de tal magnitud que obligaría a replantearse muchas cosas. China no es de guerras relámpagos sino de gotas malayas. Lleva 73 años afirmando su soberanía sobre una isla a la que aún no se ha atrevido, afortunadamente, a tocar. En otras palabras, a China no le gustan los sobresaltos y menos aún si se trata de países vecinos.
Si Putin quiere ser Napoleón o Hitler, ya sabrá él mismo cómo acabaron los dos. Si quiere ser una suerte de Catalina la Grande, simplemente se ha equivocado de siglo. La contundencia de su intervención en Ucrania puede ser un arma de doble filo. A veces, el poder se ejerce mejor desde la sombra que desde el espectáculo. Vienen tiempos duros para Europa… pero nada hace pensar que no vayan a ser aún más duros para la propia Rusia.
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