Es complicado entender las amenazas nucleares de Vladimir Putin como algo más que una nueva muestra de su habitual matonismo. La exageración propia de alguien que cree que la Unión Europea (y la democracia liberal, en consecuencia) no es sino la representación de la cobardía frente a la fuerza bruta. Burócratas incapaces a enfrentarse a los retos de la vida real y dispuestos a amilanarse a las primeras de cambio. Una perspectiva que, por otro lado, ha mantenido determinado populismo de extrema derecha dentro de las propias fronteras de la Unión, lo que ha ayudado a su deslegitimación entre buena parte de la sociedad.
En ese sentido, comentábamos a finales de la pasada semana las dificultades que tendría que afrontar Europa ante una previsible II Guerra Fría sin un apoyo incondicional de Estados Unidos, el imperio que se tambalea y que vive demasiado centrado en sí mismo y en sus diferencias. Lo que nadie esperaba era que los europeos nos fuéramos a poner de acuerdo tan rápido en no dejarnos amedrentar y que íbamos a responder a las acciones de Putin con nuestras propias armas, quizá no tan crueles ni tan contundentes, pero puede que igual de efectivas a medio plazo, como bien explicaba este martes Josep Borrell en Bruselas.
El jueves 24 de febrero, fecha de inicio de los primeros combates en territorio ucraniano, Putin quiso dejar claro que cualquiera que interfiriera en su "operación especial" tendría que asumir las consecuencias. La amenaza cayó en saco roto hasta el punto de que, tres días después, estancado en la toma de Kiev y Járkov, se vio obligado a recordarnos una obviedad: que tiene un arsenal nuclear preparado para su uso si seguimos empeñados en ponerle pegas. Tampoco cambió nada, al revés: ahí seguimos los europeos, tercos como mulas, ampliando sanciones y enviando cada vez más armas, más suministros, más ayuda logística a la frontera con Polonia.
¿Servirá todo esto para que Ucrania gane la guerra y Rusia se tenga que retirar con el rabo entre las piernas? Lo visto entre lunes y martes apunta a lo contrario: el ejército de Putin ha dado un paso adelante en la intensidad de sus ataques incluyendo objetivos civiles sin importar ya el número de muertos ni de heridos. El acceso al Mar de Azov parece ya controlado en su totalidad. No sabemos cómo resiste Járkov a tan despiadados bombardeos.
Es una guerra total, una guerra de destrucción que pretende minar la resistencia algo desordenada de las tropas y milicias de Volodomir Zelenski. La inteligencia estadounidense no sabe si Kiev podrá aguantar muchos días más y la verdad es que no tiene pinta. Pronto, Putin podrá presumir de haber ganado su guerra. Pronto, por lo tanto, tendremos que prepararnos para lo que viene: un nuevo telón de acero y una nueva serie de amenazas que van más allá del conflicto nuclear.
El primer pulso: cortar el gas a Europa
Este mismo martes, Joe Biden despachaba con un breve y rotundo "no" a la pregunta de si Occidente debía temer una guerra nuclear iniciada por Rusia. Ese parece ser el sentir de la gran mayoría de la comunidad europea, que se ha negado a aceptar la dialéctica del amo y el esclavo de Putin y está decidida a plantarle cara. Si tú nos amenazas, nosotros ampliamos los suministros y las sanciones. Si tú nos quieres dejar sin gas, nosotros asumimos el frío y el sobreprecio que tendremos que pagar a otros exportadores. Lo contrario sería caer en las manos de extorsionadores que podrían hacer con nosotros lo que les viniera en gana.
Descartado, por una cuestión de lógica -es un juego en el que nadie gana, nunca- el conflicto nuclear, Vladimir Putin aún tiene otras maneras de hacernos la vida difícil. Es una cuestión de supervivencia que ya salió bien con la Unión Soviética, cuando implosionó al verse aislada de los flujos comerciales, hundida en unos gastos militares exagerados para las capacidades del país. Ahora, podría pasar lo mismo. Esa es la idea de Occidente, desde luego: apretar y apretar hasta que Rusia levante la mano y se rinda.
No será fácil y habrá que mantener muchos pulsos, porque Putin ha perdido por completo el sentido de la prudencia y parece estar tomándose esto como una afrenta no ya a su país sino a él como líder y creador de un nuevo imperio. Su primera decisión sería cortar el gas que aún sigue corriendo hacia Europa por el Nord Stream y otros gasoductos. Sabe que el dinero empleado en construir el Nord Stream 2 ya lo puede dar por perdido… pero puede recuperar una parte de la inversión y aligerar la carga económica con una subida brutal de precios y una bajada de la oferta que no cubra la demanda europea.
Esto pondría en una situación muy comprometida sobre todo a Alemania y el centro de Europa, cuya dependencia energética con Rusia levantaba dudas injustificadas sobre su compromiso frente a Putin en caso de agresión. La buena noticia es que el invierno está acabando y que hay reservas para aguantar el frío, pero hay algo de "destrucción mutua asegurada" en esta decisión: Europa se congelará el año que viene… pero Rusia perderá un porcentaje importantísimo de su PIB que depende de la venta de gas natural al resto del continente. De nuevo, quien consiga levantarse el último de la mesa, será el ganador de esta contienda.
Buscando otros aliados
Siguiendo en el plano comercial, Rusia podría decidir cortar incluso el suministro de petróleo, algo que no hizo siquiera la Unión Soviética en los tiempos más duros de la Guerra Fría. Eso supondría una inflación tremenda en Europa, una escasez en los suministros y la adopción de medidas de ahorro energético que alterarían enormemente nuestro habitual día a día. Ahora bien, una decisión así terminaría de destrozar la economía de Rusia. Si no exporta gas natural ni petróleo a Europa, por muchos acuerdos que cierre con Pakistán y otros países asiáticos, su sostenibilidad económica quedará muy tocada.
Durante mucho tiempo, se ha repetido que China sería el gran aliado de Rusia en esta nueva fase de hegemonía multilateral, pero eso está por ver. El gobierno de Xi Jinping no deja de abstenerse en las reuniones de las Naciones Unidas para condenar la invasión de Ucrania. No se pone en contra de Putin… pero tampoco a favor. Para China, la cuestión territorial es clave y Rusia ha empezado un juego de fichas de dominó que no se sabe cómo puede acabar. Tampoco le ha podido hacer gracia que alardee de poder nuclear cuando no deja de ser un vecino con el que, históricamente, ha tenido sus más y sus menos.
Si no consigue cerrar una alianza comercial y estrategia con China -y lo tiene realmente complicado- Putin puede intentar aguantar el pulso con Europa y Estados Unidos uniéndose a los países en vías de desarrollo, algo que salió regular en la época soviética. De momento, Nicaragua y Daniel Ortega, en un estado de extrema necesidad económica y aislados políticamente en su propio contexto latinoamericano, ya han mostrado su apoyo a Putin en la guerra de Ucrania. ¿Podría pensar el líder ruso en intercambiar trigo y otros productos alimenticios a cambio de bases militares en el país de Ortega, a escasos kilómetros de Estados Unidos?
No es un disparate y nos pondría en una situación parecida a la de 1962 y la crisis de los misiles de Cuba… pero, a su vez, eso despertaría a Estados Unidos de su letargo, algo que no le interesa a Putin. Hasta ahora, aunque la inteligencia estadounidense está haciendo un excelente trabajo y Biden se ha unido a todas las propuestas de sanciones ejemplares, el principal agente de confrontación con Rusia está siendo la Unión Europea. Si Putin coloca misiles nucleares en Nicaragua, no solo obligará a Estados Unidos como país a elevar su nivel de agresividad, sino que acabará con la ambigüedad que está mostrando el Partido Republicano en toda esta cuestión. Del "no es asunto nuestro" se pasaría a emergencia nacional en demasiado poco tiempo.
Todo se juega en las Repúblicas Bálticas
No es la única presión militar que Putin puede ejercer sobre sus enemigos sin necesidad de andar lanzando misiles nucleares. Completada la invasión de Ucrania y caído o huido el gobierno de Zelenski, cada vez parece más obvio que Rusia va a ir a por las Repúblicas Bálticas. No tendría mucho sentido andar todo el día repitiendo lo de las fronteras de 1992, amenazar una y mil veces a Suecia y a Finlandia con que no coqueteen con la OTAN… y permitir que Estonia, Letonia y Lituania pertenezcan a la Alianza Atlántica como si nada.
Sin duda, Putin va a exigir la salida inmediata de las tres repúblicas de la alianza militar y de la Unión Europea. Por pedir que no quede. Otra cosa es en qué condiciones lo haga y sospecho que buena parte de las medidas que se están tomando ahora no están destinadas tanto a salvar Ucrania -tarea prácticamente imposible- sino a amortiguar el siguiente golpe. No es lo mismo que Putin se anexione a su vecino como si fuera Kazajistán, sin oposición y entre una desatada euforia nacionalista, a que lo haga tras semanas de guerra, con las tropas desgastadas, numerosas bajas y una situación económica llamada a empeorar por días.
Aun así, la pregunta es obligada: si Putin amenaza a estos tres países miembros de la Unión Europea, ¿enviará tropas la Unión Europea para defenderlos? No me refiero a unidades sueltas a las fronteras y algo de equipamiento. Me refiero a cientos de miles de soldados y la más alta tecnología bélica. Me refiero a defender Estonia como si fuera el propio suelo, puesto que en el fondo ese es el acuerdo europeo y desde luego es el acuerdo dentro de la OTAN. El gran pulso acaba ahí, en la costa del Mar Báltico. Todo lo demás es negociable, ese es el paso que puede marcar el futuro de Europa como tal.
Defender Ucrania ha sido imposible, entre otras cosas porque Ucrania, que ha mostrado un coraje extraordinario, no ha mostrado la misma disciplina en el combate ni en la defensa preventiva de sus más importantes ciudades. Defender Vilna, Riga o Tallín es otra historia. Es algo que debe empezar ya, sin esperar a más. No olvidemos lo fácil que sería para Rusia y Bielorrusia aislar a estos tres países ocupando el corredor de Suwalki. Lukashenko y Putin van a presionar todo lo que puedan, sea con armas o sea utilizando la desesperación de los inmigrantes, como hicieron en noviembre del año pasado. Aquí, no podemos permitirnos "reaccionar", hay que adelantarse y hacerlo cuanto antes. Mirar la luna y alejar la vista del dedo nuclear.